Sombras. Son sombras. A veces llegan incluso en la noche. A veces en la noche son peores. Sombras, solo sombras… eso dicen los ignorantes. Les reto a entrar en mis mundos, les desafío a seguirme. Sombras que me siguen sin descanso, que intento evitar, que intento no mirar… pero me llaman, me gritan y yo, con un escalofrío recorriéndome la espalda... me detengo y les clavo mi mirada. Y ellas… sombras, sólo sombras, se detienen y me observan. En un frío compás de espera, yo espero, ellas esperan, ninguno nos movemos, los dos nos estudiamos. Las preguntas me zarandean y aceleran mi corazón: ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis?
Tratan de robarme la razón, lo sé. Tratan de encerrarme en la locura. Tratan de llevarme a sus reinos oscuros, tratan de apresarme y doblegarme y que incline mi cuello ante el hacha de la luna. Lo sé. Pero yo me revuelvo y huyo y corro y susurro plegarias y silencio mi grito… para que al menos, no intuyan que las temo. Pero da igual, siempre llegan, quizás nunca se van, las veo de reojo, pegadas a mis talones, danzando por las paredes, escondiéndose entre los muebles del comedor…
Siento que mi derrota está a punto de llegar. Ya no tengo fuerzas. Son demasiados años corriendo, demasiado tiempo huyendo, demasiado tiempo tratando de evitarlas. Aun recuerdo aquellos días que fui libre. No… no había sombras que esquivar. No tenía miedo, era invencible, elegante, ligero… podía volar. Vencía a cualquier enemigo con una sonrisa en mis labios y una espada en mi mano. Una tierra mágica era mi hogar. Cuidaba de los niños. Jugaba, reía, gritaba, cantaba… Y tan invencible me creí, que reté a las sombras. Me empeñé en batirme con ellas, las apresé. Y desde ese día… Ese día acabó todo para mí.