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viernes, 7 de noviembre de 2014

Libro del Nuevo Apocalipsis - Manifiesto para la Revolución


LIBRO DEL NUEVO APOCALIPSIS

1. La Última Ladera.

(1) Pude ver un campo mutilado. Pude ver prados sembrados con cuerpos desmembrados. Pude ver la niebla flotando entre los bosques seccionados, la muerte, el fin, el destino de estos pasos. El Futuro que estamos labrando. 

(2) Subí miserable y abatido, apoyando mis puños en la húmeda tierra roja, asiéndome a espíritus desnudos, hacia aquella bandera que divisaba en lo alto de la colina. (3) Ondeaba ligera y negra; conquista del enemigo que danzaba orgullosa con la brisa de un nuevo mundo. Al fin llegué a la colina y me senté. Tan sólo me quedaba esperar al amanecer. 

(4) Rompiendo por los riscos del horizonte, el sol comenzó a disipar la niebla y mi corazón comenzó a congelarse ante la terrible visión que había dejado la guerra. (5) Mi colina no era tal, era la arrugada estela de una bomba. Era la cicatriz de la tierra que se moduló y se elevó y se petrificó como las ondas de una piedra en un tranquilo lago. (6) Era la periferia del infierno. La frontera entre pasado y del futuro. El horizonte que con nuestros actos dibujamos. La Última Ladera

(7) Llevé mi mirada hacia atrás y vi la ladera, tierra que acababa de subir sin saber lo que en ella habitaba. Limbo de nuestra historia en pendiente sin fin. (8) Miles de cuerpos se arrastraban alejándose. Unos no tenían piernas. Otros no tenían brazos. Otros no tenían nada. Todos se arrastraban. Unos susurraban delirios. Otros, ahogados quejidos. Otros no decían nada. Todos lloraban.

(9) Viendo aquello, viendo a los supervivientes del infierno, con temblor en mis ojos imaginé lo que aquella onda encerraba. Pero no hay imaginación posible para intuir lo que hicimos. Por fin llevé mis ojos al Gran Valle de la Muerte.

(10) El sol había vencido al horizonte y la niebla sumisa desapareció. Pude ver tres ondas, a cual menor que la anterior, estando yo en la más alta, estando el centro en la más negra de las profundidades. Cada onda tenía su colina que suave descendía hasta el valle que formaba con la siguiente onda. (11) Sin saber por qué, un susurro en mi cabeza, una voz que me instaba, una apremiante sensación, una lejana melodía, el viento que me empujó, mi alma que se moría, decidí bajar hacia El Valle de La Muerte. 


2. Primera Onda

(1) Descendí lleno de terror por todo aquello que esperaba ver, pero poco antes de llegar al primer valle pude divisar algo extraño. Parecían piedras o matorrales oscuros y alineados perfectamente a lo largo de la onda. Me detuve un instante tratando de adivinar qué era aquello. (2) Fue entonces cuando pude escuchar un lejano ruido, gritos histéricos y nerviosos que se confundían con estridentes notas de trompetas y quejidos. Intrigado por aquél penetrante y agudo tronar, seguí bajando. (3) Llevaba mi mirada al primer valle y podía ver como si un enjambre lo cubriera. Un oscuro líquido que lo bañaba y que, impulsado por raquíticas corrientes, zigzagueaba y lamía sin orden las lomas de su cauce. (4) Sin poder apartar la vista de aquello, seguí avanzando hasta que tropecé y caí. Confuso miré hacia atrás y comprobé que había sido una de aquellas piedras o matorrales lo que había provocado mi caída. (5) Aun tan cerca, no podía saber qué era, así que me levanté y me acerqué. Entonces, aquél bulto se movió, haciéndose más pequeño, enrollándose en sí mismo. No era piedra ni matorral. Llegando a su lado, la sangre se me heló. Era un niño. (6) Un niño arrugado entre harapos. Abrazado a sí mismo. Calentado por sus propios brazos. Y el alma se me partió cuando alzando mi mirada confirmé que el resto de bultos alineados eran otros niños. (7) Miles y miles de niños aislados y en perfecto orden silencioso. Como piedras repartidas sembradas en un estéril arado. Sin tocarse entre ellos. Sin sonrisas, sin canciones, sin juegos, sin palabras, sin secretos. 

martes, 4 de noviembre de 2014

El lugar donde nacen los sueños... y las novelas.

Hace un año o así, estaba en mi aburrido y rutinario trabajo y queriendo evadirme, cogí un boli. Claro que la situación no era idónea para escribir nada, así que me puse a dibujar. Siempre soñe, desde enano (hasta ahora, y supongo que hasta que lo consiga) con construirme una casa en un árbol. Este sueño por cumplir lo compartí en su día con mi hija Alejandra, claro que desde entonces, cada semana me pregunta que "para cuando la casa en el árbol, papa?" Le voy dando largas, pero ese día, con el boli en la mano, comencé a trazar los planos de nuestro sueño. Sí, le hice un dibujo a mi hija, una casa en un árbol y le encantó. Bah, un entretenimiento en un trabajo aburrido, la cosa no iría a más. Pero me equivoqué, la imaginación oprimida y la mano libre es lo que tiene, al final rompe para cualquier lado. La cosa la compliqué cuando hace unas semanas le hice otro dibujo para demostrarle que con la imaginación podía ser y hacer cualquier cosa, que su capacidad de fantasear y soñar es mucho mucho más divertido que ver la tele. Todo era posible en su cabeza, por ejemplo, convertirze en La Princesa Alejandra, heredera del Reino del Bosque Encantado, que cabalga a lomos de un unicornio, una mezcla entre Peter Pan chica y una elfa y que hablaba con La Dama del Fuego...


El mensaje caló, creo. Con ojos como platos se vio a si misma con la capa estrellada al vuelo. Cogió un poco de celo y lo pegó en mural de fotos. Claro que mi otro hijo, Ignacio, alias "filigranas", cuando vio el dibujo, exigió el suyo de pleno derecho. Días después y como mi trabajo sigue siendo aburrido y rutinario, y al ser Ignacio amante de Caballeros, Piratas y altamente impresionado cuando cometí el error de enseñarle mis viejas maquetas inventadas de naves espaciales, decidí llevarle a un mundo algo más steampunk y le puse al mando de un Barco Pirata con alas...



Pero las envidias son muy malas (o no tanto, ya veréis...) y ambos se enzarzaron en una disputa sobre a quién le tocaba el siguiente dibujo:
-¡Tu llevas dos! -dijo Filigranas.
-Sí, listillo, pero el tuyo es más grande -dijo La Princesa Alejandra, heredera del Reino del Bosque Encantado y que cabalga a lomos de un Unicornio...
-Pero si juntas los dos tuyos hacen uno grande, listilla hasta la luna -replicó el astuto y valiente Pirata Mike (porque es admirador de Mike el Caballero) Filigranas, capitán de un barco volador con el espíritu de Robin Hood.

El Pirata Filigranas infló carrillos resoplando y la Princesa Alejendra se mordió la lengua amenazadora. Conseguí apaciguar ánimos, pero sabía que tenía un problema psico-pedagógico-artístico.
Sin demora busqué solución al día siguiente, en mi aburrido y rutinario trabajo. Me vi forzado a unificar criterios artísticos. A ver cómo hacía coherente una Reina del Bosque élfica con un pirata con un Barco Volador compartiendo protagonismo en un dibujo. ¡Ah, coherencia, qué mal has echo en el mundo literario! ¡Qué mas da! Cuál es el problema en mezclar dos mundos literarios tan dispares! No se trata al fin y al cabo de fantasía! Pues... ¡Déjete llevar, Jose! Y así hice y así nació el dibujo que el otro día visteis en facebook. 



Creí que lo había conseguido, ¡un dibujo para los dos!

- Mirad Chicos! Este dibujo es de los dos, es una encuentro entre la Princesa Alejandra del Bosque Encantado con el peligroso Pirata Mike Filigranas en un mundo mágico, con castillos voladores, dragones... Mira, Alex, esta eres tú con tu unicornio mágico, y este tú, Ignacio, El pirata Mike Filigranas, con su barco volador, que te has subido a una moto voladora para ir al encuentro!! -dije con sonrisa triunfadora. A los dos, con ojos chispeantes y tirando cada uno de un lado del folio, se les dibujó una enorme sonrisa, tan enorme como la claridad con la que vi el problema en el que me había metido. No, no era la solución, era el germen de un embrollo del que difícilmente saldría ileso.
- ¿Y por qué se encuentran? ¿Para qué?-me pregunta Alejandra confirmando mis sorpresas.
- ¿Y de quién es ese castillo tan chulo? -dice el Ignacio.
- ¿De quién es ese Castillo volador? -preguntó La Princesa Alejendra ambicionando reinos.
- ¿Y de quien es ese dragón? -anheló el Pirata Mike Filigranas, el "jodío", con ojo de lince, porque mira que lo dibujé pequeño...
- Pues... yo... esto... Es un dibujo, chicos -traté de huir.
-Ya, papá, pero ese castillo tiene que ser de alguien, ¿no? Digo yo, vamos -replica la listilla de la Princesa Alejandra.
- ¿De quién es ese Dragon, papi? -insiste el Pirata.
- Bueno, yo que sé nena, el castillo es de otro rey o algo...
- ¿De quién es el Drag...
- ¡¡Tuyo!! ¡Hijo, el dragón tuyo por cansino!

En fin... En buena hora. Repartí propiedades para que me dejaran en paz y se durmieran, pero no me fui tranquilo a dormir. No, no cuadraba. El dragón no podía ser del Pirata Mike Filigranas ni el castillo de la sutil e insinuante Princesa Alejandra, que ya tenía su humilde reino y si comenzaba a acumular riquezas terminaría convirtiéndose en una despiadada capitalista...

Hoy en mi aburrido y rutinario trabajo he estado meditando el asunto para solventar el problema con un dibujo. Ya en casa, después de merendar, antes de irme a otro trabajo más interesante, mi hija me ha dicho.
- Papá, ¿quieres que te escriba un cuento? -y, oh, mis ojos han chispeado de la emoción.
-Claro nena, ¡me encantaría! -le he dicho aun estando convencido que el cuento iría de una jovencita cantante que va al instituto...

Y a mi regreso... La cosa ha explotado. Sí, se me ha ido de las manos. Bueno, se nos ha ido a los tres.
- ¿Has leído el cuento? -me dice la Princesa Alejandra al rato.
- ¡No! ¡Corre, traelo! -ha tardado medio segundo, ojalá tardara tan poco en obedecer en otros temas... Con una sonrisa me lo ha dado y he comenzado a leer.


No me lo podía creer, con su hoja arrugada y con la manía de escribir fuerte, mira que le tengo dicho, mi hija había comenzado a escribir la historia conflictiva. Curioso que etiquete como enemigo a "Maik" Filigranas, pero... 
La cosa no podía quedarse ahí.
- ¡Cerrad la puerta! ¡Apagad la tele! ¡Corred! ¡Tenemos que seguir esta historia!

Y por mis narices que no os desvelaré la intrincada trama que hemos tejido entre los tres, me plagian seguro si lo revelo, pero os daré pistas.

Personajes en Acción (nombres elegidos por mis hijos)


  • El Rey Pluma (que podréis adivinar quién es) y la Reina Celestia (la madre de los creadores), verdaderos propietarios del Castillo volador y guardianes de "La Joya Mágica"
  • El Arquero Chaunk, que sus flechas llegan a kilómetros, na menos.
  • El Dragón Smaly y su jinete, el Caballero Masquer, que lleva una máscara por estar deformado debido a un terrible hechizo del que sólo se librará.... aaaah...
  • Mnila, fiel escudera de la Princesa Alejandra, aprendiz de maga y con el poder de convertirse en cualquier animal del bosque.
  • El Gran Mago Zurber Kascabier, poderoso mago que es un cascarrabias y que aun no sabemos si vive en una alta torre o en una pequeña cabaña.
  • Y.... El malvado, el temible, el odioso.... SAGGER!! Rey y tirano que ha robado... aaaahh y que en su Castillo de Fuego...


Como aditivos, han aparecido dos mascotas, una Ardilla marrón con una linea rosa (en negociaciones para que sea de otro color) que es propiedad de la Princesa Alejandra, y de un Ave Fenix para el Pirata Filigranas (que se había empeñado en elegir un tiburón como mascota, pero hijo, tu barco vuela, la mascota no puede ser un pez...)

Bueno amigos, está claro que hay elementos clásicos, pero así lo eligieron los verdaderos creadores, por otro lado, me encantan las historias clasicas. Siempre soñé con escribir una historia como La Princesa Prometida, ahora ya no quiero hacerlo, ¡quiero escribir esta!! Y no tendré miedo a clichés, a darle un toque Peter Pan a la princesa, ni un tinte Robin Hood a Filigranas, ni en crear una "Comunidad" o grupo de héroes que se juntan para salvar al mundo, ni me reprimiré por miedo a que sea una Joya Mágica la única que podría salvarles (curioso que sin saber lo que es El Señor de los Anillos, estos dos han elegido la estrategia de "comunidad" y una joya poderosa... A ver si Tolkien no era tan original y resulta que tenía dos hijos...) Y les llevaré por tierras tenebrosas y montañas mágicas, habrá amor -pero no de la Princesa Alejandra, pues insinué que se enamorara de Mike Filigranas y me han montado un pollo, amenazándome con prohibirme escribir la historia. La princesa no se enamora de nadie y punto, nena, no hay más que hablar, estoy completamente de acuerdo...-, habrá mucha magia, duelos de espada, un final, está claro, de "comieron perdices", como mandan los cánones. 

Ha sido algo mágico. Tirados en la cama, con el Pirata Mike Filigranas (de 4 años, por ahora) saltando y soltando nombres increíbles por su boca (Mnila!! Zorber!! Sagger!!! Geniales!!), con la Princesa Alejandra (de 7) hilando tramas (una joya mágica que salvaguarda al mundo, robada por Sagger, que quiere, con algo parecido a la alquimia, transformar en una Joya Oscura, qué cabrón el Sagger!!) Brutal!
Sí amigos... Los sueños... Esos que se viven y no se duermen. Los que dibujan mundos, no mejores quizás, pero si ejemplares, con héroes que al final Vencen. Ganan. Triunfan. Sí, esos sueños no nacen de misteriosos lugares, sino de algo muy pequeño, que dan mucho la lata, obedecen poco, anhelan Castillos voladores y exigen un dragón. Nacen de los niños. Bien lo sabía Peter Pan y por eso no quería crecer, por que al crecer dejamos de soñar. Yo, hoy, he saltado en la cama con El Pirata Mike Filigranas, me he tronchado de risa con la Princesa Alejandra del Bosque Encantado (joder, una ardilla con una franja rosa???), y por accidente... como surgen muchas cosas buenas, nació un sueño.
Mañana, lo he prometido, al volver de mi aburrido y rutinario trabajo, volveré a convertirme en niño. ¡Queda mucha historia que contar!


jueves, 11 de septiembre de 2014

El mar donde bailan los árboles

Esta es la Historia de Pluma y Lápiz, de dos sueños encontrados, de la Reina del Bosque y de la barca azul y blanca que surcaba…

EL MAR DONDE BAILAN LOS ÁRBOLES




I. Un sueño perezoso al despertar.


Pluma era tímido y soñador. Criado en la ausencia de un padre sepultado por un pico, una pala y una montaña tragahombres. Su madre enterró su alegría junto a su esposo y respiraba tristeza cada noche rondando la tumba de su dicha. Fue la soledad, en definitiva, quien crió a Pluma; le engulló desde temprano y le insufló melancolía, sueños y silencio. Quizás me recuerde a alguien…
Pluma no conocía el mar.

Lápiz era alegre y divertido. Nacido en el amor y en la familia, pero siempre con el corazón ahogado por querer ser mejor y no defraudar a un destino que le parecía impuesto. Su risa era la explosión de un corazón que necesita ser zarandeado y llenado con la paz que no habitaba su espíritu necesitado de contagiar su amor. Quizás me recuerde a alguien…
Lápiz no conocía el mar.

¿Habrá árboles en el mar? –preguntó Lápiz una mística y suave tarde de primavera.
No seas tonto, Lápiz. ¡Claro que no! –respondió medio sonriente Pluma.
¡Anda! ¿Y tú qué sabes? –objetó Lápiz señalándole con lo poco que quedaba de su lapicero.
Déjalo, sabes que no existen árboles en el mar.

Y Lápiz lo sabía. Era una excusa más. Llevaban un tiempo donde sus charlas siempre se mecían bajo el vaivén lejano y submarino del mar. Como un recuerdo distante que no consigues o no quieres mencionar pero que siempre está presente. Todo empezó en la clase de geografía, cuando Don Salustiano les enseñó la cantidad de océanos, mares y lagos que había en el mundo y, sobretodo, cuando les explicó que dos terceras partes de la tierra eran mares y océanos; con olas, peces y todo eso. La cantidad más grande de agua que Pluma y Lápiz vieran jamás fue aquella vez que llovió tanto que se formó un gran embalse en uno de los trigales de detrás del pueblo. A parte de eso, en los demás veranos se debían conformar con la alberca de Don Antonio.

Pero el mar siempre está aunque no se vea. Se siente su brisa y su salitre aunque no sepas lo que es una playa o un simple barco. Y más ellos que, irónicamente, tenían el mar a media jornada en la destartalada furgoneta de sus padres. Pero ya ven, con todo y más, jamás subieron a esa furgoneta ni a ninguna otra para darse un paseo por una playa. Y si preguntan el por qué, ya preguntan mucho y empezamos mal la cosa, pues preguntas parecidas se hacen ustedes cada noche pero no se atreven a contestar y quieren escuchar de otro la respuesta que demasiado bien conocen.

Lo que pasa es que tú eres un marisabidillo –reprochó Lápiz–, con eso de que lees... crees que lo sabes todo. Pero que en los libros no digan nada sobre árboles en el mar no significa que no exista –concluyó Lápiz.
¡Pero serás cazurro! ¡Que no existen! Don Salustiano dice...
Don Salustiano dice lo que aprende en los libros.
¡Te apuesto lo que quieras a que no hay árboles en el mar! ¡Lo que quieras! –se envalentonó Pluma
¡Vale! ¡Tu bicicleta! – es que el pobre no tenía.

Y, así, aquello que empezó con una simple pregunta acabó con un reto en toda regla. No se trataba de una apuesta, de una bici en juego, ni de si realmente existían árboles en el mar; no, nada de eso. Todo eso era la excusa, el detonante, la chispa que necesitaban para aventurarse en la más arriesgada de las aventuras de sus vidas. Si son necios de tener en cuenta sus cortas edades, pensarán: “pues no es para tanto, yo de niño ya había...” Pero para esos chavales aquella aventura era lo más grande que jamás hicieron. Así que dejen al soso tiempo con sus vacíos años y quédense con los corazones y las ilusiones que en ellos habitaba, sea cual sea la edad o el tiempo.

Tenían que preparar muchas cosas y tan sólo disponían de un día. Se irían el sábado muy temprano, con el primer albor. Y lo que debían preparar era un trayecto a seguir y unos bocadillos para zampar. Los mismos necios de antes seguirán en su empeño de menospreciar tales magnitudes, y ya me están enfadando, así que si siguen ustedes así preferiría que dejaran de leer esta historia tan pequeña y vulgar, porque no van a entender nada de esto. Un bocadillo puede ser un mundo para un niño, no por ser niño, sino por lo que el bocadillo significa en sí; esto es: los víveres de una aventura. Y si un bocadillo es un mundo, un trayecto es un universo plagado de luminosos peligros al acecho.

Cuando esa tarde se fueron a sus respectivas casas a cenar, los dos pensaban y recordaban paso a paso esa conversación tan deseada y esperada que les llevaría por fin al mar. Las palabras son guías o luceros que nos conducen de una forma u otra a alcanzar o vivir aquello que soñamos. No sólo hablo de los libros, hablo de las palabras. Imagínense ustedes que tal es así que aunque exista el amor entre dos, si no se dicen dos pequeñas palabras nunca se alcanzará la nube o el cielo deseado, perdiéndose el amor en las brumas de la duda. Y tanta es la importancia de las palabras que ellas mismas ya se encargan a sus veces de trepar por la garganta y saltar al vacío del silencio ante la necesidad de romperlo en forma de susurro, lloros o gritos.

El silencio tiene sus momentos y las palabras el suyo, pero tan hermanos y amigos son que incluso hay palabras que no rompen el silencio, es más, hay palabras que sin el silencio nada significan y por el contrario, también existen mil silencios que dan significado a mil palabras.

Pero no poeticemos ni filosofemos ni enredemos, pues las palabras y el silencio no necesitan de mi mediocridad para su belleza.

Durante la cena, Pluma, más taciturno e introvertido comía a cucharadas lentas el estofado de carne y mientras masticaba, pensaba: “¿De verdad nos vamos al mar? ¿De verdad?”.

Y Lápiz, más abierto y dicharachero, con rápidos cortes al filete y pinchando eufórico con el tenedor, comía ávido no de hambre, sino de sueños por realizar, mientras con una sonrisa pensaba: “¡Nos vamos al mar! ¡Nos vamos!

Se fueron a sus camas ante la extraña mirada de sus padres, pues no es lógico ni habitual en un niño irse a dormir sin ser ordenado. Pero Pluma y Lápiz quizás creyeron que cuanto antes se fueran a la cama, antes les llegaría la mañana; cosa que por otro lado es cierta, pues el sueño tiene la, no sé si buena, virtud de hacer más corta a la noche.

Pero cuando se acostaron, se taparon con la sábana dejando sólo la nariz y los ojos  libres al frescor primaveral que siempre anuncia la llegada del verano, con la Luna nacieron también otros pensamientos. A Pluma la pálida luz reflejada en sus mejillas le trajo algunas dudas: “Seguro que al final mañana pasa algo y no podemos ir...” o también el famoso “¿Y si nos pillan...?”, total, trabas que la conciencia y responsabilidad, no debidas en un crío, le perturbaban o le servían de excusa...

Y a Lápiz, los dulces fulgores le trajeron planes: “Me levanto temprano y recupero el arco. Por la tarde cojo un chorizo de la despensa...” Mil proyectos que levantan vuelos ilusorios y fugaces en la imaginación aún fértil de un niño.

En fin, bien es cierto que los niños son como las estrellas; parecen todas iguales desde lejos, pero les arden por dentro diferentes pensamientos.

Así fue como con el primer albor de la mañana, la ilusión, cabalgando sobre una fresca brisa, acarició la mejilla de Lápiz y susurrándole al oído “¡Hay muchas cosas que preparar!” le despertó. Y Lápiz, no bien abiertos los ojos, de un salto se enfundó en sus pantalones y lanzándose por la barandilla de la maltrecha escalera aterrizó sobre la cocina y con los brazos abiertos dijo:
¡Buenos días! –y su madre, que en camisón y somnolienta aún se deslizaba perezosa preparando el café, le miró y levantando una ceja correspondió no sin sospecha
Buenos días, hijo...

Fue, no sé si buena, no sé si mala, la inquietud quien, enredada en la cortina, dudaba con suave balanceo en dejar pasar al sol, y en su temblor, provocaba destellos fugitivos que agolpándose en los párpados de Pluma, llamaba con irregulares golpes de luz a esa puerta tan grata a la imaginación infantil. Pluma despegó los párpados y viéndose ya libre del sueño, se frotó los ojos mientras en su cabeza se iban formando lentamente una frase. Finalmente, Pluma, con lentitud se incorporó y sentándose al borde de la cama a la espera de que llegaran desde no sé dónde las fuerzas, alzó los ojos y esa frase bajó a su garganta.
Mañana nos vamos al mar...

Es muy posible que Pluma no creyera del todo en la realidad de tal frase, pero bien buena era esa frase para anidar en ella ese pequeño o, a veces, grande estímulo para salir de la cama y enfrentarse con el día. Pues eso es lo bello de la ilusión, que sea pequeña, mediana o grande, siempre nos sirve para afrontar el transcurso monótono de los días. Lo malo y desgraciado es no tener ni una minúscula ilusión para levantarse. Si alguna vez les falta esa ilusión que les sirve de estímulo, por favor, invéntense un viaje al mar, que no es bueno pasarse el día en la cama...

Pluma se puso en pie y abriendo de par en par la dubitativa cortina, dejó que el frescor matinal desentumeciera los músculos que el mismo ya se encargaba de estirar. Luego, algo más resuelto pero con calma, se vistió y atravesando el pasillo llegó a la cocina donde nadie había y nadie habría hasta la tarde, pues su madre trabajaba de volqueta en la mina y se iba de madrugada. Su padre tardaría mucho más, pues todavía no es conocido el camino que baja del cielo o la gruta que lleva hasta las entrañas de la montaña, pues es allí donde un día quedó y no regresó.

Mientras Pluma bebía su vaso de leche y masticaba tranquilo unas galletas, escuchó el correteo de alguien bajando la calle. Bien sabía él quien era y la razón de su temprana llegada, pero tal somos que preguntamos y nos sorprendemos sin motivos, así que en cuanto Lápiz abriendo de golpe la puerta gritó:
¡Buenos días, marinero! –Pluma no pudo por más que decir
–¿Tan pronto llegas hoy?
–¡Claro! Hay cosas que hablar, ¡vamos! –y Pluma, apurando el vaso de leche, le siguió.
Era viernes, verano, un día claro, tenían que planear muchas cosas y esperaban cumplir un sueño, pero nada de esto les eximía de faltar al último día de escuela. De camino hablaron de sus planes.
¿Qué has pensado para los víveres? –pues así son los niños, deseosos de usar palabras impropias y poco lógicas para sus edades cando por alguna causa o razón ven la ocasión propicia para demostrar su reciente adquisición lingüística.
He pensado que podría coger un chorizo del almacén, mi madre no se enterará –contestó Lápiz.
Sí, yo he pensado en birlar un queso que hace siglos que espera en la despensa... y quizás una hogaza de pan –contribuyó Pluma.
Deberíamos hacernos con unas cantimploras y un poco de vino...
¿Vino? –interrumpió Pluma ¿Para qué quieres tu vino?
Pues no sé... ¡Nunca nos dejan probarlo y debe estar muy rico cuando así se ríen cuando lo toman! –se defendió Lápiz.
Vino... serás tonto…


Don Salustiano, ese profesor que lo sabía todo para Pluma y no sabía nada para Lápiz, llamó repetidas veces la atención de los chavales, y como suele pasar, siendo una de las mayores injusticias de la adolescencia, fue Pluma que, el pobre, atento y solícito, pero pillado en los momentos inadecuados, como recibiendo misivas en forma de “¿Y fruta?” o “¡hay que buscar unos bastones!”, era alcanzado justo por las miradas del profesor y sus certeros tizazos en los momentos en que regañaba a Lápiz para que le dejara en paz.
En el recreo, primero con un puñetazo en el hombro, luego con un insulto y, por último, suplicando, Pluma consiguió que Lápiz se comportara durante las dos últimas horas de clase. Pero en ese tiempo fue a Pluma a quien le asaltó una pregunta y no pudo contenerse. Escribiendo en un papelillo “¿tienes una brújula?”, a la hora de lanzárselo a Lápiz recibió un reglazo en toda regla...

¡Ya está bien, señor mío! –y lo justo hubiera sido que Don Salustiano pillara a Lápiz en la recepción, pues, aunque paradójico, hay injusticias que se hacen justas con otra injusticia; pero no, como bien sabemos todos hay personas que nacen con flores en sitios insospechados o, dicho de otro modo, con suerte. Y ese era Lápiz, que en ese momento se desternillaba de risa. Don Salustiano, cogiendo a Pluma por la oreja le recordó su lema: 
Quien atiende, entiende. Quien entiende, aprende. Y quien aprende, sabe – y diciendo esta especie de trabalenguas le llevó a la puerta de clase. Luego, tras dejar a Pluma y a lo que quedaba de su oreja fuera del aula, le dijo – ¡y usted no quiere saber nada! –cerrando de golpe la puerta.

Pluma se pasó la media hora restante de escuela sentado en el suelo y pensando en cómo conseguir una brújula.
Cuando sonó la campana de final de clase, Pluma esperó, pues sabía que le tocaba sermón. Al salir Lápiz le tiró una patada que hábilmente esquivó mientras decía:
¡Te espero fuera!

Y luego vino Don Salustiano.
Hijo, me ha decepcionado. Siempre se ha comportado adecuadamente y se lo he tenido en cuenta a la hora de examinarle. Sí, porque sus notas han bajado mucho desde... –y sin querer llegar a esas palabras, llegó. Pero como ya dijimos, sustituyó con un significativo silencio la frase “desde la muerte de tu padre”. Y Pluma escuchó esas palabras en su mente aún sin ser pronunciadas. Le rabiaban tales maneras. Su padre había muerto por muchos silencios o evasivas. No se elude al recuerdo con la sutileza de un silencio o con un educado vacío; es más, se reviven tales recuerdos con una fuerza renovada cuando queriendo desviar las palabras o la mirada, tropieza de bruces con la embarazosa torpeza de uno y el escondido dolor de otro. Si don Salustiano hubiera dicho de forma sencilla y natural esas palabras tabú, Pluma no habría reaccionado como lo hizo.
...Desde que murió mi padre –dijo mirando con reproche al maestro.
No quería decir eso, hijo...
Sí quería. No mienta. Todos los mayores hacen lo mismo, en cuanto hago algo mal dicen la misma frasecita. No tienen ni idea. Hace ya un año de la muerte de mi padre y parece que sean ustedes quienes no me dejan superarlo. Dejen a mi padre en paz y si tienen que regañarme, háganlo, ¡pero dejen a mi padre en paz!
No consiento que me hable así, jovencito. Tus modos y el comportamiento de hoy merecen un castigo. Me traerá usted a primera hora de mañana, sin falta.... –y a Pluma se le cayó el alma a los pies ante la irrefutable frase “mañana, sin falta...” que se le entrelazó con la previamente almacenada “¡Ya sabía yo que algo pasaría!" –una redacción –continuó Don Salustiano –sobre el mar–. En ese momento el rostro de Pluma se transformó ante la idea de que ...
¿El mar? –preguntó Pluma enrojeciendo ante la traviesa casualidad que le hizo temer sobre el secretismo de sus planes.
Sí, el mar –respondió firme don Salustiano.
¿Y por qué el mar? –se atrevió a preguntar pluma.
Porque lo digo yo –sentenció don Salustiano como suelen hacer los mayores ante la impotente ignorancia de los niños. Pero lo que no imaginaba Pluma fue que “el Salus”, pues así le llamaban, eligió el mar porque sabía del interés de él sobre esas azules magnitudes, y bueno como lo era en el fondo, el Salus quiso, sabiamente, hacer cumplir un castigo pero de una forma educativa.

¡Se ha ido todo a la porra! –le increpó a Lápiz en cuanto le vio.
¿Por qué? –preguntó alarmado este.
Porque me ha castigado a llevarle el sábado a las ocho una redacción...
¡No fastidies!
Y creo que se huele algo...
No seas tonto, ¡qué va ese a oler nada!
Pues mira tú que casualidad que la redacción es sobre el mar...
Mmm, vaya... –se quedó pensativo Lápiz. Se fueron caminando silenciosos y cada uno buscando soluciones y posibles aplazamientos...
Espera un momento... –se frenó Lápiz.
¿Qué pasa?
¿Qué te dijo exactamente del castigo?
Pues que le tendría que llevar mañana a las ocho una redacción sobre el mar, ya te lo he dicho...
¿No te dijo nada más? ¿Sobre si tenías que quedarte o algo?
Pues... no, la verdad, nada más –lo pensó Pluma.
¡Pues ya está! Mañana antes de irnos le dejas por debajo de la puerta de la escuela la redacción y chim pun!
Pero... – quedó pensativo Pluma. Y a punto estuvo de decir: “Y si lo dejamos para el próximo fin de semana...”, pero se calló, sabía que no había aplazamiento posible. Quería ver el mar y éste era el momento. Cualquier otro día el mar podría evaporarse, eso era muy cierto–. Está bien. Eso haremos –le confirmó cuando llegaron a su solitaria casa.

Entraron los dos y merendaron  sendos tazones de leche con barcos de bizcochos, bromas no faltaron. Ilusiones sobraron. Planearon todo: ultimaron el complejo asunto de los víveres, como les gustaba decir. Descartaron viandas y añadieron necesidades. Pensaron igualmente en el equipaje, mínimo, compacto, imprescindible; esas fueron sus reglas. Esto es, una muda, una manta y poco más. Resolvieron con imaginativa solvencia el escabroso asunto de los cayados (cogerían dos palos, de esos largos que usaba don Justo para sus pajareras) y no atinaron a solucionar el peligroso tema de la brújula. No había brújula por ningún lado. ¿Era necesario? “Psss” fue la respuesta de Lápiz, un “no sé, no sé...” fue la de Pluma.

Se emplazaron en casa de Pluma de madrugada, debían pasar mínimo cinco minutos de las cinco de la madrugada antes de la llegada de Lápiz, había que dar tiempo a que la madre de Pluma marchara a la mina.

Sería relativamente sencillo describir lo que ambos chavales vivieron, sintieron y encontraron durante esas horas previas a la gran aventura, a esa mágica escapada, a esa dulce evasión..., pero no lo haré. Me gustaría que fueran ustedes quien lo imaginaran, que se olvidaran durante unos segundos esas arrugas tan feas que ya tienen, esas canas que ya empiezan a asomar, y esa absoluta falta de niñez, inmadurez que les perjudica tanto a la hora de ilusionarse por las cosas sencillas. Olviden todos esos defectos propios de la edad y retrocedan, más aún, y retomen esos corazones que tenían siendo niños, cuando el simple hecho de ir a la plaza con su padre era la ilusión de la semana, o cuando acompañaban a sus padres a la ciudad de compras y la felicidad la arrastraban durante un mes, o cuando fueron por primera vez de pesca o caza con su padre y aún hoy no olvidan. En fin, intenten recordar esos días de los que tan sólo les quedan pequeños matices y colores que de vez en cuando les hacen sonreír cuando charlan con sus amigos y nunca les llegan cuando andan tristes y solitarios. Ese es el corazón que debe reinar y es al que llamo ahora para que les ayude a comprender a nuestros protagonistas. Y para aquellos que ya les es imposible regresar a los años verdes, yo les echaré una mano: Imagínense con quince años, con una vida que no escapa de un pequeño pueblo de montaña y su transcurso va de la escuela a la plaza y de la plaza a su cama. Y es en la cama donde únicamente, con ojos cerrados o abiertos, soñando despierto o soñando dormido cuando consiguen viajar a lejanos lugares: a calurosos desiertos, a los altos montes nevados, a azules mares con olas, espumas, peces, barcos y, quién sabe... ¿árboles?

Y ahora imagínense que despiertan y que el azar, la vida, un dios, un ángel o un amigo te reta a cumplir un sueño al que marcharas siendo niño y del que regresaras siendo un adulto, con más o menos años, con más o menos experiencia, pero dos pequeños hombres que volverán pletóricos con el mar iluminando sus ojos y su corazón henchido sabiéndose privilegiados por haber cumplido un sueño.
Y si no han logrado ver tal visión, quizás es que nacieron ya con esas feas arrugas.

No diremos que durmieron porque, como comprenderán, las emociones  que se suponen a lo arriba descrito impidieron a los chicos pegar ojo. Lápiz, después de situar adecuadamente en su mente todos los planos, comidas, bebidas, palos, arcos y demás, viendo que no se dormía se auto-indujo el sueño con todo tipo de trucos: contando ovejas, rezando, pensando en cosas agradables... pero perdiendo la paciencia término repitiendo un “¡Duérmete! ¡Duérmete!” tan arisco que no entiendo como el sueño se atrevió a desobedecer. Pero claro, al final siempre hay un último “¡Duérmete jolín!” que te hace caso justo cinco minutos antes de sonar el despertador.

Pluma, tras realizar más o menos los mismos preparativos y planificar más o menos las mismas cosas, intentó la llamada del sueño con un método que le solía resultar infalible. Abriendo el libro de matemáticas comenzó a leer la introducción, esa introducción que tienen todos los libros de matemáticas y que nadie se lee o nadie termina de leer, como era el caso de Pluma, que unas cien veces lo había intentado, pero siempre se dormía en esa frase que dice: “Así pues, en nuestro estudio básico y fundamental de las matemáticas como subconjunto o subgénero de la lógica aplicada, resultara apropiado que se enfa...zzzz” Pero claro, para todo hay una primera vez, y esa fue la primera vez que Pluma se leyó enterito el prólogo. En una mezcla de perplejidad y asombro nuestro buscador de sueños no cejó en su empeño y creyendo aún en las propiedades somnolientas de las matemáticas comenzó a leer el primer capítulo. Cuando una pequeña variable de una sencilla ecuación traía como exponente al sueño, saltó como resultado de un despeje una brújula: “¡Brújula! ¡Qué haremos sin brújula!” y así, una y otra vez, en forma de suma, de equis o incógnita, el sueño tuvo a bien a aparecer, pero fue la brújula la que siempre terminaba apareciendo en el resultado. Pluma consiguió dos cosas esa noche, dormirse y aprender a resolver ecuaciones de una variable.


(Continuará....)

viernes, 29 de agosto de 2014

Estéril Historia de Silencio

Aquí estamos. Tú y yo otra vez. Frente a frente. Parpadeas y siento tu impaciencia. Tu tez blanca, fría, me reta a retomar lo que dejamos en aquella madrugada de verano. Mis dedos acariciándote, susurrando palabras en el silencio que sólo rompía el ventilador. Y aun así… sudando. Ahora tengo miedo. Tengo miedo a no saber repetir nuestra historia del loft vacío donde rompí la botella de whisky, donde me clavé tu recuerdo. O cuando jugábamos con nuestras sombras. O los besos que soñábamos en el tren que no cogimos. Nuestras cartas…

Maldita sea, te echaba de menos, y ahora me siento un adolescente que no sabe qué decirte, que no sabe si atropellarse o besarte o hablarte… Y tú no me ayudas. Sigues muda, siempre muda. Ni luna, ni sirenas ni mujeres etéreas. No, no existen las musas, joder, no es más que otra excusa para los que no tienen uñas con las que rasgarse las entrañas, porque al fin y al cabo, a eso se reduce todo, a tener el valor de arrancarse la costra que nos hace mediocres. A desnudarse frente a ti y temblar de miedo, de vergüenza, de nervios. A querer ser un adolescente inexperto que pretende hacerle el amor a una diosa. ¡Osado! Y si no hay caricias, hay floretes, estocadas y sangre. Lo que sea que te arrebate aquellos sentimientos que son míos y que tú, fría e insensible, retienes y me ocultas en cada parpadeo.

Te acaricio y apenas reaccionas. Puede que ya no me recuerdes, pero yo no te olvidé. Soy incapaz de olvidar tu piel. Incapaz de quitarme de la cabeza tus susurros de placer cuando te dejas hacer; o lo que siento yo cuando, tras mil palabras, te rindes y acomodas entre la sangre que camina entre mis dedos y mi corazón.

Pero hoy me reprochas mi abandono y yo agacho la cabeza porque nada tengo que decir. Nada por ahora, hasta que recuerdo que así empezó todo este largo silencio, en una noche cualquiera donde mi pereza venció a mi convicción. Donde el sudor me atemorizó. Cuando bebí de la botella en vez de estrellarla contra la pared. Cuando decidí, sin darme cuenta, que mejor ser un mediocre que duerme por las noches que un muerto de sueño que alcanza su victoria cada madrugada. Sí, maldita sea, toda esta estéril historia de silencio comenzó en el momento en que confundí un verbo: Ser por Estar. Porque no te engañes, blanca dama, elige caricias o florete, pero ten claro una cosa: no ESTOY escribiendo, yo SOY Escritor. El que escribe se rinde. El Escritor… ni puede ni quiere. Y por eso mis dedos ya vuelan sobre tu piel, porque alcancé las palabras que te hacen doblegarte y gemir de placer, porque puede que no decida mi destino, pero sí decido el tuyo. Y ahora que ya lo entiendes, insúflame aquél aliento imperecedero y no me dejes abandonarte ni una noche más. Libérame del parpadeo aburrido y te contaré cosas que nadie te contará jamás.

Sí, querida amiga, toda estéril historia de silencio acaba en el momento en que cada uno se reconoce y se confiesa: Aquí yo, un escritor. Allí tú, mi página en blanco.


Y así debe ser, por lo menos, cada madrugada. 

martes, 17 de junio de 2014

Podemos o no Podemos... ¿Es esa la cuestión?

Parafraseando...

Podemos o no Podemos, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del político, señalar con penetrante dedo las mentiras de otros, o enfrentarse con ejemplos a este torrente de calamidades, y darlas fin cuando llegue el momento? Prometer es ilusionar. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las mentiras se acabaron y la corrupción sin control tan propia de nuestra naturaleza?...

Este es un término que deberíamos sopesar con calma. Prometer es Ilusionar... y tal vez ¿cumplir? Sí, y éste es el gran obstáculo, por que pensar a la ligera que las promesas se podrán cumplir en el silencio de un gobierno, cuando hayamos depositado nuestro emocionado voto en este democrático despojo, es el primer paso para considerarnos engañados. Esta, por desgracia, es la consideración a la que llegamos tras 35 años de… ¿democracia?

Podemos o no podemos. Eso es lo que me pregunto. Ellos, los unos y los otros, no pudieron, y más que eso, "pudientes" se volvieron gracias a nuestra impertinente levedad. Mi voto, mi ilusión y mi futuro reniegan de gaviotas y de rosas, de derechas y de izquierdas… ¿no hay más? Triste sociedad donde sólo hay cabida para dos ideas, dos ilusiones, dos proyectos. Pero me pregunto… ¿Cómo llegamos a ésto? Y con un escalofrío llego a la respuesta: Con Promesas. Con promesas incumplidas. Pues es más gratuito lanzar promesas que comer pipas los lunes al sol. Por eso, cuando me encuentro a un Pablo Iglesias y su Podemos, lo siento, pero recelo, porque me da miedo confiarle mi voto, mi ilusión, mi futuro y el de mis hijos y cuando llegue el momento, si es que llega, pensar mientras como pipas: ¿Tú también, Pablo? 

Y si le miro, acepto su empatía. Yo no tengo un traje de 1.000 euros y él, no sé si lo tiene, pero al menos no se lo pone para hablarme de recortes. Si le escucho, asiento en su mensaje, un mensaje que, perdonad mi recelo, coincide tan milimétricamente con mis ideas que me da miedo. ¿Quizás es eso? No puedo evitar imaginar en mi mente paranoica (a la fuerza la hicieron así los unos y los otros) a un gabinete de prensa y otro de marketing haciendo una lista con todas aquellas cosas que nos han tocado los cojones durante los últimas legislaturas. ¿Es acaso Podemos y Pablo un producto? No lo sé, pero me encantaría pensar que no lo es. Lo que sí tengo claro es que "los unos y los otros" sí que lo son, o más bien, lo fueron.

Entre Hamlet y su calavera, yo me pregunto si es posible… ¿Son sus promesas fruto de un estudio profundo de nuestros sueños y frustraciones, o son fruto de un estudio basado en una realidad viable y futura? A mi hija le he prometido una casa en un gran árbol en el centro de un gran jardín de una futura "mejor casa" porque vio una foto y sus ojos brillaron. No pude evitarlo. Se lo prometí, pero en mi estudio nocturno de las cuentas en rojo, sé que ese sueño por ahora no es viable. Mañana tengo pensado revelarle tal realidad.

Cuando Pablo, cuando Podemos prometen lo que prometen, por ejemplo, el derecho de una renta básica de 650€… ¿Es porque nosotros vimos una foto y nuestros ojos brillaron o porque se ha estudiado la viabilidad real de tal propuesta? Cito del programa de Podemos: "Financiación a través de una reforma progresiva del IRPF y de la lucha contra el fraude fiscal" Y tres conceptos me preocupan: "Progresiva", "lucha contra el fraude" y, sobre todo, que algo parecido escuché a uno de izquierdas que se volvió de derechas y terminó con un tremendo "dilema" Y ahí está, recibiendo una pensión vitalicia de mi bolsillo y con esa joyita de su programa aún en el tintero.

Y no seguiré con las promesas incumplidas de éste expresidente (a mano de cualquiera que busque un poco) ni de las que se pasa por ahí el de ahora (también muy a mano), lo que me preocupa es que tanto el uno como el otro usaron sus promesas como cebo electoral, señalando con el dedo las mentiras del otro y diciendo, con voz orgullosa y segura, con corbata de color estudiada y lenguaje corporal aleccionado: Yo sí que lo cumpliré. Y todos, como rebañitos amaestrados, con ojos brillantes por la foto que vimos, confiamos en que lo iban a cumplir. Prometer es ilusionar, pero de forma tajante, por ley, bajo pena de despido por incumplimiento de contrato, deberían las promesas también ser "Cumplidas en un tiempo determinado", como se le exige a cualquier trabajador.

De aquellos barros, mis dudas y recelos. Pablo promete, Podemos ilusiona. Y si no fuera por la triste historia política, hasta yo confiaría en que cumplirían sus promesas. Pero me temo que ya es tarde.

Quizás me decida a ilusionarme, o al menos, a implicarme con un político, cuando exista uno que me firme por contrato que cumple su programa hasta un aceptable porcentaje o abandona o, como mínimo, adelante elecciones. Tan dulce sabor tienen las promesas como amargor su incumplimiento, os lo digo con experiencia, ya he visto la tristeza en los ojos de mi hija cuando le dije que los reyes y príncipes que salen en el telediario no me gustan nada porque nada se parecen a los de los cuentos.

Podemos o no Podemos… Al fin de todo, puede que esa no sea la verdadera cuestión. Podrán o no podrán. Porque si nos paramos un segundo a pensar… ¿Cuál es la diferencia entre Pablo Iglesias y los otros? Ellos llegaron a sus tronos con promesas que luego no cumplieron. ¿Qué garantías tenemos de que esto no sucederá otra vez con los otros? Mientras no cambiemos, fumiguemos y regulemos a políticos y sus promesas, aquí cualquiera puede prometer y luego, desde su trono, justificar lo imposible de cumplir sus promesas, señalando al predecesor, por ejemplo.

Pero siempre he sido fiel a la moral de que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Si me dan a elegir, me quedo con Pablo, pero no porque me guste, sino porque la alternativa es patética, y de vueltas, como decíamos ayer, qué triste que nuestro voto se decida por descartes y no por libre elección. Sólo hay algo que por ahora me hace escuchar a Pablo Iglesias cuando habla, y es que los otros dos perdieron ya mi voto, y Pablo no se lo ha ganado todavía, pero por lo menos no lo ha perdido.



Sólo temo una cosa, que prometer no es cumplir, y al final me vuelvo a mis raíces y a mi tierra y recojo de otro sabio aquello que decía  "que toda la vida es sueño, y los sueños…" ¿sueños son? 



martes, 3 de junio de 2014

Pruebas, evidencias, croquetas y azúcar.

Ven, hijo mío, siéntate aquí. Sí, ya sé que sólo tienes 4 años, pero visto cómo anda la plaza y observando tus ingenuas carencias, creo imprescindible que comience a adiestrarte en el que parece ser necesario arte del engaño y mentira.  En la lección de hoy hablaremos de evidencias y pruebas; ambas deberías evitar, pero sólo unas te acusarán. Como así acaba de ocurrir.

Bien, te he puesto para cenar unas croquetas y, sabiendo que te gusta mucho mojarlas en azúcar, tradición ancestral de la familia, también añadí un motoncito bajo la inquebrantable regla de no abusar y no usar el dedo chupado para limpiar el plato de tan dulces granitos. Si acababas con las croquetas, debías renunciar al azúcar sobrante pues, por un lado, su abuso es pernicioso para tu salud, y por el otro, las reglas del decoro están por algo y es muy feo rebañar el plato con el dedo.

Mi sorpresa –o más bien no-, ha sido encontrarme el plato como una patena diez minutos después. Y me refiero a que no sólo no quedaba el menor rastro de croqueta, tampoco quedaba ni un minúsculo granito de azúcar, algo físicamente imposible si la herramienta usada hubiera sido el tenedor o una misma croqueta. Sí, hijo, una croqueta deja rastros de bechamel o de pan rallado. Este aspecto, la ausencia de rastros, no es delito alguno en sí mismo, pero sí que "evidencia" uno: Infracción flagrantemente las reglas del decoro. La pregunta es: Si no has usado una croqueta –algo que se demuestra por la falta de rastros-, ¿Cómo demonios has conseguido rebañar el azúcar? La única respuesta posible es una: Lo has hecho de forma ilegal.

Cuando un asesino limpia el escenario, la policía científica no encuentra pruebas, hijo mío, pero esa absoluta falta de pruebas, de rastros "evidencia" que se ha cometido un crimen. Cuando un político vive por encima de las posibilidades dadas por su economía pero las investigaciones del fisco encuentran todo en regla, no hay pruebas de fraude o sobornos, pero su mansión millonaria es una clara evidencia.
Y las Evidencias son incómodas, te colocan bajo la lupa de sesudos investigadores como yo, pero no implican culpabilidad ni demuestran delito alguno por sí mismas. Podrías librarte de la cárcel o, en este caso, del castigo de privación de Bob Esponja. Sólo podrás estar tranquilo si tu concienzudo plan no ha dejado rastro alguno.

Pero, hijo, llevo años investigando crímenes de todo tipo, también de este tan particular. Yo mismo he cometido delitos punibles de características similares, por eso me he centrado en el estudio detallado de tu plato. Colocándolo con cierto ángulo respecto a la luz se puede observar la existencia de cierta sustancia pegajosa que dibujaba una perfecta espiral aurea recorriendo todo el plato. Esa sustancia pegajosa no puede ser otra cosa que la combinación de saliva y sacarosa (azúcar disuelta), algo que podría explicarse, sin necesidad de pruebas de laboratorio, por la utilización de un dedo chupado o, como ya sospechaba yo, con algo peor.
Y esto, hijo, ese rastro pegajoso, unido a la sorprendente y poco natural limpieza del plato, constituyen una prueba, pero… Circunstancial. Pero en casos como éste, donde existen varias explicaciones a un hecho, o dónde existe una duda razonable, una prueba circunstancial por sí sola, no son hábiles en un juicio y, por lo tanto, no se puede condenar en base a ellas.

Encontrar el cadáver de un amante en un callejón muerto de un disparo y hallar en la casa del cornudo un revolver que coincida, es una prueba circunstancial, increíble pero cierto, tal revolver no demuestra la culpabilidad. Por eso, en casos similares, el interrogatorio de sospechosos es imprescindible y esclarecedor. Los nervios, coartadas insostenibles, motivaciones, etc. provocan en la mayoría de los casos el derrumbe del culpable. No creas que cualquiera tiene dotes interrogativas, hay que saber leer el lenguaje corporal y dirigir las preguntas de una forma más imperativa y no tan condicional. Por eso te he mirado fijamente a los ojos, quería saber hacia dónde dirigías tu mirada a la hora de la respuesta: Arriba-Izquierda para acceder a la memoria, hacia la derecha para echar mano de la imaginación, abajo-derecha si tu intención es sopesar las consecuencias de tu respuesta… Y por esa razón no te he preguntado de forma abierta: "¿Cómo has podido dejar el plato tan limpio?" O, lo que sería una pregunta de un mediocre interrogador "No habrás usado el dedo o algo peor para limpiar el plato, ¿verdad?" pues ya ofreces una salvación al acusado. No, en el complicado arte de la interrogación hay que ser tajantes y no dejar vías de escape. Por eso, y ya sabiendo yo la verdad de todo este complicado asunto, te he mirado a los ojos y he atacado con la más grave de las acusaciones posibles:
-  Hijo, sé perfectamente que has chupado el plato con la lengua –pero hay que dejar una tabla de salvación al acusado, tenderle la mano para su confesión, por eso he suavizado el tono para animarte con un - ¿verdad?

Has reaccionado bien, debo decirlo. Has clavado tus ojos en los míos y, aunque han brillado por la sorpresa, como pensando "¿Cómo demonios lo ha adivinado?", te has acogido a la quinta enmienda y has permanecido callado. Creías haberlo planeado todo, creías no haber dejado pruebas. Siempre lo creen los criminales. Pero… Hay pruebas irrefutables, hijo, y tú has dejado una. Sí, hijo, una prueba irrefutable que me demuestra sin género de dudas, que tras acabar con las croquetas, cogiste el plato con las dos manos, sin compasión lo llevaste hasta tu cara, sin escrúpulos ninguno sacaste la lengua y con un deleite perverso rechupeteaste todo el plato describiendo una perfecta espiral aurea acabando con el más mínimo rastro del azúcar. Sí, no hace falta confesiones, no hace falta que digas una palabra, no me hacen falta echar mano de tus antecedentes como cuando encontré fideos en lo alto de tu cabeza, o tus huellas de chocolate en la pared. Ya lo decían Scaly y Mulder: La verdad está ahí fuera. Ya nos legó Horatio Cane su "Las pruebas nunca mienten" Sí, hijo, no me hace falta ningún laboratorio ni artificio para saber que eres culpable, me basta y sobra con encontrarme con ese residuo granular de color blanco que cubre por completo tu nariz.

Ese residuo de tu pequeña y perversa nariz es azúcar. Ese azúcar sólo pudo llegar ahí si tu nariz tocó el plato. Que tu nariz tocara el plato, unido a la perfecta espiral aurea de saliva, demuestran que tu insaciable lengua fue el arma del crimen y, esto, hijo, constituyen lo que se denomina una "prueba irrefutable".

A partir de ahora, recuerda hijo, que debes evitar dejar pruebas, pero también cuídate mucho de las evidencias. Y sobre todo, querido hijo, debes saber que el mayor enemigo del criminal no es la policía o los detectives tan agudos como yo, sino la propia naturaleza humana y sus avaricias, ansias y vanidades. Si hubieras dejado algo de azúcar… Pero no, no pudiste controlarte, por eso estamos aquí y por eso, en este mismo instante y con gran deleite por mi parte, te condeno: Apaga la tele y termínate el yogur… con la cuchara, desde luego. 

jueves, 10 de abril de 2014

Voy a intentarlo...

Voy a intentarlo.

Sí, te voy a "contar" una canción. Es esa que escuchas una mañana perezosa, un día más, otro que pasa sin que los sueños que tienes se intuyan siquiera. Esa que el dial de la radio te tararea por sorpresa cuando vuelves ya cansado... cansado de muchas cosas. Empieza lenta, el compás rítmico de una baqueta que te hace sonreír y piensas y recuerdas: "qué buena..." Y tu dedo reniega de tus frustraciones, se une al compás, golpea el volante y te amplía el dibujo de tus labios. Y entra el bajo, tan serio como parece, pero tan contagioso que el resto de tus dedos se desentumecen, mandan a la mierda a tu pereza, a tus quejas y protestas, y siendo mano, bailan con el volante. La energía parece regresar, esa que dejaste en brazos de tu amor de juventud y que te hacía hacer tonterías porque, simplemente, era divertido.  Y una voz te canta: "era sé una vez…" Conoces la historia, pero da igual, tu lengua se acerca al paladar y, sin ser silbido, silba mientras tu sonrisa ya no es de añoranza, empiezas a estar bien. Comienzas a vislumbrar la luz del día, esa que tienen todos pero que pocas veces entendemos. Con un limpio punteo, una guitarra se une al crescendo. El blus deja paso al rock, y el rock riega tu pierna izquierda. Unos con el talón, otros con los dedos de los pies, de cualquier manera, ya son manos, lengua y piernas quien mandan a la mierda un día que parecía ser uno cualquiera. Que bailan alrededor de tus lágrimas frustradas y te retan a espabilar, a que despiertes, a que te levantes de la cama donde llevas tumbado años. A que te olvides penas y fracasos. Y te conquistan al llegar al estribillo. Te rindes, es inevitable. No recuerdas la letra, pero da igual, maldita sea, ¡tarareas!: "Nana na nana nana…" Batería, bajo, guitarra y una voz que ya no susurra, te canta, te cuenta, que hay cosas por sentir, que ya está jodido el mundo para malgastar un solo día, uno de esos que son "un día más" en estar triste, cansado, frustrado, fracasado, porque cuando tengas uno de esos otros "días de menos", si has bailado y cantado lo suficiente, podrás hacerlo también esos días, que es cuando se necesita de verdad. Y al llegar al segundo estribillo, lo comprendes, y estallas de forma controlada, algo es algo, y en la intimidad del atasco, te dejas llevar. No sabes la letra, o no sabes inglés, o ni tan siquiera conoces la canción, pero te lleva… y te inventas la letra, al fin y al cabo, estás solo, nadie te escucha.  Algo temeroso, miras a los lados y ves caras grises de personas que viven lo que tú vivías: un día más… Ocurre. Cantas con fuerza, pronuncias que das pena, tus padres tiraron el dinero con las clases de inglés, pero… ¡qué más da! ¡Canta, joder!  ¿Vergüenza? ¡La vergüenza es esa gilipollez que te impide hacer cosas que te hacen sentir bien! Tus manos bailan entre el volante y la palanca de cambio. Tus piernas rockanrolean. Tu cintura chirrían desengrasándose y piensas… Si estuviera en mitad de la nada… Bailaría como un loco. Y no te das cuenta: Ya estás en mitad de la nada. Porque a ninguna de esas caras grises les importas una mierda. De hecho, es muy posible, que si tú bailaras, el camarero que va a la derecha sonría y baile contigo. Sí, no te sorprendas si la vieja que va a la compra, levanta su mano torpe y baile por bulería. Porque lo llevamos en la sangre, queremos No Estar Tristes, ni cansados, ni frustrados, queremos bailar con el volante, tararear, cantar en voz en grito, bailar como locos, porque algo nos dice que esos días que son "uno más" no merece la pena desperdiciarlos con quejas ni sueños perdidos. Pero lo hacemos por… Vergüenza, y la vergüenza la inventó un tío que murió sólo y aburrido, y el día que murió… fue un "día más".

Pero llegas… No encuentras sitio, te cabreas, te rindes. Pero la música no lo hace y mientras andas hacia la oficina, vuelve a ti tarareando en tu cabeza. Subes las escaleras de dos en dos y… te sientes bien. Por un rato, quizás por una hora. Allí, frente al ordenador, piensas en ello. ¿Por qué te sientes bien? Y si la canción era buena, lo comprenderás. Porque no merece la pena estar frustrados, joder. Porque podemos sonreír cuando queramos, silbar, cantar, bailar… sin necesitar motivos, porque nos gusta hacer tonterías si eso nos hace sentir bien y roban una sonrisa, tuya, mía, suya, como cuando estábamos en los brazos de aquella chica y no teníamos vergüenza porque si la teníamos, perderíamos a esa preciosa chica que cantaba fatal y bailaba como una loca pero que... le importaba una mierda, se sentía bien.  Sí, joder, ¡canta! Ponte en pie en mitad de la oficina y baila un rock mientras pateas las carpetas. Los archivadores son la batería, de guitarra la escoba, el micrófono un ratón. Lo peor que podría pasarte, ¿qué es? Porque recuerda, a los que están ahí, esos de las caras grises que ahora andan por los despachos… les importas una mierda. ¿Qué es lo mejor que podría ocurrir? Sí, amigo mío, no te sorprendas si todos pierden la vergüenza, si ese calvo tan callado de pronto se levanta y se pone hacer el robot. O el idiota de tu jefe levanta ambos brazos y se lanza por camarón.

Claro que sí, amigo mío, puede ocurrir, porque en el fondo, todos queremos cantar, a todos nos gusta hacerlo. Y bailar, aunque nos de vergüenza hacerlo desde aquella noche que perdimos a la chica ―nadie te dijo que iba a ser para siempre…―. Porque nos gusta sentirnos bien, queremos sentirnos bien, pero nos rendimos, olvidamos la música, esa canción que nos dice que no merece dejar pasar "un día más" sin intentar sentirte bien. Déjate llevar, libérate y descubrirás que sin mucho esfuerzo, todos los días cantarás y bailarás. Y eso… Es un comienzo.

Yo… Bailo fatal, canto que da pena. Pero miro a mi alrededor y veo que a la inmensa mayoría de la gente les importo una mierda, así que… ¿qué más me da? La simple posibilidad de que, de pronto, estos grises que me rodean se levanten y bailen y canten conmigo, merece la pena. Así que… Voy a intentarlo.

Nana na na nana…

jueves, 3 de abril de 2014

...habrán caído miles

Gotas…

Puedes ser la gota que cae desde la oscura nube, que veloz se dibuja como un trazo y confunde a quien la observa, a quien la espera, a quien la rechaza... y al caer, te estrellas y multiplicas y riegas olvidadas aceras.
Puedes ser aquella que no se estrella, que se agarra en el último momento a la delgada hoja de un sauce, que trata de convencerlo para pervivir juntos, efímero romance, donde uno entrega su esencia y otro la convierte en su sangre.
Puedes ser esa gota que alumbra la mañana, que de la nada, hija de la tierra, asoma su reflejo para evaporarse sin rencores, y asciende ligera, y se entrega a los vientos, y alimenta otras nubes, en otras comarcas, y alguna calurosa tarde... regresa.
Puedes ser aquella gota que a veces riegan mejillas, que suavizan tristezas, que destrozan sonrisas... A veces valientes, otras suicidas, que curan heridas o con su salado sabor... las recrudecen. Que dicen "esto duele" a veces, que siempre dicen adiós cuando el adiós duele.

Hoy llueve. Las veo, os veo, jugando en el cristal ignorantes de que pronto escampará. Y por eso pienso... Pienso, maldita sea, que en el fondo, algún día, por algún momento, seremos cada una de estas gotas. Y seremos alivio para la sed de alguien que precisa florecer; seremos la sangre de quien sueñe con un romance tan efímero como la vida; seremos rocío aquellas mañanas que nos marchemos sin rencor. Y, seguro, en algún momento, tarde o temprano, seremos lágrimas, de sonrisa puede, y seguro que también de un adiós.
Pero jamás seas como la primera. Gota kamicace que cruza por la tormenta sin otro destino que estrellarse, porque si así fuera... ¿qué dejarías tras engañar con tu trazo a quien te observó, tras estrellarte contra húmedos adoquines, tras evaporarte en baldías aceras? Ni tan siquiera un bonito recuerdo, pues descubrirás, diluyéndote en sucios charcos, que como tú… habrán caído miles.


f.j. Rohs