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sábado, 28 de mayo de 2011

Relato de un Atrapado


(Texto perteneciente a Siembra, 2º Libro de Las Crónicas de Ávalon Esmit. El Pasaje describe como, entre las ruinas sepultadas de una vieja estación de trenes, a varios metros bajo tierra, encerrado en un ascensor, Jeremías descubre los restos de un escritor que murió varios días después del día del Apocalipsis)

En una esquina, casi escondida, una calavera, limpia, impoluta, de cuencas profundas y vacías clavaba en él su mirada oscura. Aquellos restos pertenecían a un hombre, a alguien sorprendido por la honda de la explosión que no pudo salir de allí, que descubrió allí la muerte. No pudo evitarlo, con una mezcla de pudor, lástima, miedo, asco y curiosidad alargó su brazo y tomó con cuidado la calavera llevándola hasta sus ojos.
-   Después de todo, - susurró – en esto nos convertimos.
Esto quedará cuando muramos. Da igual, héroe o villano; libre o esclavo… Si amamos o sufrimos, si reímos o lloramos… ¿a quien le importa? A las ratas no, desde luego. Tampoco al metal que nos encierra o la tela que adorna nuestro ego. Ni a los cables que nos descuelgan o a las cuerdas que no nos lanzaron. Así, de improviso nos llega. En un trono, en el aire, en la tierra… en el subsuelo. Sin discursos de despedidas, sin adioses emotivos, con rabia repentina, sin saber si se ha vivido. La muerte nos acecha en cada esquina, en cada minuto. Sigilosa, invisible… Y nosotros, ignorantes y pedantes, prepotentes charlatanes, temerarios del destino, en un momento, en un segundo, sin amar lo suficiente, sin perdonar a los queridos, sin vivir con emoción, con el rencor del que no ha luchado, con el miedo del sorprendido, con mil sueños frustrados, con mil fracasados, llorando en el instante no sentido de la muerte repentina, en ese milisegundo que vislumbramos el final con el corazón ya sin latidos, así nos encuentra y así nos vamos… Si, después de todo, de todo lo que no hemos vivido, de todo lo que no nos atrevimos, de todo lo que no soñamos y no intentamos, desperdiciando tanto como desperdiciamos, perezosos de vida ¿Qué pretendemos que quede de nosotros? ¿Un cuerpo bello y lustroso? No, dejamos lo que somos. Un bello esqueleto, armazón de lo que pudimos ser y después, el resto, lo que fuimos: Polvo y artificio. Después de todo, esto es lo que somos.


Después, sintiendo que con aquellas palabras liberaba su corazón, tras ese arrebato místico que sorprendió hasta al propio Jeremías, volvió a dejar la calavera en su sitio con cuidado y mirando las cuencas vacías le prometió que tendría una digna sepultura. Tras su promesa, siguió con la inspección de la cabina. En otra esquina descubrió un nuevo objeto. Era una especie de paquete o envoltorio plástico. Lo cogió y lo observó. Diría que era una bolsa. Con cuidado la desdobló y mirando en su interior encontró algo extraño. Metiendo la mano sacó el contenido con cuidado. Con sorpresa comprobó que era algo parecido a un libro. Las tapas y las hojas estaban unidas por una especie de alambre en espiral. Las tapas, aunque más gruesas que las hojas, eran blandas y de un color rojizo muy deteriorado. Colocando su Vircom en el suelo a modo de lámpara, con ojos chispeantes por la emoción, Jeremías abrió aquel extraño libro.
  Sus hojas descoloridas insinuaban algún tipo de cuadricula. En caracteres mayúsculos, Jeremías pudo leer con algo de dificultad lo que parecía el título. Con pudor, sensación que no pudo explicar sentirla, lo leyó en un susurro:

-   Relato de un Atrapado. – y Jeremías dudó si seguir leyendo. Pasó la primera hoja y encontró lo que sería una larga dedicatoria o una simple y escueta carta. Decidió leer aquellas palabras.
-   Carta al amor eterno. Amor mío, hoy te enfadaste por no ver nuestro futuro y yo,  valiente, iluso, enamorado, te mostré este cuaderno; lo abrí y recorrí sus vacías hojas y te dije: este es nuestro futuro. Ya ves, este escritor sin libro, este autor sin obra, fue mejor profeta que poeta. No sé que ha caído sobre nuestras cabezas, si un meteoro, una tormenta o si al final estalló la temida guerra, sólo sé que el silencio que me llega, después de dos días de soledad, me ha anunciado que todo se ha acabado. El mundo, los días… mi vida en breve, nuestro futuro… Tu permaneces por que eres eterna, yo, contigo hasta el final del universo, yo contigo, soy eterno. Desafío así al día negro y a la guerra, al destino y a la muerte, nuestro futuro no será un cuaderno vacío. Ya he luchado por mi vida, ahora lo haré por mi espíritu. He intentado escapar de esta ataúdica prisión. He trepado por la promesa de los grasientos cables para tratar de llegar a una tierra ennegrecida que ya no nos espera ni nos necesita. Rompí mis dedos en los resquicios metálicos que llevan al infierno. Grité al dios olvidado, al demonio perezoso y, aquí, mi alma abandonada que ya ni el tiempo reclama, me pregunta: ¿Cómo quieres morir? Y yo, con la ironía de un sueño al fin alcanzado, pienso que quiero hacerlo como siempre quise vivir. Da igual el destino o el futuro de mi vida o de mis letras, yo quiero morir escribiendo algo para ti.

Allí, sentado sobre el polvo de un muerto, leyendo sus últimas palabras, Jeremías sintió una gran tristeza. Volvió a envolver el libro y mientras se arrepentía a medias de sus anteriores palabras, lo guardó en el bolsillo trasero de su chaqueta. Llevó sus ojos húmedos de nuevo hacia la calavera y decidió pedirle perdón.
-   Quizás fuiste algo más que polvo. Tuviste carne de sueños y sangre de palabras… eso es mucho más que artificio. Perdón por mi juicio ligero… Vivimos tiempos difíciles para los que reconocen la verdad. Y la verdad es que os enjuiciamos y os olvidamos. Os sepultamos a todos bajo la misma losa del prejuicio y sobre ella edificamos para después regocijarnos ante nuestro esplendoroso futuro. En polvo convertimos todo el pasado pues entorpecíais nuestro caminar. Fuiste carne de sueños y sangre de poemas. Fuiste sonrisa triste y lágrima emocionada. Fuiste voz enamorada… Y ahora ¿qué eres? Quedan tus huesos conservados por el azar de tu destino. Quedan sólo retales roídos de lo que abrigó tu brevedad. Fuiste pobre o rico, poco importa ya. Todo lo que tuviste, míralo, con un simple soplo lo revuelvo, con un viento ligero te abandonaría. Pero sólo en tu encierro, en tu entierro más bien, aquí, en tu ataúd, todo lo comprendiste. ¡Dichoso tú que tuviste tiempo! ¡Cuantos murieron sabiendo que nada dejaban! ¡Sólo polvo! Pocos, sí, pues pocos entendieron a tiempo el vuelo del fénix, Pero tú, encerrado junto a la verdad, lo comprendiste.
>>Yo, aquí, sobre tus huesos, hago una promesa. Llevaré tu herencia hasta lo eterno, como soñaste. Y gritaré a los cuatro vientos que polvo sólo es lo que nos rodea pero eterna es la palabra que se deja como herencia. Polvo se desprende tras tu estela, cierto, pero ni polvo fuiste ni polvo dejas. Con claridad lo veo: amor y palabra eterna es tu descendencia.

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