- ¡Yeeeeepaaa! ¡Trrrrrr! ¡Trrrrr! ¡Amos
chicaaaaaa, chicaaaaa! ¡Tuuuuuuusaa! – se escuchó al fondo del prado.
Remigia,
alzó lentamente la mirada y, mientras rumiaba unos hierbajos, meneó la cabeza.
-
De verdad, estos humanos... No me extraña que no se entiendan.
-
Toda la razón, Remi, toda la razón. Así están, todo el día enfadados.
Fíjate que el otro día, Robusta y yo estuvimos hablando...—y ésa era Roncada, debido su nombre a los mugidos, no de calidad, sino por su cantidad, pues se pasaba el día y parte de la noche mugiendo y más mugiendo. Y claro, se quedaba ronca... Si alguien quería saber cuanta leche le habían sacado a Ronalda, se lo decía Roncada. Si el interés estaba en la salud de Rotunda, se le preguntaba a Roncada. ¿Qué quién había rumiado de más? A Roncada. En fin, Roncada era el noticiero del prado y su hija Cotilla le iba a la zaga.
Fíjate que el otro día, Robusta y yo estuvimos hablando...—y ésa era Roncada, debido su nombre a los mugidos, no de calidad, sino por su cantidad, pues se pasaba el día y parte de la noche mugiendo y más mugiendo. Y claro, se quedaba ronca... Si alguien quería saber cuanta leche le habían sacado a Ronalda, se lo decía Roncada. Si el interés estaba en la salud de Rotunda, se le preguntaba a Roncada. ¿Qué quién había rumiado de más? A Roncada. En fin, Roncada era el noticiero del prado y su hija Cotilla le iba a la zaga.
-
Pues a mi me ha dicho Cortada, que su madre Rodada le ha dicho que es que los
pobres humanos no se entienden entre sí, por eso se gritan tanto...
-Tu
a callar—le dijo Roncada—Y vete a jugar con Cortada, Carpanta y Cleopatra.
-Mmmmuuu...—Dijo
Cotilla por lo bajini.
-¿Qué?
¿Cómo has dicho? ¿Muu? ¡Habrase visto! ¡Descarada!
Y
Cotilla, tras su ofensivo “muu” había salido al trote saltarín.
-
¡Laaalavacaaa! ¡Trrrrrr! Cheeeca,cheeca...—seguía acercándose el granjero.
-
De verdad, este tío... ¿No se puede callar un rato?—dijo mientras se acercaba
Remilgada.
-Pues
viene directo...-apreció Remigia
-
¡Tuuuuuuusaa, Remiiiiiiigiaaaaaa! ¡Empacaaa!
-
Buenoooo—murmuro Remilgada
-
Ya te toca, cariño –le informó Roncada.
-
Y a ver con quien...—se resigno Remigia.
-
Ya sabes cariño, lo que dicen: Valor y al... –insinuó Remilgada.
-
Tuitititi—dijo el granjero dando con la vara a las compañeras de Remi.
-
Será idiota—protestó Remilgada.
-
Le daba o con el palo largo ese...—comentó Roncada separándose.
-
Amos bonicaa, mpasarloiennn, titititituii—le daba a Remi guiándola fuera de la
cerca hacia la granja.
Se
llevaron a Remi fuera del prado y sabía perfectamente para qué: Le tocaba a
ella añadir una generación al prado.
El
granjero la condujo por el camino y la llevó a otro cerco, situado justo al
lado de la destartalada y vieja casona de la granja. Allí, en una esquina, con
la cabeza agachada, esperaba un toro negro, pero que muy negro. Y ella, la
pobre, toda blanca ella. Aquél que inventó las vacas y los toros, ahora lo
entiendo, tenía un propósito, pero tampoco se pensó mucho el asunto: Toro
negro, azabache, carbón, zaino, pero siempre oscuro, muy oscuro. La vaca...
marfil, hueso, clareo, pero siempre blanca, blanca blanquísima. Con lo sucio
que es el blanco, como siempre decía Rescatada.
Pues
eso, dejando al toro todo negro él y a la Remi, toda blanca la pobre, en tan romántica
situación, gritando:
-¡Ala,
torolotuyoooo!—se fue tan tranquilo el tío.
La
Remi se quedó allí mismo y comenzó a rumiar distraídamente, como siempre, un
matojo de cardos, ¡con lo indigestos que son! El toro negro, en la otra
esquina, quietoparado, no giraba la cabeza ni levantaba el morro que escondía
entre sus pezuñas. Así estuvieron cerca de dos horas. Al cabo, La Remi, algo
desconcertada, miro al toro. Este, que se sintió observado, bajó aún más sus
cuernos. Con paso lento y discreto, la Remi se acercó uno poco.
-
¿Y bien? –preguntó la Remi algo molesta. El toro, dando tres pequeños pasos, se
escondió todavía aún más. –¿Y a ti qué te pasa? –preguntó—déjame verte la cara,
que ni siquiera sé quién eres.
-
Gallardo—murmuró el tímido y negro toro.
-
¿Cómo? –insistió nuestra blanquísima Remi.
-
Gallardo—repitió casi inaudible.
-¿Qué?
¿Quieres hablar más alto, toro?—y el pobre Gallardo, levantando un poco la
testa y mirando de reojo a la Remi, repitió:
-
¿Gallardo? ¡Venga ya! ¿El Gallardo que se pasa el día mugiendo como un bravucón
a los demás toros? ¿El que está siempre coceando tierra y presumiendo delante
de nosotras?
-
S... s... si—dijo avergonzado.
-
¡Ja! ¿Y ahora que te pasa?
-N...
n... nada—dijo mirando de reojo nuestro vergonzoso, tímido, presumido y negro
toro.
-
¿Es que tienes vergüenza?
-
No, no... Bueno... un poco
-
¡Anda! Mira tú el bravucón este... ¿Y tu vas a ser el padre de mi Clotilde? Ay,
tantos años deseando a mi pequeña... ¡Vaya, espero que tengas otras virtudes!,
que mi pequeña va a ser la más guapa y educada de la comarca, así que ya estás
espabilando, ¿me escuchas? A ver, ¿por qué tienes vergüenza?
-
Pues...—nuestro negrísimo, tímido, vergonzoso y presumido Gallardo, algo
cohibido, no sabía como explicarse—es que... tu... me gustas mucho...—y la
Remi, todo lo blanca que era ella, de pronto, pareció volverse rosa. Viéndola
Gallardo, se envalentonó algo.
-
La tierra la coceo por ti—y a la blanca o rosa Remi se le quedaron las orejas
gachas.
-
A pues...—intentó decir—pues a mi siempre... tu... tienes unas patas delanteras...
que me gustan mucho...
De
esta forma, algo que parecía muy poco romántico en sus inicios, se convirtió en
una escena bendecida por los ángeles sonrientes. Dos semanas se paso la Remi
visitando el cercó donde le esperaban los cuartos delanteros mas musculosos del
prado, según ella, claro. Cada día que se añadía a ese volátil tiempo resultaba
el momento más esperado e ilusionado por
la Remi y el Gallardo. Los primeros días, a la luz púrpura de la vergüenza, se
contemplaban de reojo sin atreverse a ser descubiertos, bueno, eso es mentira,
si que deseaban ser descubiertos, porque no se engañen, el amor tiene mucho de
engaño. ¡Oh! Disculpa que he tropezado con tu pezuña... ¡Ay! Que torpe soy que
te di con mi cola... En fin, engaño, lo que digo. Engaño y vergüenza esos
primeros días hasta que, llegado un momento, uno de los enamorados aguanta la
mirada y el otro la aguanta también, y se paran bajo el rojo atardecer, y se
dudan y se acercan y, de pronto, con un rayo de alguna estrella misteriosa y
lejana, con alguna brisa elevada desde algún misterioso y lejano lugar, los
enamorados entrelazan sus cuellos y en el silencio de no sé qué lejano y
misterioso hechizo, ninguno atina a decir una palabra, ni deseos que tienen, y
allí se quedan con el querer, pues esa es la definitiva definición del amor.
Si, animales míos, el amor es esa magia capaz de provocar que un toro negro y
bravucón y una vaca blanca y decidida mantenga un silencio eterno ante un
simple entrelazado de cuellos.
Y
llegaron esos últimos días, pues siempre los hay, en donde se cierne sobre el
amor las vallas de los extraños seres que nadie comprende, empeñados en separar
esos cuellos inseparables ya. Pues sí, después de dos semanas donde cada noche
vivían pequeñas punzadas de dolor al ser llevados cada uno a su cerca hasta el
día siguiente, llegó el fatídico momento en que esa empecinada valla se quiso
hacer notar en las vidas de Remi y Gallardo. Esa noche, la ultima, ninguno dijo
nada, tan solo se miraron y remiraron mientras con pasos lentos recorrían, cada
uno a un lado de la estúpida valla, eran conducidos por el limitado granjero a
su lugar en la cerca. ¡Como si nuestro lugar tuviera algo que ver con un montón
de tierra y hierba!
¡Ah,
pobres granjeros con sus vallas! Dejémosles que en aquel prado, aun con cercas
o con lo que quieran, algo ya estaba en camino...
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¡Qué bueno! Me trae recuerdos de mi querida Asturias. Cuando mi abuelo o mi tío llevaban a las vacas junto al toro de los vecinos. Teníamos seis o siete vacas debajo de la habitación donde dormíamos y por un agujero en el suelo de madera las mirábamos cada noche. Me viene a la memoria el sabor de la leche recién ordeñada, tibia y dulzona, hasta que llegaron las medidas higiénicas con su tecnología que borró para siempre ese sabor de nuestro mundo.
ResponderEliminarGracias.
No puedo por menos que dejar aquí mi agradecimiento por haberme hecho pasar un ratito tan bueno leyendo este pasaje. Es genial y muy divertido.
ResponderEliminarSaludos.
Manuel, me alegra que te guste! No sé si has visto que tienes disponibles las otras dos partes de la historia. Espero que te siga gustando el desenlace!
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