-->
Mejor con Google Chrome...


Libros disponibles en Amazon
Lecturas recomendadas más populares: Intenciones
En la Buhardilla
Síndrome Cyrano
Fragmentos para conocerme : Pasa el ratón por encima y, si te gusta, pincha para leer más.
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15

viernes, 14 de junio de 2013

La Quinta Bala

* Texto inspirado por el tema "Private Investigation" de Dire Straits. Puedes ver/escuchar/leer el montaje, un pequeño experimento VideoStory, o leer sin más. Te recomiendo el vídeo, que su trabajo ha costado!



La Quinta Bala.

Es el último cigarrillo. Lo enciende por rutina y arruga el paquete clavando sus ojos en él. Evita mirar las fotografías que se reparten por la vieja mesa. Demasiada sangre; demasiada frialdad; demasiados recuerdos. Prefiere los informes arrugados, con letras impactadas por una vieja máquina de escribir y llenos de escuetas descripciones que al menos no le empujan a evocar lo que pretende olvidar. Con impaciencia coge aquella nota amarillenta. Sólo una dirección, con eso le basta. Información de un confidente del que en otras circunstancias habría dado buena cuenta de él. Mirando la nerviosa letra, estas van desligándose y trazan un deforme dibujo, un rostro con el que ha soñado mil veces, al que ha estrangulado una y otra vez con lágrimas en los ojos. Una vez más lo hace. Imagina el cuello del asesino. Imagina que es su corazón. Imagina su alma… y al tiempo que una lágrima vuelve a deslizar por su mejilla, también arruga la nota.

La lluvia repiquea en la ventana de la maloliente habitación. Le da igual la lluvia, le da igual el olor a húmedo, a sucio. Lo importante es lo que ve en el cristal. La puerta. Por donde saldrá para no volver a entrar. 

Deja escapar el humo por la boca despacio y lo recoge por la nariz mientras vuelve a limpiar el revólver con un trapo. El humo del cigarrillo le molesta, pero deja que se consuma en los labios, necesita las manos libres. Cada bala que introduce en el tambor lleva grabada una jaculatoria de venganza. Una por la sonrisa que no podrá ver más al abrir los ojos por la mañana. Otra por los susurros que ya no escuchará entre las sábanas. Otra por las caricias perdidas de sus labios. Una más por el futuro que  arrebató. La quinta bala… para quien lo permitió, para el que sabiendo quién era el asesino, esperó una muerte más. 

Cierra el tambor, se cala el sombrero y apaga el cigarrillo en la montaña de colillas. Con un último trago del whisky aguado, se levanta y se enfunda la gabardina. Una luz se refleja en el segundo piso del edificio de enfrente. Ve una sombra, la suya, la que espera. Baja por la escalera, puede verle, desciende despacio, ignorante del odio que le vigila, de una meditada decisión. Promete su venganza mientras espera la luz de la planta baja. Allí está. Luz, sombra y final. Hoy acabará todo. 

No hay juicio ni castigo que aplaque su odio. No hay venganza imaginable. Pero su corazón necesita sangre. Necesita que la sangre le cubra y le ahogue en la bilis que le corroe.  Necesita su miedo y espanto.

La puerta de enfrente se abre al mismo tiempo que él decide salir a la calle. Andando por la acera le mira de reojo y allí está, al otro lado. También le vigila. Sospecha, claro que sí, pero ninguno acelera el paso. Se observan, se esperan, en cualquier momento uno de los dos saltará a por el otro. Lleva su mano al cinto y siente el frío del revólver, sediento, ansioso, como él. Sus pasos se hacen largos, por momentos le pierde de vista entre los escaparates de cafeterías para solitarios. Neones luminosos que parpadean al ritmo de su corazón. Paredes de ladrillos sucios y cubos de basura rebosando, como su alma, sucia por el odio, rebosando desperdicios. 

Se gira, quizás le ha visto. Se detiene en un escaparate y le observa en el reflejo del cristal. Le reconoce. Por un momento duda;  mira hacia su portal, pero decide seguir y con pasos acelerados continúa por la acera. Quiere huir, como siempre hizo, pero esta vez no escapará. Le mira, la sombra le responde en el mismo instante, ambos saben lo que va a pasar. La lluvia arrecia, pero poco importa. Nada importa ya desde que ese bastardo le arrebató todo lo que tenía. Con un giro brusco se mete en un oscuro callejón, tropieza con los cubos de basura y su miedo retumba en la ciudad dormida. Espera, estudia, presta atención, no puede escaparse más. Una sombra salta desde el umbral de una puerta trasera y escapa por un pasadizo. Ya no hay dudas, ni miedo, va con él. Allí está. Atrapado en un viejo muelle. El sucio mar aceitoso a su espalda, rodeado de viejos almacenes cerrados y su destino saliendo por el pasadizo. 

Sus ojos no le pierden de vista, le clava la mirada con la misma fuerza con la que sus balas le atravesarían. Él, rendido, refugia su rostro en las sombras de su sombrero. La lluvia se acumula en el ala y, como una cascada de venganza, cae ente su mirada.

Necesita que sienta miedo. Lleva su mano hacia el revólver, pero aún no lo saca. No disimula, quiere que intuya su futuro, el mismo que le dejó a ella. Siente el mar y la sal en su alma. Siente la sed saciándose. Allí está, llorando bajo la lluvia, rendido. Uno avanza, el  otro retrocede hasta que el muelle acaba y sus pies tocan el precipicio. Sonríe al sentir las lágrimas en sus labios, pero su pulso no tiembla.


Fueron cinco las puñaladas del asesino. Él guarda cinco balas en el tambor. Cada una con una jaculatoria de venganza. Levanta el revólver y, con el corazón destrozado y los ojos nublados, le distingue con total claridad. Le mira confundido, no lo entiende, o quizás sí. Claro que sí. Es él, a quien buscaba. El culpable de todo. Es él mismo, él lo permitió. Se Reconoce. Funde al hombre que odia con el que sufre, al cobarde con el audaz, sus lágrimas con su sombra, al héroe con el villano, al que llora con el que huye. La lluvia cede y descarga el tambor murmurando  las jaculatorias de su venganza.

Las cuatro balas vuelan hacia el horizonte, caen al mar como cayeron todas sus investigaciones, todas sus inútiles pistas, todas sus pruebas circunstanciales. Él asesino se libró. Pero el culpable, el que lo permitió… No lo hará. Por eso guarda la quinta bala. La que usará al amanecer cuando despierte sólo en su cama vacía y fría. Y cuando seque sus lágrimas, mirará fijamente su revólver. Le murmurará el último deseo, muy cerca, en un susurro que dará calor a su sien y le devolverá la paz a su alma. E irá tras ella… con ella. Susurrando una jaculatoria de perdón, quemando la pólvora de sus lágrimas y dejando en el silencio… el tronar de la quinta bala.