La vida es Física. Obedece a reglas inequívocas, a fórmulas
concretas que nada puedes hacer por incumplirlas. No te empeñes, las fuerzas
implicadas existen antes que el amor, antes que tus sueños, antes que ninguna
de tus fantasías. Un conjunto de fuerzas que se ciñen a la simple ley de Acción
y Reacción deciden tus avatares. Tienes la fuerza centrípeta, la que sientes
cuando te obsesionas con una melena rubia y te lleva hacia ella sin querer
hacerlo. Por eso surge la Fuerza centrífuga, que tira de ti para escapar de la
obsesión. Las fantasías son tu peso, tu voluntad es velocidad. Debes entender
que “Pi” es quien dibuja tu camino, y “Pi”, querido amigo, es algo así como
infinito. Pero todo problema tiene una solución, en este caso, si no quieres
estrellarte contra un adiós que desplace tu centro de masa, empieza a tener más
sueños, más fantasías. Primero 1, después 2, después 3, después 5, después 8,
13, 21… Formarás una caracola y en su interior guardarás el rumor del mar y los
recuerdos de esa fantasía que pretendió obsesionarte.
Y eso es bueno, las Fantasías, al fin y al cabo, son sueños y
debes aceptar que es imposible cumplirlos todos. La física es clara en este
aspecto, si cumplieras todos tus sueños, te volverías demasiado ligero, de masa
despreciable, sin pesos en tu corazón, sin fracasos ni frustraciones, sin
lágrimas, sin noches solitarias, sin atardeceres silenciosos… Esto es horrible,
créeme. Un hombre que amó fervientemente a la física, pero que no resolvió ni
una ecuación de amor, demostró que si tu masa es despreciable, si ya te quedas
sin sueños pues los cumpliste todos, estarías rallando la felicidad plena,
serías pura energía como quien dice, un rayo de luz… y creo que sabes que la
luz no tiene piel, no siente caricias, ni escalofríos, ni besos, ni dolor… Estarás
libre de la fuerza de rozamiento, la mejor fuerza de todas, que te sonroja las mejillas
por un roce accidental, por ponerte el más tonto de los casos… No sabrás nada
del temblor entre dos cuerpos desnudos que se atraen como dijo el viejo Newton.
Sí, sin lugar a dudas lo prefiero, me quedo con Newton.
Hazme caso, maldita sea, deja sueños por cumplir, que tu masa
sea todo menos despreciable. Permite paradojas en tu vida. Crea singularidades
de espacio/tiempo, como cuando tomas un café mirando esos ojos negros y la
cafetería se curva en un silencio y el tiempo se dilata jactándose de cualquier
oscilación de estúpidos isótopos de cesio y puedes unir dos puntos separados
por millones de kilómetros a través de esa excepción que lo confirma todo: Sus labios.
Porque al final, ya te lo dije al principio, la vida es
Física. Es algo palpable que es preciso sentir. Necesita del principio de
contradicción, de teorías indemostrables, de paradojas y experimentos extraños.
La felicidad, como la luz, sólo es una cifra a la que aspirar, una cruz en un
mapa, una meta teórica, un faro en la tormenta que nunca deberías alcanzar, una
constante universal para tipos aburridos que prefieren viajar a la velocidad
del rayo a estrellas y planetas más allá de Orión y constatar, como ya sabemos,
que lo que hay allá no es mejor que esto. Yo me quedo con Newton. Prefiero la
velocidad de un paseo en una noche de verano, mirar al cielo y preguntarme: ¿por
qué parpadea aquella estrella? Y en mi intriga, sentir una caricia, y una voz
en mi cuello, y tres palabras que jamás pronunció Einstein: “qué más da” y girándome,
enfrascarme en el dilema obsesivo de una cintura definida por “Pi” o en los
bucles de un cabello dibujado por Fibonacci. Pero no me acercaría aún a sus
labios, mantengo mis premisas, no cumplir todos los sueños, dejar que la tragedia
escriba parte de mi tiempo, tres o cuatro segundos por ejemplo, y después, ya
sí, pues la vida es física, me fundiría en la singularidad de un beso, creador
de vacíos, ese extraño punto de masa infinita del que no escapa ni un suspiro y
que ni Newton, y aún menos el listo de Einstein, consiguieron nunca ni explicar
ni descifrar.
En el fondo, lo que quería decirte es que yo… Yo me quedo
contigo.