Sólo es un cuchillo. No tengas miedo. Observa su color, es… extraño. Confuso. Mezcla de los sentimientos y necesidades con los que fue forjado. Gris, como los miedos. Plateado, como los sueños. Mira, también… pequeñas partículas azuladas; fíjate, se parecen a tus lágrimas. Si lo pongo aquí, junto a tu ojo… si dejo que esta pequeña lágrima tuya bese su filo… ¿lo sientes? Sí, se besan, se funden, se confunden, se reconocen, se encuentran. Claro que sí, también la forja del acero necesita de lágrimas que apacigüen y enfríen su doloroso parto. Así es como se templaba el acero. Pero ya no.
Ya no hay fraguas, hay dinero. Ya no hay yunques, hay operarios. Ya no hay martillos, hay capataces. Ya no hay herreros, sólo… Ruidos rítmicos que anuncian que cada hoja recibe la misma dosis de mediocridad. Bum, chak, bum, chak… Cadenas de montajes con milimétricos cálculos para que cada trozo de metal reciba la misma forma. Bum, chak, bum, chak… No se aceptan diferencias, ni la más mínima rebaba, ni la menor desviación. ¡Bum, chak, bum, chak! ¡Mierda! ¡Fábricas que reciben el más noble de los aceros y escupen la misma mierda reproducida, multiplicada, clonada!