Entonces, espera, que recopilo:
- Cataluña: pedimos que dialoguen los Políticos cuando no he sido capaz de encontrar un hilo en facebook, foro, grupo, twitts, pits, chips... en la que intervengan opiniones contrapuestas sin llegar a llamarse unos a otros Nazis, Fachas, hijos de puta, etc.
Esto me suena a:
-Corrupción: pedimos a los Políticos honradez y que no roben cuando nosotros mismos cobramos en b, pirateamos, hacemos simpas, las pilas las regala carrefour (alguien de verdad compra pilas?), eludimos impuestos, bah, quien roba a un ladrón cien años de un mojón... (que sí, que sí, que yo también soy super honrado)
Que viene a recordarme:
-Medios de Comunicación: Pedimos a los Medios de comunicación imparcialidad informativa cuando Salvame Delux es líder de audiencia (no, yo tampoco lo veo,claro, nadie lo ve), la vida de Belen Esteban es BestSeller (ya, los de por aquí somos unos elevados culturales) y convencemos al resto, enardecidamente, de que nuestro "diario-cadena de televisión" de cabecera es el bueno (una visión muy imparcial y objetiva basada en datos) y la del resto está sesgada.
Que en el fondo,si te pones a pensar, viene a ser lo mismo que:
-Educación: Pedimos al sistema que no adoctrine y a los profesores que eduquen cuando mientras nuestros hijos comen con las manos los macarrones embobados con la tablet viendo la patrulla canina mientras, nosotros wasapeamos cosas super importantes resumidas en emoticonos sobre lo mal que está el tema de cataluña, lo jodidamente sesgados de los medios y de lo terrible que está la educación.
Ok.
Propuesta: Primero la viga, después la paja.
Propuesta 2: Hablemos nosotros primero con el espejo, ese ser que se refleja (man in the mirror, amigo), igual debe hacerselo mirar primero.
Propuesta 3: Dejemos el puto teléfono de una puta vez y tomemos las riendas.
No pidamos al resto lo que nosotros somos incapaz de hacer.
Así, como estamos, como parece que nos gusta estar, somos un puto fracaso como especie. Podemos hablar, pero gritamos. Podemos escuchar, pero sólo nos escuchamos a nosotros mismos. Podemos razonar, pero sólo son válidas las razones propias. Podemos construir, pero nos inclinamos por la destrucción. Podemos besarnos, pero preferimos la guerra. Podemos abrazarnos, pero preferimos la porra. Podemos Unirnos, pero preferimos disgregarnos. Podemos leer, pero preferimos la televisión. Podemos escribir poesía, pero preferimos los insultos. Podemos aprender, pero ya lo sabemos todo. Podemos enseñar, pero mejor que lo hagan otros.
Y podría acabar con mi elevada grandilocuencia escribiendo un final sublime, pero en este caso, sólo en este, me remito a un viejo de melena plateada:
<<¡Oh, mi yo! ¡oh, vida! de sus preguntas que vuelven,
Del desfile interminable de los desleales, de las
ciudades llenas de necios,
De mí mismo, que me reprocho siempre (pues,
¿quién es más necio que yo, ni más desleal?),
De los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos
despreciables, de la lucha siempre renovada,
De lo malos resultados de todo, de las multitudes
afanosas y sórdidas que me rodean,
De los años vacíos e inútiles de los demás, yo
entrelazado con los demás,
La pregunta, ¡Oh, mi yo!, la pregunta triste que
vuelve - ¿qué de bueno hay en medio de estas
cosas, Oh, mi yo, Oh, vida ?
Respuesta
Que estás aquí - que existe la vida y la identidad,
Que prosigue el poderoso drama, y que
puedes contribuir con un verso.>>
Que puedes contribuir con un verso...
Esquema...
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Intenciones
En la Buhardilla Síndrome Cyrano |
viernes, 6 de octubre de 2017
lunes, 7 de diciembre de 2015
No Me Acostumbro
He visto un
millar de veces un millón de millones de estrellas. En noches cerradas en
montes perdidos, cuando las lunas renuncian a su brillo, con farolas tan
lejanas que ni luciérnagas parecen. Te sientas en una roca, te tumbas en el
prado o permaneces de pie, con tu mirada a lo alto buscando la polar,
descifrando Casiopea, señalando a tu hijo una fugaz que ya pasó trayendo su
disgusto, sonriendo sin saber realmente por qué a ese millón de millones de
estrellas y susurrando… No me acostumbro.
Y ahora,
con este café y estas palabras, pienso: Joder, no me quiero acostumbrar. Joder,
no te acostumbres. A nada.
No te
acostumbres a la tristeza de tus mañanas. A ese “otro día más”, porque si así
lo hicieras, pasarán “fugaces” que te perderás. Si te acostumbras, tus días empezarán
siempre igual y no creo que eso te guste. Abre la ventana, que entre la luz,
que te moleste el resplandor, mírate al espejo y sonríe. Sí, hazlo. Y si no
tienes ganas, te jodes, hazlo. Fuerza a tu espíritu a ser feliz, que nadie te
lo va a regalar. Sonríe, mira tu estúpido rostro y piensa en lo estúpido que
pareces… verás cómo entonces sí que te ríes. No te acostumbres a la tristeza,
maldita sea, no lo hagas porque el día que de verdad quieras estar triste,
porque a veces queremos estarlo, tu tristeza será una más. No puede ser, joder,
no te acostumbres, sonríe hasta que llegue el día que quieras romperte el pecho
a base de gemidos. Sonríe hasta que llegue el día que un simple abrazo te parta
en dos y te hundas en un profundo abismo.
Es muy
sencillo. Si cada día desciendes un paso a ese abismo, nadie lo verá. Cambiarás
sutilmente un tiempo verbal y entonces… entonces ya será tarde.
No te
acostumbres a las sonrisas de los niños. Ni las de ella. Ni a las de él. A las
de nadie, coño, es como acostumbrarse a ver ese millón de millones de
estrellas, como acostumbrarse a un atardecer. Es de idiotas acostumbrarse a una
sonrisa, eso te pasas porque miramos sin ver. ¡Ciegos! ¿Imaginas cuantos
músculos usamos para sonreír? Más de 15, y no he contado los de los ojos,
tampoco conté los del alma. ¿Qué endemoniada corriente eléctrica pasa por esa
persona que sonríe? Qué simple lo vemos todo ya, vemos cien supernovas cada día
pero… nos hemos acostumbrado. Acostumbrarse a una sonrisa es la mayor necedad
del ser humano. No podemos ser cirujanos insensibles y mecánicos que rajan un
cuerpo sedado para salvar una vida. La sonrisa, idiota, la sonrisa es la vida,
¿qué haces acostumbrándote a ver sonrisas sin inmutarte? Deberíamos coleccionar
sonrisas de niños, enmarcarlas, intercambiarlas si fuéramos capaces de desprendernos
de alguna. Tejer nuestras grises vestiduras con esas sonrisas. Iluminar
nuestros estandarizados hogares Ikeanianos con sonrisas. -¿Cuánto gastas? -3 millones de sonrisas al mes, dos millones son de mis
hijos, el resto son de ella... Que se jodan las eléctricas.
Es muy
sencillo. Si te acostumbras, cambiarás un tiempo verbal y en este caso, amigo
mío, tan oscura se volverá tu hogar que te saldrá muy cara la factura.
No te
acostumbres al café. Ni a un paseo. Ni a él. Ni a ella. Esfuérzate si hace
falta si ya no sientes un roce accidental. Si ya no cuentas los azucarillos. Si
no os cogéis de la mano. Si das besos automáticos. ¡Imbécil! ¿Besos
automáticos? ¿En serio? ¿Has leído esto y ni lo has pensado? Besos automáticos…
Que tu próximo beso dure más de 10 segundos, mira, a ese mínimo podrías
acostumbrarte. Pero piénsalo… Besos automáticos… Cuantos damos ya. ¿Recuerdas
cuando la mirabas aquella tarde y suspirabas por uno? ¿Dónde quedó ese anhelo? Quedó
en el tiempo verbal que ha cambiado durante estos años sin que tú te dieras
cuenta. Porque hubo una noche que te fuiste a la cama y dijiste “Hasta mañana
nena” creyendo que ella siempre seguiría allí. Y por ahora se ha cumplido, pero
créeme, un día no será así. No estará. Se habrá ido, con la muerte, con otro,
no lo sé, y entonces todos esos besos automáticos se te caerán encima y te
aplastaran con tal fuerza que no podrás respirar, será entonces cuando
necesitarás un día de los que te hablé antes, un día triste de verdad. Te has acostumbrado
a tantas cosas que no debiste: a verla pasear arrastrando los pies por las
hojas, a quedarse dormida a tu lado… ¿De verdad puede uno acostumbrarse a ver
dormir a alguien? ¿A la chica que te enamoró? ¿A un niño? ¿Al abuelo? Quédate
mirando un segundo, averiguarás los millones de millones de estrellas, digo, de
dibujos que tiene tu sonrisa.
No, no te
acostumbres, aprovecha esos instantes, alárgalos, hazlos tuyos, impide que
cambie ese maldito tiempo verbal que aún no has entendido.
Sí amigo,
porque la costumbre es eso que torna el ESTAR en SER. Si te acostumbras a Estar
triste te convertirás en un triste, un ser tan aburrido y patético que ni las
canciones de Sinatra conseguirán esbozar una mínima expresión. Llena el mundo
de tristes y acabaremos con la música, y con el cine, y aunque sobreviva la
primavera, a pesar del empalago de mi admirado Bécquer, sí, hasta con la Poesía
acabaríamos. No mandemos espías, mejor llenemos de tristes las filas del
enemigo. Ni guerra fría ni leches, ni balas ni ostias ni morteros ni trincheras
ni chalecos bombas, con nuestras resplandecientes sonrisas les dejaremos
aturdidos, más bien gilipollas.
La
costumbre es la maldita alquimia que reescribe el tiempo verbal que no
queremos. Porque queremos estar enamorados, no ser enamorados. A mí me dices
eso y recuerdo aquello de “no es verdad ángel de amor, que en esta apartada
orilla…” Y eso joder, hasta a Bécquer le chirría. Yo me quedo con un transgresor
Othelo, de gabardina, lluvia y esperando en una oscura esquina; de botella de wiski
a palo seco; de beber por beber; de querer recordar para hacernos daño; de
llorar, porque nosotros, joder, claro que también lloramos; en definitiva, soy
de esos que aunque les gusta estar solo, no se acostumbrarán jamás a estarlo. Soy
algo de Othelo disimulando, un poco del Perro del Hortelano a veces, Hamlet por
las noches delirando, Sófocles cuando estás triste, Holmes rumiando tus
tristezas, ese niño que no ve las fugaces que le señala su padre, soy el padre
que señala el cielo cuando cruza una de tus sonrisas. Soy el mismo que ha visto
un millón de millones de estrellas, y en noches si luna, se sienta en la hierba
taciturno y contemplando el universo, susurra: “No me acostumbro a tenerte,
nena, no me acostumbro”.
.
domingo, 9 de agosto de 2015
¡Respira!
O Elogio alegórico al punto, la coma y otros seres más exóticos.
El punto. La coma, con sus ambiguas
costumbres. Los manoseados y enigmáticos puntos… La vida. Sí, un texto, un
relato que escribes una noche de verano reflejan con sus puntos, con sus comas,
con sus… la vida misma. Por eso, cuando te levantas por las mañanas y confundes
una pausa con un sueño, no respiras. Andas jadeando porque en ese momento algo
oprime tu estómago vacío pues no fuiste capaz de calmar esa ansiedad que se
adueñó de tus desvelos desde hace meses y te impide ver que debes encontrar un
instante para ordenar las emociones pues ya ni la más simple de las
conjunciones creadas también para sentarte unas milésimas de segundo te sirven
para nada… ¡Respira! ¡Joder, pon una coma en esos días! Un punto si es
necesario. Una noche. Un amanecer. Ponlo y ese día pasará. Y si es grave, hazme
caso, pinta un punto y aparte.
Los puntos son las noches, los
domingos, la última palabra de un buen capítulo, un “luego nos vemos”. Tienen
que existir. Tu cabeza necesita de ellos. Tu corazón los odia. Son el final de los
besos. Pequeñas señales para que se almacenen los recuerdos. Sin punto sólo hay
un sueño. Sólo un amanecer. Sólo una chica. Sólo un beso. Demasiado largo. El
roce de unas manos. Demasiado breve. Un chaparrón de verano. Un largo invierno.
Eso no es bueno. No. Y ahora, ¿jadeas? Claro… ¡Respira! Demasiados puntos,
demasiados miedos a dejarte llevar de vez en cuando, suelta las riendas de las
caricias, dibuja un adjetivo entre las comas de sus cabellos. ¿Qué no quieres
terminar? ¿Convertir en eterna una mirada? Abre las ventanas y que entre la
brisa, que tu chica sienta frío y que luego, sea tuyo el secreto de unos…
No es bueno vivir mil noches en un
párrafo. Y una noche sin final nuca se convertirá en recuerdo, será una inmensa
estrofa que convertirá algo bello en una obsesiva pesadilla recurrente.
Al final, un texto, cualquier
relato escrito cualquier noche de verano, incluso de invierno, viven buscando
el equilibrio. Sí, ella más nerviosa y yo más comas. Ella puntos y yo… yo
simplemente la sonrío. La miro en su enfado y pienso: es como los dos puntos,
todos saben que existe pero piensan que no es romántica. Sí, te da un respiro,
pero sólo para hacer la lista de la compra, o para enumerar tus errores: no
bajaste la basura, no recogiste la ropa del tendedero, se te olvidó la leche…
Al final uno descubre que es el miedo lo que hace que la gente etiquete a las
personas y las cosas. Sin los dos puntos no existiría Hamlet. Mi Val Jean. Ni
Whitman. Con los dos puntos das importancia a unas palabras, decir, por
ejemplo, ella dijo: Te quiero. ¡Respira! ¡Te quiere! Coge aire y ahora sí, desata
las cadenas de tus dedos. Explota tus emociones con besos cortos entre puntos y
luego, entre comas, fúndete en sus labios, llévala a la cama y cuando sientas
la tentación de exagerar aquél momento convirtiéndolo en un obsesivo párrafo
recurrente, abre la ventana, que sienta frio, que te abrace y…
La vida. Los puntos y comas. Un
texto, un relato escrito una tarde de primavera, o una mañana de invierno. Ella
tajante como un punto. Ordenada como los dos puntos. Yo… También comas. A veces
me enredo y me vuelvo obsesivo y recurrente como el párrafo de un mediocre o de
un charlatán. Pedante poeta que olvida los puntos y odia los punto y aparte. Así
soy cuando estoy sólo, pero la vida es la constante búsqueda del equilibrio, ¡Joder,
ya lo sé!, por eso me obligo a acostarme, a cerrar el cuaderno cada noche y me
digo: ¡Respira! Y me acuesto con ella, la abrazo y me convierto en algo
especial, una mezcla de su sonrisa y mis deseos. Un ser en peligro de extinción
que germina de sus puntos y mis comas; alguien descolocado que lucha por
ordenar ideas semejantes; un mestizo tajante que tiende la mano al siguiente
beso.
Y así, convertido en punto y coma,
pienso: ella tajante como un punto prematuro, yo tan peligroso como una coma
mal puesta; ella ordenada como unos románticos dos puntos, yo tan idealista
como… ¿Será posible nuestra historia de amor? ¿Llegará a buen fin este relato
de una noche de verano? Y el miedo agarra mi pluma y vuelvo a cometer el mismo
error: no quiero terminar. Sí, pues en verdad mi único sueño es un libro
eterno, con sus puntos, sus comas, sus dos puntos, sus puntos y comas y, por su
puesto con sus… Pero no con aquél que lo termina todo. Con ese punto que es una
lágrima surgida de un adiós. Que me corta la respiración. Un mata novelas
despiadado que te arroja a la realidad preguntándote: ¿Encontraré otra igual? Ese
que me recuerda que todo texto, todo relato, historia de amor, incluso una sencilla
alegoría escrita una noche de verano, tiene… ¡Respira! Es inevitable: todo
tiene su punto y final.
martes, 28 de julio de 2015
Yo me quedo con Newton
La vida es Física. Obedece a reglas inequívocas, a fórmulas
concretas que nada puedes hacer por incumplirlas. No te empeñes, las fuerzas
implicadas existen antes que el amor, antes que tus sueños, antes que ninguna
de tus fantasías. Un conjunto de fuerzas que se ciñen a la simple ley de Acción
y Reacción deciden tus avatares. Tienes la fuerza centrípeta, la que sientes
cuando te obsesionas con una melena rubia y te lleva hacia ella sin querer
hacerlo. Por eso surge la Fuerza centrífuga, que tira de ti para escapar de la
obsesión. Las fantasías son tu peso, tu voluntad es velocidad. Debes entender
que “Pi” es quien dibuja tu camino, y “Pi”, querido amigo, es algo así como
infinito. Pero todo problema tiene una solución, en este caso, si no quieres
estrellarte contra un adiós que desplace tu centro de masa, empieza a tener más
sueños, más fantasías. Primero 1, después 2, después 3, después 5, después 8,
13, 21… Formarás una caracola y en su interior guardarás el rumor del mar y los
recuerdos de esa fantasía que pretendió obsesionarte.
Y eso es bueno, las Fantasías, al fin y al cabo, son sueños y
debes aceptar que es imposible cumplirlos todos. La física es clara en este
aspecto, si cumplieras todos tus sueños, te volverías demasiado ligero, de masa
despreciable, sin pesos en tu corazón, sin fracasos ni frustraciones, sin
lágrimas, sin noches solitarias, sin atardeceres silenciosos… Esto es horrible,
créeme. Un hombre que amó fervientemente a la física, pero que no resolvió ni
una ecuación de amor, demostró que si tu masa es despreciable, si ya te quedas
sin sueños pues los cumpliste todos, estarías rallando la felicidad plena,
serías pura energía como quien dice, un rayo de luz… y creo que sabes que la
luz no tiene piel, no siente caricias, ni escalofríos, ni besos, ni dolor… Estarás
libre de la fuerza de rozamiento, la mejor fuerza de todas, que te sonroja las mejillas
por un roce accidental, por ponerte el más tonto de los casos… No sabrás nada
del temblor entre dos cuerpos desnudos que se atraen como dijo el viejo Newton.
Sí, sin lugar a dudas lo prefiero, me quedo con Newton.
Hazme caso, maldita sea, deja sueños por cumplir, que tu masa
sea todo menos despreciable. Permite paradojas en tu vida. Crea singularidades
de espacio/tiempo, como cuando tomas un café mirando esos ojos negros y la
cafetería se curva en un silencio y el tiempo se dilata jactándose de cualquier
oscilación de estúpidos isótopos de cesio y puedes unir dos puntos separados
por millones de kilómetros a través de esa excepción que lo confirma todo: Sus labios.
Porque al final, ya te lo dije al principio, la vida es
Física. Es algo palpable que es preciso sentir. Necesita del principio de
contradicción, de teorías indemostrables, de paradojas y experimentos extraños.
La felicidad, como la luz, sólo es una cifra a la que aspirar, una cruz en un
mapa, una meta teórica, un faro en la tormenta que nunca deberías alcanzar, una
constante universal para tipos aburridos que prefieren viajar a la velocidad
del rayo a estrellas y planetas más allá de Orión y constatar, como ya sabemos,
que lo que hay allá no es mejor que esto. Yo me quedo con Newton. Prefiero la
velocidad de un paseo en una noche de verano, mirar al cielo y preguntarme: ¿por
qué parpadea aquella estrella? Y en mi intriga, sentir una caricia, y una voz
en mi cuello, y tres palabras que jamás pronunció Einstein: “qué más da” y girándome,
enfrascarme en el dilema obsesivo de una cintura definida por “Pi” o en los
bucles de un cabello dibujado por Fibonacci. Pero no me acercaría aún a sus
labios, mantengo mis premisas, no cumplir todos los sueños, dejar que la tragedia
escriba parte de mi tiempo, tres o cuatro segundos por ejemplo, y después, ya
sí, pues la vida es física, me fundiría en la singularidad de un beso, creador
de vacíos, ese extraño punto de masa infinita del que no escapa ni un suspiro y
que ni Newton, y aún menos el listo de Einstein, consiguieron nunca ni explicar
ni descifrar.
En el fondo, lo que quería decirte es que yo… Yo me quedo
contigo.
sábado, 14 de marzo de 2015
A las 11:30 en La Esquina Olvidada
Tan sólo éramos cuatro. No formábamos una gran pandilla, de
hecho, no pretendíamos serlo. No se trataba de eso. Al llegar el descanso de las 11.30h unos
salían disparados a los campos de fútbol, otros a las canchas de baloncesto.
Los bobos ordenaban sus pupitres; los gamberros, a fumar. Pero nosotros…
Nosotros cuatro nos sentábamos en la Esquina Olvidada, que tampoco era esquina
pero así quisimos llamarla, quizás porque en un mundo tan lleno de normas,
reglas e imposiciones, ese pequeño lugar era nuestro singular reducto de
rebeldía: Lo llamamos como nos dio la gana.
Entre
la barandilla y un parterre, en el pollete unos, en los hierros otros. Dos frente a dos, mirándonos a los
ojos… Luis el empollón; Javi el gamberro, Mat el listillo y yo, el raro. No
hablábamos de nosotros. No hablábamos de los exámenes, ni si salieron bien o
mal, si estudiamos o si, alguno, se había quedad hasta las mil… pero escribiendo.
No nombrábamos a los profesores. No nos
reíamos del capullo de David, ni del chulo de Nico. Todo aquello no interesaba,
todo aquello era un coñazo. En un pacto silencioso, en un contrato inexistente,
como si nos fuera en ello la palabra de Caballeros de armadura, lanza y honor,
sólo hablábamos de sueños. Allí, en la
Esquina Olvidada, sólo estaba permitido una cosa: Mirar al futuro y retarle con
nuestros sueños.
Era un cónclave diario. Sí, claro que jugábamos al fútbol,
evidentemente fumábamos y ni un solo día
pasaba sin darle bien dado a “el cojo”, el de Biología. Pero todo eso… no, todo
eso se hacía en otra esquina, detrás del campo de balonmano, entre canasta y
canasta, entre goles y faltas. Nunca en La Esquina Olvidada. Allí no dábamos
pábulo a nuestras orejas. Allí no valían ni halagos ni consuelos. Allí, en la Esquina Olvidada, sólo estaba
permitido una cosa: Mirar al futuro y retarle con nuestros sueños.
En aquellos días de escuela teníamos muchas reglas y
horarios. El ave maría al comienzo de las clases. Levantarnos al entrar el profesor,
aunque fuera “el cojo”. A las doce, la salve. A los profes, “de usted” o te
ganabas el capón. Los miércoles, Misa obligada a las 10, el mejor momento para
el escaqueo, por el ajetreo y por el dulce sabor del riesgo que se encuentra al
infringir una de las reglas más sagradas… Los platos limpios y la revisión de
los picos de pan… Confesión bajo dedo el primer viernes de mes y, sin faltar,
charlita con tu tutor sobre temas de los que sabíamos más que ellos… Sí, mil
reglas impuestas en un duro colegio de curas, muy de curas. Pero sólo existía
una regla inquebrantable, una ley que si Dios la hubiera conocido, la habría
grabado en sus famosas tablas, una norma que no estudiábamos, ni recitábamos,
ni rezábamos, ni, por supuesto, aprovechábamos para el escaqueo: Luis el empollón, Javi el gamberro, Mat el
listillo y yo, el raro… a las 11.30h, en La Esquina Olvidada.
Luis quería ser piloto de carreras, pero quiso Dios, el
destino y la genética darle mucha más altura que reflejos y más memoria que
altura. Te recitaba los putos Reyes Godos tras leer la lista una sola vez. Así
que estaba claro que en un coche de carreras no cabría, por lo que todo parecía
indicar que sentaría su culo en un sillón de cuero de notario, abogado o
cualquiera de esos trabajos tan aburridos.
Javi el Gamberro se empeñaba en ser roquero, y no se le daba
mal al cabrón, tenía su grupito, no como los de ahora de niñatos idolatrados,
sino de los de guitarra eléctrica, batería y bajo, con poster de los Gun y de los
Ac/Dc vigilando su cama. Pero cuéntale a tu padre otra historia, que imaginar a
su hijo con melenas y tatuajes no era precisamente el futuro planeado.
Mat, arqueólogo, eso es lo que decía cuando su padre quería
presumir en las fiestas de pingüinos que celebraba en su casa, pero cuando Mat
decía eso, en su mirada se dibujaba el látigo de Indiana Jones. Esa era la
arqueología que quería hacer Mat, de sombrero calado y cicatrices y no de viejas vasijas de barro. Mat no se sabía los Reyes
Godos, ni de lejos, pero cuando Luis el empollón los recitaba, de pronto le
cortaba y nos relataba el misterio de la tumba de Alarico, o la intrigante
búsqueda del Santo Grial cuando tocaban los templarios o cualquier otra
historia o leyenda mucho más interesante que cualquier lista recitada. Claro
que cuando resultó que el mayor misterio estaba en la contabilidad de la
empresa de su padre y años después todo se fue al traste, Mat tuvo que colgar
su sueño y su sombrero imaginario para ponerse a trabajar de cualquier cosa.
Respecto a mi… "El Raro", bien claro tenía mi
sueño, en la buhardilla y con bolígrafo lo retaba todas las noches, pero la
pandilla poco sabía. Me apuntaba a todos los suyos y dejaba entrever un poco el
mío: Escritor. Pero incluso cuando lo digo ahora, me sigue asaltando la misma
sensación de antes, entre pedante y redicho para un chico de 15 años. Por eso
justificaba mi presencia en esa pandilla soltando alguna letra para una canción
de Javi y cosas así. Tonterías de un chico raro y demasiado introvertido, que
piensa que su gran secreto pasa clandestino a los que ven tus ojeras y dedos
manchados de tinta cada descanso de las 11:30 en aquella Esquina Olvidada.
Claro que lo sabían, pero por eso era especial esa esquina, porque también se
respetaban los sueños silenciosos.
Creo que todos los chavales lo hemos hecho alguna vez, la
típica promesa de sangre para reunirnos pasados 20 o 30 años. Pero la nuestra
fue diferente, la promesa consistió en reunirnos si alguno de nosotros cumplía
su sueño.
Nos perdimos la pista, como la maldita vida suele empeñarse,
dividió nuestros caminos entre universidades, mudanzas y cosas así. Contábamos
con ello, aún con todo, nos reuniríamos pasara lo que pasara. Por eso sé que
aún ninguno logró cumplir su sueño.
Luis, el empollón, no rompió lo predecible, es abogado y de
los buenos, pero cuando recita a su hijo los Reyes Godos, seguro que una
sonrisa aflora en los labios y espera la interrupción en cualquier momento de
Mat. Lo más cerca que ha estado de ser piloto de carreras fue por un regalo de
esos que vienen en caja roja y pone algo así como "la vida es bella".
Tu puta madre, gilipollas.
Javi creo que es empresario, montó un negocio pero no me preguntéis
de qué. Lo que sí que sé es que aún puntea su vieja Zender pero me temo que más
tirando a "Ride On" que a " Highway to hell", con todo lo
que eso simboliza. Tendrá su poster de los Gun enrollado en el trastero, le
conozco bien, y seguro que tampoco tiró aquella canción que le escribí.
Mat… Mat no se pone sombrero ni lleva látigo. Lo último que
sé de él es que llevaba casco de obra y tiraba monedas en una puta tragavidas,
digo tragaperras. Prefiero no hablar más de él, el tío más listo que he
conocido y que la vida ha jodido, que no heredó más que la mierda que sembró su
padre y tuvo los cojones de abandonar sus misterios e intrigas para romperse la
espalda por los suyos.
Y quedo yo, que aquí me veis, poco ha cambiado, menos boli y
buhardilla, más teclados y cafetería, por lo menos ya no me escondo, algo es
algo. Sigo escribiendo, cuando puedo, entre cabeceos de la vida me despierto y
recuerdo lo que siempre quise ser. Mato el insistente gusanillo escribiendo
relatillos como este. Alguna novela se me ha escapado, cierto, pero igual que
Luis el abogado, Javi el empresario y Mat el obrero, no puedo mandar una carta
o coger el teléfono y decir a la panda: «Chicos,
a las 11.30 en La Esquina Olvidada. Tengo algo que contaros». No, tampoco
yo he cumplido mi sueño.
Pero aquí me veis, tampoco me rindo del todo. Este relatillo
que mata el gusanillo puede que no sea más que un chute de metadona, o puede
que guarde algo más profundo. Una de esas estúpidas reflexiones de domingo
triste que me vienen al ver a mi hijo soñando con ser piloto de motos. Y veo
sus ojos, su sonrisa y me juro que no permitiré que ni la vida, ni las reglas,
ni un profesor cojo, ni la salve de las 12, ni mi herencia mutilen los sueños
que le florezcan con 15 años, porque creédme, bueno, que gilipollez, lo sabéis
bien vosotros, los sueños de los chavales son los buenos. No sueñan con ser
rico, ni con ser famosos, ni poderosos, por eso son puros, son "Los
Buenos" Tienen sueños que alimentan sus corazones, no siembran envidias. Y
pediría, gritaría, suplicaría a las escuelas, a los "adultos", a los
que mandan, a los padres "orgullosos" de lo inteligentes que son sus
hijos, que no mutilen sus sueños, que no esculpan sus frustraciones en ellos,
que si les sale alto el chico, le fabriquen un puto bólido más grande, que si le
da por hacer slide con una guitarra
invisible, le añadan un traste; que si suspira por viajes y aventuras, no le
lleven a Disneylandia, sino a Egipto, joder. Y si por algún casual os sale raro
el chico, muy callado, algo autista y solitario, y veis por la mañana que sus
dedos están manchados de tinta azul y sus ojos se llenan de ojeras, tranquilos,
no es tan grave, no le regaléis más videojuegos pagados con preocupación, hacedme caso, bastará con que le compréis
más libros.
Tengo la esperanza de que algún día recibiré una carta,
puede que incluso la escriba yo, y la pandilla que nunca pretendimos ser,
volvamos a reunirnos en una esquina. Será cualquiera, pero seguirá siendo la
nuestra, la Esquina Olvidada. Cuando ocurra no tengo ninguna duda de que este
relato frustrado que he escrito lo firmaríamos los cuatro: Luis el Piloto Empollón,
Javi el Rokero Gamberro, Mat el Aventurero listillo y yo, el Escritor Raro.
Hasta entonces, seguiré vigilando y cuidando de los sueños de mis hijos.
domingo, 8 de febrero de 2015
Enamórate de una chica tonta.
Enamórate de una chica tonta. Hazme caso. De una que no se
encerró en una buhardilla a leer libros polvorientos porque prefería pasear
escuchando el ruido de las hojas que
pisaba. Una vez conocí una así. Recuerdo
una noche que nos tumbamos en la hierba. Yo miraba a las estrellas. Ella me
miraba a mí. Le expliqué las reacciones químicas que formaron las estrellas. Le
hablé de la gravedad, de cómo los cuerpos
se atraen, de la aceleración, de 9,81 metros por segundo cuadrado. De
explosiones, big bang y universos paralelos. Mis palabras fluían hacia el
espacio y mis dedos señalaban silenciosas estrellas. Y la chica tonta, que no
sabía quién era Kepler, me miró como si no hubiera entendido nada y con una sonrisa me dijo:
- –Qué tontería. Son sólo lucecitas en el cielo.
Y me besó.
Y al hacerlo en mis labios ocurrieron reacciones químicas
que no entendí. Nuestros cuerpos se atrajeron con la misma fuerza, mi corazón
se aceleró y no me extrañaría que latieran 9,81 veces por segundo… al cuadrado.
Ahora lo pienso y tengo la certeza absoluta de que sin esa
niña tonta que no conocía a Kepler, mi vida explotaría en un big bang sin
sentido. Viviría en un universo paralelo en el que no me gustaría estar. En una
vacía galaxia viviría. De entre las estrellas silenciosas y libros
polvorientos, una chica tonta me rescató. Son sólo lucecitas…
Enamórate de una chica tonta. No pierdas tiempo. De una chica que no sepa
quién es Dostoievski y frunza el ceño cuando sonríes por su ignorancia. Que se
pierda en argumentos complejos, tramas y retamas, nudos y desenlaces de
pedantes y eruditos. De Sabios. De una de esas chicas que no rima con Whitman
pero que de sus labios brotan versos, perdón, besos. Una chica tonta que llora
con las bobas comedias románticas del cine y se duerme aburrida con Casablanca.
Que le gustan historias tan simples que te hacen menear la cabeza y rendir el
mando de la tele a su sonrisa. Enamórate de una de esas chicas por las que
serías capaz de renunciar al Halcón Maltes y a Bogart por el simple
hecho de que siga contigo en el sofá. Sí, enamórate de ella, maldita sea,
porque esa chica, sin saberlo, escribirá tus dramas y aventuras con tal
simpleza que te hará sentir un vulgar escritorzuelo buscando madera inspiradora
en un bosque tallado por Dalí.
Conocí una chica así. Cuando la vi, me dije como Bogart: «De todos los bares en todos los pueblos en todo
el mundo, ella entra en el mío» Traté de no enamorarme. Incluso me convencí
de que no estaba enamorado. Nos sentamos en una cafetería y le hablé del joven
Werther, de dramas Shakespeare, de poemas de Keats, del amor que yo buscaba, de
esa chica tan especial que conocería un día, que leería Stendhal, recitara la
teoría de la relatividad de memoria y que nuestro amor sería tan mágico como el
número aureo.
Y ella me miró con una tristeza que no pude describir.
Tantos libros que había leído yo… y una mirada le bastó.
- –Pobre –me dijo–. No comprendes nada –sentenció.
Y no hizo como yo. No sonrió ante
mi ignorancia. Me cogió de la mano y me explicó las reacciones químicas que
unen los corazones. Me explicó los dramas de Shakespeare. Me explicó poemas de
Keats… sin haber leído nada de todo aquello.
La ley de gravitación universal
empieza con una mirada. La fusión no está en las estrellas, pobre tonto, están
en los abrazos. El big bang es el primer beso. Ese beso que atrapas y subes
corriendo a la buhardilla para escribir una poesía creyendo que fue Baudelaire
quien te ayudó, idiota… La primera vez que haces el amor, rompes teorías de la
relatividad. Y cuando ella pierde la sonrisa, mandas a la mierda a Kepler y
recuerdas la sencilla ley de Acción y Reacción: Ella triste. Tú mueres. Con una
sola lágrima le bastará para enredar tu erudita ciencia entre los reglones de
una tragedia, y sabrás, pobre tonto, al fin lo entiendes, lucecitas… que no es
Hamlet, ni Julieta, ni Macbeth, ni Othelo, ni el espectro de ningún elevado
dramaturgo atormentado quien empuja tu febril lápiz.
¡Enamórate de una chica tonta! Con
el tiempo, recordarás a Bogart y no comprenderás nada, de eso se trata, de no
comprender nada: "De entre todos los
bares del mundo…" Yo caluroso, ella friolera. Yo ventanas abiertas,
ella con persianas cerradas. Ella mañanas, yo madrugadas. Yo vino. Ella un
Bitter… ¡Un Bitter! ¡A quién demonios le gusta el Bitter!
Sí, hazme caso, enamórate de una
chica tonta. Que entienda de abrazos más que de fusiones. Que no calcule besos,
que se equivoque al sumarlos. Que te atraiga cada año con una fuerza directamente
proporcional al volumen de silencios que desplaza. Que te inspire un sueño 9,81
veces por segundo… cuadrado. Que frunza el ceño a Dostoievski, que al leerte
diga "Buff…" y te coja de la mano para sacarte de tus libros. Que se
trabe al decir Baudelaire pero recuerde bien a vuestros amigos. Que le aburra
Casablanca. Sí, incluso que le guste el Bitter.
Si lo haces, un día llegarás a
una terrible conclusión, a esa que sospechas desde aquella noche en que
tumbados en la hierba explicabas las estrellas. Que en el fondo sabías que uno
hablaba del vacío y de La Nada y ella vivía con su mirada y lo sentía Todo. Que
uno se perdía en el Espacio/tiempo y ella recorría espacio que nos separaba y ganaba
tiempo.
Sí, enamórate perdidamente de
una chica tonta, me darás las gracias. Una tarde, en una cafetería, después de
muchos años, escribirás esa conclusión:
Yo aquí tan listo y tan
ignorante. Tú allí tan tonta y… tan sabia.
Y sabrás que lo tuyo tiene
solución si al poner punto y final, te vas a dormir y ella, sí, la chica tonta,
está en tu cama.
viernes, 7 de noviembre de 2014
Libro del Nuevo Apocalipsis - Manifiesto para la Revolución
LIBRO DEL NUEVO APOCALIPSIS
1. La Última Ladera.
(1) Pude ver un campo mutilado. Pude ver prados sembrados con cuerpos desmembrados. Pude ver la niebla flotando entre los bosques seccionados, la muerte, el fin, el destino de estos pasos. El Futuro que estamos labrando.
(2) Subí miserable y abatido, apoyando mis puños en la húmeda tierra roja, asiéndome a espíritus desnudos, hacia aquella bandera que divisaba en lo alto de la colina. (3) Ondeaba ligera y negra; conquista del enemigo que danzaba orgullosa con la brisa de un nuevo mundo. Al fin llegué a la colina y me senté. Tan sólo me quedaba esperar al amanecer.
(4) Rompiendo por los riscos del horizonte, el sol comenzó a disipar la niebla y mi corazón comenzó a congelarse ante la terrible visión que había dejado la guerra. (5) Mi colina no era tal, era la arrugada estela de una bomba. Era la cicatriz de la tierra que se moduló y se elevó y se petrificó como las ondas de una piedra en un tranquilo lago. (6) Era la periferia del infierno. La frontera entre pasado y del futuro. El horizonte que con nuestros actos dibujamos. La Última Ladera
(7) Llevé mi mirada hacia atrás y vi la ladera, tierra que acababa de subir sin saber lo que en ella habitaba. Limbo de nuestra historia en pendiente sin fin. (8) Miles de cuerpos se arrastraban alejándose. Unos no tenían piernas. Otros no tenían brazos. Otros no tenían nada. Todos se arrastraban. Unos susurraban delirios. Otros, ahogados quejidos. Otros no decían nada. Todos lloraban.
(9) Viendo aquello, viendo a los supervivientes del infierno, con temblor en mis ojos imaginé lo que aquella onda encerraba. Pero no hay imaginación posible para intuir lo que hicimos. Por fin llevé mis ojos al Gran Valle de la Muerte.
(10) El sol había vencido al horizonte y la niebla sumisa desapareció. Pude ver tres ondas, a cual menor que la anterior, estando yo en la más alta, estando el centro en la más negra de las profundidades. Cada onda tenía su colina que suave descendía hasta el valle que formaba con la siguiente onda. (11) Sin saber por qué, un susurro en mi cabeza, una voz que me instaba, una apremiante sensación, una lejana melodía, el viento que me empujó, mi alma que se moría, decidí bajar hacia El Valle de La Muerte.
2. Primera Onda
(1) Descendí lleno de terror por todo aquello que esperaba ver, pero poco antes de llegar al primer valle pude divisar algo extraño. Parecían piedras o matorrales oscuros y alineados perfectamente a lo largo de la onda. Me detuve un instante tratando de adivinar qué era aquello. (2) Fue entonces cuando pude escuchar un lejano ruido, gritos histéricos y nerviosos que se confundían con estridentes notas de trompetas y quejidos. Intrigado por aquél penetrante y agudo tronar, seguí bajando. (3) Llevaba mi mirada al primer valle y podía ver como si un enjambre lo cubriera. Un oscuro líquido que lo bañaba y que, impulsado por raquíticas corrientes, zigzagueaba y lamía sin orden las lomas de su cauce. (4) Sin poder apartar la vista de aquello, seguí avanzando hasta que tropecé y caí. Confuso miré hacia atrás y comprobé que había sido una de aquellas piedras o matorrales lo que había provocado mi caída. (5) Aun tan cerca, no podía saber qué era, así que me levanté y me acerqué. Entonces, aquél bulto se movió, haciéndose más pequeño, enrollándose en sí mismo. No era piedra ni matorral. Llegando a su lado, la sangre se me heló. Era un niño. (6) Un niño arrugado entre harapos. Abrazado a sí mismo. Calentado por sus propios brazos. Y el alma se me partió cuando alzando mi mirada confirmé que el resto de bultos alineados eran otros niños. (7) Miles y miles de niños aislados y en perfecto orden silencioso. Como piedras repartidas sembradas en un estéril arado. Sin tocarse entre ellos. Sin sonrisas, sin canciones, sin juegos, sin palabras, sin secretos.
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