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martes, 21 de junio de 2011

La Vaca que subió a la Montaña. 3ª y Última Parte

Antes deberías haber leído: 1ª Parte - 2ª Parte

3ª Parte.

         Y al galope tendido salió de aquella cerca esa familia aventurera. Dejando atrás los mugidos escandalosos de las vacas y los toros que, alborotados, iban de un lado a otro sin entender nada de lo ocurrido, nuestros protagonistas avanzaron por el mundo.
         Gallardo, echando una mirada fugaz al cercado,
se quedó bastante confundido. Las mediocres reses huían... ¡de la valla rota! Pobres cornudos y orejudos que se atemorizan ante la libertad. ¿Por qué no escapaban también? Simplemente porque el campo abierto les daba miedo. Allí tenían sus vidas, entre las vallas; allí sus pequeñas parcelas de dominio, su hierba favorita, su paja acolchada, su charla rutinaria, sus mugidos, sus pequeñas vidas. Sí, había que aceptar ciertas cosas, ¿no? Al pesado del granjero apretando unas ubres por aquí o un varazo por allá; comportarse como un bravo sin ser demasiado bravo, así, con disimulo, coceando, corneando, algún bufido, pero sin exagerar... Hombre, tanta reja pinchuda, pues sí, molesta, pero oye, si te dan de comer bien... se aguanta, ¿no? Y de pronto, una valla reventada, una reja caída, un escape ofrecido... ¿escape? ¿A dónde? Con lo bien y con lo cómodo que se está aquí... No, no, a mi dejadme en paz de aventuras o ideales, yo con mi vida tranquila y mis costumbres... ¿un escape? Anda, déjate. A demás... ¿de qué vas a huir? ¿A dónde vas a ir? Mira que se te ocurren cosas raras, deja, deja, paso de escapar.
         Sí, así pensarían los buenos amigos que dejaba Gallardo—pues los tenía—y con tristeza y con un silencioso adiós se despidió y continuó con su firme decisión y su familia galopante.
         Allí también quedó aquel incomprensible ser, con su singular e indescifrable idioma que a veces no entendía ni él mismo, pero para colmo de los casos anteriormente expuestos, ¿el tío no va y se convence de que su ganado lo entiende? Vamos a ver, alma de algún dios, no ves que son gruñidos y graznidos, si por lo menos vocalizaras... Se podría dar el caso. Pero tú debiste faltar a la escuela el día que explicaron que así como un gorrión jamás entiende a una vaca, ni por asomo una vaca va a entender a un humano. Pero vas tú, con tu cansino palo largo dando por aquí y por allá y al ver moverse a las reses, pues ala, tú te crees que es que te entienden...


         Mira, vamos a dejarlo, yo me voy con nuestra familia aventurera y retomo su galopante escapada hacia el futuro. Y allí van los trotamunderos, recorriendo kilómetros incansablemente por aquella llanura tan inmensa. Horas después de que el galope se convirtiera en el trote, ya muy muy lejos de la granja, se cansaron y pasando de trote a paso, levantaron su mirada al horizonte y vieron algo extraño. Una inmensa mole de oscuridad se cernía sobre ellos. A lo lejos, una gran mancha oscura surgía de la tierra llenando de preocupación a Gallardo, Remi y Cloti.
         - ¿Qué es aquello, cariño?—preguntó la Remi.
         - Pues... no sé...—contestó Gallardo.
         - Es muy grande, papi—informó Cloti.
         - Si... si, ya lo veo, pequeña—y Gallardo se paró y con él su familia.
         - Vas a embestir también contra eso, papi—preguntó divertida Cloti.
         - Pueeess... vamos, si hace falta...—Gallardo no quiso defraudar a su pequeña.
         - No es por nada, cariño, pero lo veo demasiado grande, incluso para mi fortachón—comentó la Remi juguetona.
         - Descansemos un rato. Luego seguimos y, cuando estemos más cerca, ya veremos.
         Eso hicieron. Rumiaron un rato distraídos y silenciosos, disfrutando de aquél sabor tan nuevo, fresco y distinto de la hierba libre. Luego descansaron, pero allí tumbados y retozando, Gallardo no apartaba la vista de aquella mole oscura del horizonte.
         Al cabo de un rato, incorporándose, Gallardo les animó a continuar. Y continuaron, pero no sintieron ya una persecución, ni una huida o escapada, se sintieron dueños al fin de sus pezuñas, de sus pasos y sus huellas. Ellos mismos eligieron su destino, y éste fue aquella mole oscura del horizonte.
         Tras unas horas llegaron a lo que parecía ser el origen del extraño oscurecimiento del horizonte. Los tres, parados, miraron entre asustados y confundidos.
         - ¿Pero qué es ésto? –preguntó la Remi.
         - ¡Mami, mami! ¡La tierra está arrugada!—gritaba alucinada Cloti.
         - ¿Cariño? ¿Qué es ésto?—insistió Remi mirando a su marido esperando que Gallardo, dada su mayor experiencia en el campo abierto, supiera contestar. Pero Gallardo andaba absorto.
         - ¡Papi, Papi! ¡La hierba sube al cielo!—pero Gallardo no reaccionaba.
         - ¡Gallardo!
         - ¡Papi, Mami! ¿Qué le pasa a la tierra? ¿Hay algo debajo enterrado que es muy grande?
         - No hija... Creo... que es la guarida del Sol, debe ser el fin del mundo...—Un silencio acorraló a la familia aventurera y los tres miraron a aquella gigantesca montaña. Pues era una montaña o más  bien, un montón de montañas juntas. No, no era el fin del mundo ni la guarida del Sol, todo el mundo sabe que el sol tiene su morada en algún misterioso lugar dentro del mar, pero nuestra familia jamás había visto una montaña.
         - ¿Tan lejos hemos llegado? –preguntó Remi—Ni fin del mundo ni fin del munda, esto es muy feo y raro, ¡No pienso acercarme a eso!—dijo señalando con su hocico.
         - Papi, papi, ¿que hay debajo?
         - No lo sé, pequeña.
         - Mami, mira que hierba más verde, ¡qué pinta tiene!
         - ¡Ni hablar del pelagin! No quiero ni que te acerques, ¡siempre pensando en rumiar!
         - La verdad es que esa hierba... tiene buena pinta...—dejó caer Gallardo.
         - ¡Eso! ¡Tú anima a la cría! ¡Ni oírte quiero! ¡Ni hablar del pelo falso del granjero! ¡Andando! ¡Vamos! Tira pa´lante y sin acercarse a esa cosa tan fea. ¿Pero no veis que os podéis matar si subís ahí? ¿Qué queréis, romperos la crisma? ¡Ni hablar, tira!
         Y Gallardo y Cloti, obedientes pero mirando de reojo, siguieron andando bordeando las montañas.
         - ¡Vamos animal! Ahí arriba me voy a subir yo, ¡na´ menos! Para caerse y dejarse el cuello. ¡Matarme! Eso es lo que queréis. Yo creo que es que no me queréis—decía compungida la Remi dejando caer alguna lagrimita de mártir—¡Mírala! ¡Pero mirarla! Lo fea y mala pinta que tiene...
         - Tranquila mama, que no vamos a subir...—tranquilizó Cloti.
         - No, claro, si... No me queréis y ya está... Si preferís esa hierba tan verde antes que a mi... pues ala, iros, dejadme aquí sola...
         - Llevas razón, cariño, tranquila...—consoló ahora Gallardo—si nos caeríamos seguro, no podríamos mantener el equilibrio—y mientras le rozaba con su panza.
         - Si, claro, ahora... en el fondo estoy segura que os iríais los dos y me dejaríais aquí sola... ¿Eso es lo que queréis?
         - ¡Ay, mama!—dijeron Cloti y Gallardo a la vez.

         Al cabo de un buen rato, padre e hija consiguieron al fin apaciguar los sollozos de la Remi, y, ya en silencio, continuaron por aquel borde de las montañas que cada vez parecía más infinito. Pero llegó un momento crítico. El hambre no podía saciarse con aquella verde verdísima hierba y ni tampoco con aquella hierba seca sequísima que pisaban; encima, ni un poquito de agua habían visto en horas.
         - Mami, tengo hambre—protestó Cloti.
         - ¡A callar!, qué ya sé por donde vas...—le atajó la madre.
         - Mami, tengo sed...
         - ¡Que quieres! ¿Que te de en el culo? ¡Vamos, ni oírte quiero!
         - ¡Mmmuu!—protestó Clotilde.
         - ¿Cómo has dicho? ¿Cómo? Ven aquí, vaca vulgar... ¡Qué soez!
         Gallardo, conociendo a su amada y sabiendo que cuando el hambre y el cansancio la apretaban, su ánimo se hacía por momentos más irascible, decidió intervenir.
         - Remi, cariño, descansemos un rato y durmamos, así se nos olvidará el hambre y la sed—dijo Gallardo con la lengua colgando.
         - Sí, sí, descansemos—aceptó la Remi también hambrienta y sedienta pero sin decirlo.

         Se volvieron a recostar y comenzaron una involuntaria competición de rugidos estomacales. Cloti intentaba convencer a su madre, pero Remi, entre el hambre y el cansancio, cada vez estaba menos comunicativa.
         - Mami...
         - ¡A callar!
         - Pero ma...
         - ¡Chiss!
         - M...
         - ¡Eich!
         Cloti se dio por vencida y, separándose refunfuñando unos metros, se tumbó también haciendo burlas a escondidas.
         Gallardo y Remi se arrejuntaron un poco y, bajo el soporífero sol y sobre la seca tierra, se durmieron.

         Un pequeño crujir despertó a Gallardo que, alzando la cabeza alarmado, encontró a Cloti. Los ojos se le salieron de las cuencas al ver que su pequeña, andando sobre la punta de sus pezuñas, con todo el sigilo del mundo, se escapaba de sus padres e iba directa hacia la montaña.
         - ¡Clotilde!—le llamó asustado. Remi despertó sobresaltada y, de un salto, se puso sobre todas sus patas.
         Cloti, al verse descubierta, salió en estampida hacia la arrugada ladera.
         - ¡Clotilde! ¡Ven aquí!—gritó poseída la Remi.
         - ¡Hija, pequeña, no lo hagas!—pero las tripas de Cloti rugían demasiado y esa hierba de la ladera, tan verde, tan fresca... era demasiada tentación.
         - ¡Hija mía, que te vas a matar!—y la Remi, que saltó al galope tras su pequeña, lloraba histérica y muerta de miedo por el peligro de su pequeña.        
         Una especie de atronador atropello, de monstruosa estampida de miles de pezuñas, pasaron junto a Remi como una exhalación. Era Gallardo, que cómo siempre tardío en reacciones, galopaba como nunca tras su pequeña Clotilde.
         - ¡No lo hagas, pequeña!—pero ya era tarde. La pequeña Clotilde ya había comenzado a subir por la ladera y gritaba feliz y encantada.
         - ¡Qué hierba más blanda!—y subía y subía.
         Sin haberse dado cuenta, Gallardo en su gallardía, sumido en su valiente rescate, también había empezado a subir detrás de su pequeña. El peligro de su Cloti le había nublado la vista dejando la nitidez tan sólo para su hija.
         - ¡Bien, papi!—felicitó contenta Cloti al ver a su padre.
         - ¡Oh, tu también!—dijo apesadumbrada Remi sin percatarse que ella igualmente, y por iguales motivos, había comenzado la peligrosa ascensión.
         - ¡Bien!—gritó alegre Cloti viendo a sus padres.
         De pronto, muy en lo alto, Cloti se paró y miró a sus padres.
         Gallardo, no queriendo asustar a su hija, se frenó de golpe.
         - No te muevas pequeña, yo te salvaré.
         - ¿De qué, papi?
         - No hables, no respires, no mires hacia abajo... tranquila hija, te puedes caer, es peligroso...
         - ¡Que no, papi! Mira—dijo Clotilde dando un par de saltitos y cabriolas en la empinada cuesta ante la alarmante mirada de sus padres.
         - ¡Looooooca! ¡Gallardooooo! ¡Bájala de ahí! ¡Salva a mi pequeña!—gritó histérica Remi sin aún notar su situación.
         - ¡Pero si no pasa nada! ¡No nos caemos! ¡Mami, Papi, si ya estáis arriba! Mirad hacia abajo.
         Y sin saber exactamente por qué, los dos miraron hacia atrás, que en este caso era hacia abajo.
         Gallardo, como instintivamente, se agachó tanto que su panza tocaba la hierba. No podía creer donde estaba. Y la Remi, al ver su altura, con un grito poseído, se puso a temblar entera ella estando, en el fondo, enteramente paralizada. Sus piernas se tambaleaban asustadas y comenzó a gritar y llorar.
         - ¡Gran Fenix! ¡Vamos a morir! ¡Gallaaaardoooooo!
         Y el pobre Gallardo, que ya tenía suficiente con lo suyo, no sabía bien que hacer. Lo primero era vencer su propio miedo, pero... ¿después? Ir a salvar a su pequeña hija o ir a salvar a su amada Remi...
         - ¡Hola papi!—dijo Clotilde que había bajado hasta su padre descartando así una de las opciones. Del susto inesperado que se llevó Gallardo, casi se cae de verdad. Cloti miraba divertida a su padre y comenzó a trotar dando vueltas alrededor de su padre con una agilidad increíble.
         - ¡Vamos papi, relájate, no pasa nada!
         Gallardo, viendo la tranquilidad y seguridad de su hija, comenzó a hacerla caso. Relajando una pezuña, la desenterró y dio un corto cortísimo paso.
         - ¡Muy bien papi!—aprobó Cloti. Luego, dejando a su padre, bajó trotando hasta su madre.
         - ¡No te acerques, que me tiraaas!—y las temblorosas piernas de Remi golpeaban entre si.—Mala hija... eso es lo que eres...
         - Mami, mami... que no pasa nada—decía Cloti también dando vueltas en círculos alrededor de su madre—Mírame, no me caigo ni nada.
         - ¡Déjame! ¿Es que no me quieres...?
         - ¡Mami! Mira a papa.
         Y Gallardo, con cierta seguridad, ya bajaba hacia ellos. Como probando sus posibilidades, aún con cautela, zigzagueaba.
         - ¡Me queréis mataaar!—lloraba Remi.
         - Cariño, es verdad, no pasa nada—le dijo llegando Gallardo—No nos caemos ni nada.
         - ¡Dejadme en paz, dejadme!—Remi era incapaz de reaccionar. De pronto, Gallardo, haciendo un guiño cómplice a su hija, dijo:
         - Bueno... pues tu te lo pierdes.
         - ¡Ves, ves, ya no me quieres!—protestó Remi.
         Gallardo, apartándose un poco pero siempre a la vista de Remi, agachó la cabeza y comenzó a arrancar hierbas.
         - ¡Mmmmm! Delicioso—dijo con la boca llena. Cloti, viendo el plan de su padre, le imitó. Comenzó también a comer la ansiada hierba fresca.
         - ¡Ooooh! ¡Que buena!—decía mientras rumiaba.
         - ¡Qué sabor!
         - ¡Qué olor!
         - ¡Qué fresquita!
         - ¡En mi vida probé algo parecido! –y aunque pretendían convencer a la Remi, la verdad es que todo lo que decían era, pues eso, verdad.
         - Uummmm
         - Madre mía... ¡Qué rico!
         Remi, aún temblorosa y gimoteando, aunque paralizada por el miedo, miraba de reojo a Gallardo y a Cloti, pero no se atrevía ni a agachar la cabeza.
         - ¡Cloti! Ven aquí a probar esta, que es más larga...—y Cloti, corriendo, iba hacia su padre.
         - Papi, mira esta más oscura junto a las rocas—y Gallardo trotando iba. Remi, mientras lo miraba todo de reojo.
         - ¡Oh! Esto es el paraíso del Gran Fénix..
         - ¡Exquisito!
         Y de pronto, no pudiendo aguantar más, la boca de Remi se abrió y sacando la lengua la comenzó a estirar todo lo posible y parte de imposible. Pero no llegaba a la verde hierba. Por instinto, venciendo a regañadientes su miedo, agachó lentamente la cabeza hasta que su lengua tocó una brizna. Remi intentó enrollarla con la lengua, pero nada, no podía.
         Luchó un rato con la brizna y viendo su derrota inminente, acabó sucumbiendo a la tentación y, finalmente, agachando más su cabeza, consiguió arrancar un poco de hierba. Comenzó a rumiarla lentamente. Su temblor de piernas había cedido, pero no pidamos más, pues la Remi no se atrevía.
         - ¿A que está buena, mami?—y Remi, con la hierba aún asomando, no pudo más que esbozar una sonrisa resignada y decir entre dientes:
         - Bueno... No está mal...
         Y así fue como, por causa del hambre y de un sabor nuevo y fresco, poco a poco, Remi comenzó a rumiar. Más segura agachaba su cabeza al principio, después se atrevía a girar el cuello en busca de más, hasta llegar el momento en que venció el miedo paralizante y, moviendo con pequeños pasos, osó cambiar su posición, pero sin mucho alarde, hay que decirlo.
        
         Cuando pasó un buen rato rumiando de los alrededores de su posición paralizante, la Remi, casi sin darse cuenta, comenzó a trasladarse en busca de otras zonas con hierba. Así pues, en el disfrute de aquél festín, Remi olvidó todo y terminó yendo de aquí para allá comiendo y disfrutando de la hierba larga, de la oscura, de la amarilla, de la vida que le brindaba aquella loma de aquella montaña tan fea.

         Allí, compañeros míos, la familia trotamundos, la familia galopante, la familia aventurera, la familia rumiante, decidió establecerse durante algunos largos años, siendo ellos, pues, una familia pionera en su especie y su estirpe, única en muchos sentidos, especial en otros muchos, pues jamás vacuno alguno habíase visto encaramado en una montaña rumiando tranquilo pues, con aquella poca agilidad, sabían seguro que alguna desgracia les vendría subiendo a esas alturas, y claro estaba hasta que llego la loca y hambrienta, la temeraria y terca Clotilde y demostró que aquello, al fin y al cabo, era una tontería, pues no todo lo que nos parece impensable es imposible. No olvidéis, queridos animales míos, que también nuestra familia pionera, especial y única, fue pionera, especial y única por otro motivo aún, incluso, más elevado. Pues fueron ellos, la atrevida Clotilde, la decidida Remi y el audaz y valiente Gallardo, los primeros vacunos que decidieron rebelarse contra las vayas y las rejas pinchudas. Ahora, claro, lo veis algo normal, pero debéis recordar que antes el mundo entero se dividía en cercas y cercados, en granjas y en ganado, y fue la necesidad de trotar en libertad, de acariciar sin temor y de ronronear sin peligro lo que llevó a nuestra familia a embestir las vayas, derribar el cercado y escapar al campo libre.


         No, no, no os vayáis, pues os perderíais la más importante hazaña de nuestra pionera familia, la razón, el germen de todos estos cambios que hemos vivido. ¿Creéis acaso que la aparición de aquellas preciosas manchas fue un simple malentendido o desacuerdo entre los colores paternos? ¡Ay, animales míos! ¡Todo lo contrario! Miles de eruditos y estudiosos, de sabios y científicos humanos estudiaron durante milenios la sorprendente aparición de esas manchas, y ahí siguen los pobres, ya con chepas y ciegos perdidos ojeando libros y estudiantes... ¡Así no verán nada! Aquí me tenéis, con mi palo largo y mis afinados gruñidos, que antes fui ciego y ahora tan solo tuerto, cojo ya, viejo hace mucho, que sin haber leído un libro y siempre rodeados de vosotros, decidí un día desenrollar tanta vaya que tenia, arrancar tantos cercados y acortar un poco mi vara; pues cuando dejé de oír los bufidos de Gallardo, cuando ya no disfruté de mi adorada Remigia y cuando deje de admirar a Clotilde y sus preciosas manchas, primero estuve triste y luego fui feliz, abrí los ojos una mañana y ya me harté de encerrar y de medir. Descubrí que el cercado me atrapaba tan sólo a mi, que las rejas pinchudas me arañaban sin darme cuenta y, sorprendido, averigüe que mi vara, que a veces la uso para medir, no me alcanzaba ni siquiera a mi.


         Ala, ala, ala, tuuusa, ya os podéis marchar, mis amigos, y recordad una cosa, esta es vuestra granja, sin vayas, sin cercas y con mi corta vara, cuando el hambre os apriete tenéis hierba de los montes verdes, pero si algún día tenéis frío, aquí tenéis a vuestro granjero amigo, con un establo calentito, con paja mullida y fresca y con alguna otra historia que puede que os sorprenda.


 f.j. Rohs

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