3ª Parte.
Y al galope tendido salió de aquella
cerca esa familia aventurera. Dejando atrás los mugidos escandalosos de las
vacas y los toros que, alborotados, iban de un lado a otro sin entender nada de
lo ocurrido, nuestros protagonistas avanzaron por el mundo.
Gallardo, echando una mirada fugaz al
cercado,
se quedó bastante confundido. Las mediocres reses huían... ¡de la valla rota! Pobres cornudos y orejudos que se atemorizan ante la libertad. ¿Por qué no escapaban también? Simplemente porque el campo abierto les daba miedo. Allí tenían sus vidas, entre las vallas; allí sus pequeñas parcelas de dominio, su hierba favorita, su paja acolchada, su charla rutinaria, sus mugidos, sus pequeñas vidas. Sí, había que aceptar ciertas cosas, ¿no? Al pesado del granjero apretando unas ubres por aquí o un varazo por allá; comportarse como un bravo sin ser demasiado bravo, así, con disimulo, coceando, corneando, algún bufido, pero sin exagerar... Hombre, tanta reja pinchuda, pues sí, molesta, pero oye, si te dan de comer bien... se aguanta, ¿no? Y de pronto, una valla reventada, una reja caída, un escape ofrecido... ¿escape? ¿A dónde? Con lo bien y con lo cómodo que se está aquí... No, no, a mi dejadme en paz de aventuras o ideales, yo con mi vida tranquila y mis costumbres... ¿un escape? Anda, déjate. A demás... ¿de qué vas a huir? ¿A dónde vas a ir? Mira que se te ocurren cosas raras, deja, deja, paso de escapar.
se quedó bastante confundido. Las mediocres reses huían... ¡de la valla rota! Pobres cornudos y orejudos que se atemorizan ante la libertad. ¿Por qué no escapaban también? Simplemente porque el campo abierto les daba miedo. Allí tenían sus vidas, entre las vallas; allí sus pequeñas parcelas de dominio, su hierba favorita, su paja acolchada, su charla rutinaria, sus mugidos, sus pequeñas vidas. Sí, había que aceptar ciertas cosas, ¿no? Al pesado del granjero apretando unas ubres por aquí o un varazo por allá; comportarse como un bravo sin ser demasiado bravo, así, con disimulo, coceando, corneando, algún bufido, pero sin exagerar... Hombre, tanta reja pinchuda, pues sí, molesta, pero oye, si te dan de comer bien... se aguanta, ¿no? Y de pronto, una valla reventada, una reja caída, un escape ofrecido... ¿escape? ¿A dónde? Con lo bien y con lo cómodo que se está aquí... No, no, a mi dejadme en paz de aventuras o ideales, yo con mi vida tranquila y mis costumbres... ¿un escape? Anda, déjate. A demás... ¿de qué vas a huir? ¿A dónde vas a ir? Mira que se te ocurren cosas raras, deja, deja, paso de escapar.
Sí, así pensarían los buenos amigos que
dejaba Gallardo—pues los tenía—y con tristeza y con un silencioso adiós se
despidió y continuó con su firme decisión y su familia galopante.
Allí también quedó aquel incomprensible
ser, con su singular e indescifrable idioma que a veces no entendía ni él mismo,
pero para colmo de los casos anteriormente expuestos, ¿el tío no va y se
convence de que su ganado lo entiende? Vamos a ver, alma de algún dios, no ves
que son gruñidos y graznidos, si por lo menos vocalizaras... Se podría dar el
caso. Pero tú debiste faltar a la escuela el día que explicaron que así como un
gorrión jamás entiende a una vaca, ni por asomo una vaca va a entender a un
humano. Pero vas tú, con tu cansino palo largo dando por aquí y por allá y al
ver moverse a las reses, pues ala, tú te crees que es que te entienden...
Mira, vamos a dejarlo, yo me voy con
nuestra familia aventurera y retomo su galopante escapada hacia el futuro. Y
allí van los trotamunderos, recorriendo kilómetros incansablemente por aquella
llanura tan inmensa. Horas después de que el galope se convirtiera en el trote,
ya muy muy lejos de la granja, se cansaron y pasando de trote a paso,
levantaron su mirada al horizonte y vieron algo extraño. Una inmensa mole de
oscuridad se cernía sobre ellos. A lo lejos, una gran mancha oscura surgía de
la tierra llenando de preocupación a Gallardo, Remi y Cloti.
- ¿Qué es aquello, cariño?—preguntó la
Remi.
- Pues... no sé...—contestó Gallardo.
- Es muy grande, papi—informó Cloti.
- Si... si, ya lo veo, pequeña—y
Gallardo se paró y con él su familia.
- Vas a embestir también contra eso,
papi—preguntó divertida Cloti.
- Pueeess... vamos, si hace
falta...—Gallardo no quiso defraudar a su pequeña.
- No es por nada, cariño, pero lo veo
demasiado grande, incluso para mi fortachón—comentó la Remi juguetona.
- Descansemos un rato. Luego seguimos
y, cuando estemos más cerca, ya veremos.
Eso hicieron. Rumiaron un rato distraídos
y silenciosos, disfrutando de aquél sabor tan nuevo, fresco y distinto de la
hierba libre. Luego descansaron, pero allí tumbados y retozando, Gallardo no
apartaba la vista de aquella mole oscura del horizonte.
Al cabo de un rato, incorporándose,
Gallardo les animó a continuar. Y continuaron, pero no sintieron ya una
persecución, ni una huida o escapada, se sintieron dueños al fin de sus
pezuñas, de sus pasos y sus huellas. Ellos mismos eligieron su destino, y éste
fue aquella mole oscura del horizonte.
Tras unas horas llegaron a lo que
parecía ser el origen del extraño oscurecimiento del horizonte. Los tres,
parados, miraron entre asustados y confundidos.
- ¿Pero qué es ésto? –preguntó la Remi.
- ¡Mami, mami! ¡La tierra está
arrugada!—gritaba alucinada Cloti.
- ¿Cariño? ¿Qué es ésto?—insistió Remi mirando
a su marido esperando que Gallardo, dada su mayor experiencia en el campo
abierto, supiera contestar. Pero Gallardo andaba absorto.
- ¡Papi, Papi! ¡La hierba sube al
cielo!—pero Gallardo no reaccionaba.
- ¡Gallardo!
- ¡Papi, Mami! ¿Qué le pasa a la tierra?
¿Hay algo debajo enterrado que es muy grande?
- No hija... Creo... que es la guarida
del Sol, debe ser el fin del mundo...—Un silencio acorraló a la familia
aventurera y los tres miraron a aquella gigantesca montaña. Pues era una
montaña o más bien, un montón de
montañas juntas. No, no era el fin del mundo ni la guarida del Sol, todo el
mundo sabe que el sol tiene su morada en algún misterioso lugar dentro del mar,
pero nuestra familia jamás había visto una montaña.
- ¿Tan lejos hemos llegado? –preguntó
Remi—Ni fin del mundo ni fin del munda, esto es muy feo y raro, ¡No pienso
acercarme a eso!—dijo señalando con su hocico.
- Papi, papi, ¿que hay debajo?
- No lo sé, pequeña.
- Mami, mira que hierba más verde, ¡qué
pinta tiene!
- ¡Ni hablar del pelagin! No quiero ni
que te acerques, ¡siempre pensando en rumiar!
- La verdad es que esa hierba... tiene
buena pinta...—dejó caer Gallardo.
- ¡Eso! ¡Tú anima a la cría! ¡Ni oírte
quiero! ¡Ni hablar del pelo falso del granjero! ¡Andando! ¡Vamos! Tira pa´lante
y sin acercarse a esa cosa tan fea. ¿Pero no veis que os podéis matar si subís
ahí? ¿Qué queréis, romperos la crisma? ¡Ni hablar, tira!
Y Gallardo y Cloti, obedientes pero
mirando de reojo, siguieron andando bordeando las montañas.
- ¡Vamos animal! Ahí arriba me voy a
subir yo, ¡na´ menos! Para caerse y dejarse el cuello. ¡Matarme! Eso es lo que queréis.
Yo creo que es que no me queréis—decía compungida la Remi dejando caer alguna
lagrimita de mártir—¡Mírala! ¡Pero mirarla! Lo fea y mala pinta que tiene...
- Tranquila mama, que no vamos a
subir...—tranquilizó Cloti.
- No, claro, si... No me queréis y ya
está... Si preferís esa hierba tan verde antes que a mi... pues ala, iros,
dejadme aquí sola...
- Llevas razón, cariño,
tranquila...—consoló ahora Gallardo—si nos caeríamos seguro, no podríamos
mantener el equilibrio—y mientras le rozaba con su panza.
- Si, claro, ahora... en el fondo estoy
segura que os iríais los dos y me dejaríais aquí sola... ¿Eso es lo que queréis?
- ¡Ay, mama!—dijeron Cloti y Gallardo a
la vez.
Al cabo de un buen rato, padre e hija
consiguieron al fin apaciguar los sollozos de la Remi, y, ya en silencio,
continuaron por aquel borde de las montañas que cada vez parecía más infinito.
Pero llegó un momento crítico. El hambre no podía saciarse con aquella verde
verdísima hierba y ni tampoco con aquella hierba seca sequísima que pisaban;
encima, ni un poquito de agua habían visto en horas.
- Mami, tengo hambre—protestó Cloti.
- ¡A callar!, qué ya sé por donde
vas...—le atajó la madre.
- Mami, tengo sed...
- ¡Que quieres! ¿Que te de en el culo?
¡Vamos, ni oírte quiero!
- ¡Mmmuu!—protestó Clotilde.
- ¿Cómo has dicho? ¿Cómo? Ven aquí,
vaca vulgar... ¡Qué soez!
Gallardo, conociendo a su amada y
sabiendo que cuando el hambre y el cansancio la apretaban, su ánimo se hacía
por momentos más irascible, decidió intervenir.
- Remi, cariño, descansemos un rato y
durmamos, así se nos olvidará el hambre y la sed—dijo Gallardo con la lengua
colgando.
- Sí, sí, descansemos—aceptó la Remi también
hambrienta y sedienta pero sin decirlo.
Se volvieron a recostar y comenzaron
una involuntaria competición de rugidos estomacales. Cloti intentaba convencer
a su madre, pero Remi, entre el hambre y el cansancio, cada vez estaba menos
comunicativa.
- Mami...
- ¡A callar!
- Pero ma...
- ¡Chiss!
- M...
- ¡Eich!
Cloti se dio por vencida y, separándose
refunfuñando unos metros, se tumbó también haciendo burlas a escondidas.
Gallardo y Remi se arrejuntaron un poco
y, bajo el soporífero sol y sobre la seca tierra, se durmieron.
Un pequeño crujir despertó a Gallardo
que, alzando la cabeza alarmado, encontró a Cloti. Los ojos se le salieron de
las cuencas al ver que su pequeña, andando sobre la punta de sus pezuñas, con
todo el sigilo del mundo, se escapaba de sus padres e iba directa hacia la
montaña.
- ¡Clotilde!—le llamó asustado. Remi
despertó sobresaltada y, de un salto, se puso sobre todas sus patas.
Cloti, al verse descubierta, salió en
estampida hacia la arrugada ladera.
- ¡Clotilde! ¡Ven aquí!—gritó poseída
la Remi.
- ¡Hija, pequeña, no lo hagas!—pero las
tripas de Cloti rugían demasiado y esa hierba de la ladera, tan verde, tan
fresca... era demasiada tentación.
- ¡Hija mía, que te vas a matar!—y la
Remi, que saltó al galope tras su pequeña, lloraba histérica y muerta de miedo
por el peligro de su pequeña.
Una especie de atronador atropello, de
monstruosa estampida de miles de pezuñas, pasaron junto a Remi como una exhalación.
Era Gallardo, que cómo siempre tardío en reacciones, galopaba como nunca tras
su pequeña Clotilde.
- ¡No lo hagas, pequeña!—pero ya era
tarde. La pequeña Clotilde ya había comenzado a subir por la ladera y gritaba
feliz y encantada.
- ¡Qué hierba más blanda!—y subía y
subía.
Sin haberse dado cuenta, Gallardo en su
gallardía, sumido en su valiente rescate, también había empezado a subir detrás
de su pequeña. El peligro de su Cloti le había nublado la vista dejando la
nitidez tan sólo para su hija.
- ¡Bien, papi!—felicitó contenta Cloti
al ver a su padre.
- ¡Oh, tu también!—dijo apesadumbrada
Remi sin percatarse que ella igualmente, y por iguales motivos, había comenzado
la peligrosa ascensión.
- ¡Bien!—gritó alegre Cloti viendo a
sus padres.
De pronto, muy en lo alto, Cloti se
paró y miró a sus padres.
Gallardo, no queriendo asustar a su
hija, se frenó de golpe.
- No te muevas pequeña, yo te salvaré.
- ¿De qué, papi?
- No hables, no respires, no mires
hacia abajo... tranquila hija, te puedes caer, es peligroso...
- ¡Que no, papi! Mira—dijo Clotilde
dando un par de saltitos y cabriolas en la empinada cuesta ante la alarmante
mirada de sus padres.
- ¡Looooooca! ¡Gallardooooo! ¡Bájala de
ahí! ¡Salva a mi pequeña!—gritó histérica Remi sin aún notar su situación.
- ¡Pero si no pasa nada! ¡No nos
caemos! ¡Mami, Papi, si ya estáis arriba! Mirad hacia abajo.
Y sin saber exactamente por qué, los
dos miraron hacia atrás, que en este caso era hacia abajo.
Gallardo, como instintivamente, se
agachó tanto que su panza tocaba la hierba. No podía creer donde estaba. Y la
Remi, al ver su altura, con un grito poseído, se puso a temblar entera ella
estando, en el fondo, enteramente paralizada. Sus piernas se tambaleaban
asustadas y comenzó a gritar y llorar.
- ¡Gran Fenix! ¡Vamos a morir!
¡Gallaaaardoooooo!
Y el pobre Gallardo, que ya tenía
suficiente con lo suyo, no sabía bien que hacer. Lo primero era vencer su
propio miedo, pero... ¿después? Ir a salvar a su pequeña hija o ir a salvar a
su amada Remi...
- ¡Hola papi!—dijo Clotilde que había
bajado hasta su padre descartando así una de las opciones. Del susto inesperado
que se llevó Gallardo, casi se cae de verdad. Cloti miraba divertida a su padre
y comenzó a trotar dando vueltas alrededor de su padre con una agilidad increíble.
- ¡Vamos papi, relájate, no pasa nada!
Gallardo, viendo la tranquilidad y
seguridad de su hija, comenzó a hacerla caso. Relajando una pezuña, la
desenterró y dio un corto cortísimo paso.
- ¡Muy bien papi!—aprobó Cloti. Luego,
dejando a su padre, bajó trotando hasta su madre.
- ¡No te acerques, que me tiraaas!—y
las temblorosas piernas de Remi golpeaban entre si.—Mala hija... eso es lo que
eres...
- Mami, mami... que no pasa nada—decía
Cloti también dando vueltas en círculos alrededor de su madre—Mírame, no me
caigo ni nada.
- ¡Déjame! ¿Es que no me quieres...?
- ¡Mami! Mira a papa.
Y Gallardo, con cierta seguridad, ya
bajaba hacia ellos. Como probando sus posibilidades, aún con cautela,
zigzagueaba.
- ¡Me queréis mataaar!—lloraba Remi.
- Cariño, es verdad, no pasa nada—le
dijo llegando Gallardo—No nos caemos ni nada.
- ¡Dejadme en paz, dejadme!—Remi era
incapaz de reaccionar. De pronto, Gallardo, haciendo un guiño cómplice a su
hija, dijo:
- Bueno... pues tu te lo pierdes.
- ¡Ves, ves, ya no me quieres!—protestó
Remi.
Gallardo, apartándose un poco pero
siempre a la vista de Remi, agachó la cabeza y comenzó a arrancar hierbas.
- ¡Mmmmm! Delicioso—dijo con la boca
llena. Cloti, viendo el plan de su padre, le imitó. Comenzó también a comer la
ansiada hierba fresca.
- ¡Ooooh! ¡Que buena!—decía mientras
rumiaba.
- ¡Qué sabor!
- ¡Qué olor!
- ¡Qué fresquita!
- ¡En mi vida probé algo parecido! –y
aunque pretendían convencer a la Remi, la verdad es que todo lo que decían era,
pues eso, verdad.
- Uummmm
- Madre mía... ¡Qué rico!
Remi, aún temblorosa y gimoteando,
aunque paralizada por el miedo, miraba de reojo a Gallardo y a Cloti, pero no
se atrevía ni a agachar la cabeza.
- ¡Cloti! Ven aquí a probar esta, que
es más larga...—y Cloti, corriendo, iba hacia su padre.
- Papi, mira esta más oscura junto a
las rocas—y Gallardo trotando iba. Remi, mientras lo miraba todo de reojo.
- ¡Oh! Esto es el paraíso del Gran Fénix..
- ¡Exquisito!
Y de pronto, no pudiendo aguantar más,
la boca de Remi se abrió y sacando la lengua la comenzó a estirar todo lo
posible y parte de imposible. Pero no llegaba a la verde hierba. Por instinto,
venciendo a regañadientes su miedo, agachó lentamente la cabeza hasta que su
lengua tocó una brizna. Remi intentó enrollarla con la lengua, pero nada, no
podía.
Luchó un rato con la brizna y viendo su
derrota inminente, acabó sucumbiendo a la tentación y, finalmente, agachando
más su cabeza, consiguió arrancar un poco de hierba. Comenzó a rumiarla
lentamente. Su temblor de piernas había cedido, pero no pidamos más, pues la
Remi no se atrevía.
- ¿A que está buena, mami?—y Remi, con
la hierba aún asomando, no pudo más que esbozar una sonrisa resignada y decir
entre dientes:
- Bueno... No está mal...
Y así fue como, por causa del hambre y
de un sabor nuevo y fresco, poco a poco, Remi comenzó a rumiar. Más segura
agachaba su cabeza al principio, después se atrevía a girar el cuello en busca
de más, hasta llegar el momento en que venció el miedo paralizante y, moviendo
con pequeños pasos, osó cambiar su posición, pero sin mucho alarde, hay que decirlo.
Cuando pasó un buen rato rumiando de
los alrededores de su posición paralizante, la Remi, casi sin darse cuenta,
comenzó a trasladarse en busca de otras zonas con hierba. Así pues, en el
disfrute de aquél festín, Remi olvidó todo y terminó yendo de aquí para allá
comiendo y disfrutando de la hierba larga, de la oscura, de la amarilla, de la
vida que le brindaba aquella loma de aquella montaña tan fea.
Allí, compañeros míos, la familia
trotamundos, la familia galopante, la familia aventurera, la familia rumiante,
decidió establecerse durante algunos largos años, siendo ellos, pues, una
familia pionera en su especie y su estirpe, única en muchos sentidos, especial
en otros muchos, pues jamás vacuno alguno habíase visto encaramado en una
montaña rumiando tranquilo pues, con aquella poca agilidad, sabían seguro que
alguna desgracia les vendría subiendo a esas alturas, y claro estaba hasta que
llego la loca y hambrienta, la temeraria y terca Clotilde y demostró que
aquello, al fin y al cabo, era una tontería, pues no todo lo que nos parece
impensable es imposible. No olvidéis, queridos animales míos, que también
nuestra familia pionera, especial y única, fue pionera, especial y única por
otro motivo aún, incluso, más elevado. Pues fueron ellos, la atrevida Clotilde,
la decidida Remi y el audaz y valiente Gallardo, los primeros vacunos que
decidieron rebelarse contra las vayas y las rejas pinchudas. Ahora, claro, lo
veis algo normal, pero debéis recordar que antes el mundo entero se dividía en
cercas y cercados, en granjas y en ganado, y fue la necesidad de trotar en
libertad, de acariciar sin temor y de ronronear sin peligro lo que llevó a
nuestra familia a embestir las vayas, derribar el cercado y escapar al campo
libre.
No, no, no os vayáis, pues os
perderíais la más importante hazaña de nuestra pionera familia, la razón, el
germen de todos estos cambios que hemos vivido. ¿Creéis acaso que la aparición
de aquellas preciosas manchas fue un simple malentendido o desacuerdo entre los
colores paternos? ¡Ay, animales míos! ¡Todo lo contrario! Miles de eruditos y
estudiosos, de sabios y científicos humanos estudiaron durante milenios la
sorprendente aparición de esas manchas, y ahí siguen los pobres, ya con chepas
y ciegos perdidos ojeando libros y estudiantes... ¡Así no verán nada! Aquí me tenéis,
con mi palo largo y mis afinados gruñidos, que antes fui ciego y ahora tan solo
tuerto, cojo ya, viejo hace mucho, que sin haber leído un libro y siempre
rodeados de vosotros, decidí un día desenrollar tanta vaya que tenia, arrancar
tantos cercados y acortar un poco mi vara; pues cuando dejé de oír los bufidos
de Gallardo, cuando ya no disfruté de mi adorada Remigia y cuando deje de
admirar a Clotilde y sus preciosas manchas, primero estuve triste y luego fui
feliz, abrí los ojos una mañana y ya me harté de encerrar y de medir. Descubrí
que el cercado me atrapaba tan sólo a mi, que las rejas pinchudas me arañaban
sin darme cuenta y, sorprendido, averigüe que mi vara, que a veces la uso para
medir, no me alcanzaba ni siquiera a mi.
Ala, ala, ala, tuuusa, ya os podéis
marchar, mis amigos, y recordad una cosa, esta es vuestra granja, sin vayas,
sin cercas y con mi corta vara, cuando el hambre os apriete tenéis hierba de
los montes verdes, pero si algún día tenéis frío, aquí tenéis a vuestro
granjero amigo, con un establo calentito, con paja mullida y fresca y con
alguna otra historia que puede que os sorprenda.
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