El punto. La coma, con sus ambiguas
costumbres. Los manoseados y enigmáticos puntos… La vida. Sí, un texto, un
relato que escribes una noche de verano reflejan con sus puntos, con sus comas,
con sus… la vida misma. Por eso, cuando te levantas por las mañanas y confundes
una pausa con un sueño, no respiras. Andas jadeando porque en ese momento algo
oprime tu estómago vacío pues no fuiste capaz de calmar esa ansiedad que se
adueñó de tus desvelos desde hace meses y te impide ver que debes encontrar un
instante para ordenar las emociones pues ya ni la más simple de las
conjunciones creadas también para sentarte unas milésimas de segundo te sirven
para nada… ¡Respira! ¡Joder, pon una coma en esos días! Un punto si es
necesario. Una noche. Un amanecer. Ponlo y ese día pasará. Y si es grave, hazme
caso, pinta un punto y aparte.
Los puntos son las noches, los
domingos, la última palabra de un buen capítulo, un “luego nos vemos”. Tienen
que existir. Tu cabeza necesita de ellos. Tu corazón los odia. Son el final de los
besos. Pequeñas señales para que se almacenen los recuerdos. Sin punto sólo hay
un sueño. Sólo un amanecer. Sólo una chica. Sólo un beso. Demasiado largo. El
roce de unas manos. Demasiado breve. Un chaparrón de verano. Un largo invierno.
Eso no es bueno. No. Y ahora, ¿jadeas? Claro… ¡Respira! Demasiados puntos,
demasiados miedos a dejarte llevar de vez en cuando, suelta las riendas de las
caricias, dibuja un adjetivo entre las comas de sus cabellos. ¿Qué no quieres
terminar? ¿Convertir en eterna una mirada? Abre las ventanas y que entre la
brisa, que tu chica sienta frío y que luego, sea tuyo el secreto de unos…
No es bueno vivir mil noches en un
párrafo. Y una noche sin final nuca se convertirá en recuerdo, será una inmensa
estrofa que convertirá algo bello en una obsesiva pesadilla recurrente.
Al final, un texto, cualquier
relato escrito cualquier noche de verano, incluso de invierno, viven buscando
el equilibrio. Sí, ella más nerviosa y yo más comas. Ella puntos y yo… yo
simplemente la sonrío. La miro en su enfado y pienso: es como los dos puntos,
todos saben que existe pero piensan que no es romántica. Sí, te da un respiro,
pero sólo para hacer la lista de la compra, o para enumerar tus errores: no
bajaste la basura, no recogiste la ropa del tendedero, se te olvidó la leche…
Al final uno descubre que es el miedo lo que hace que la gente etiquete a las
personas y las cosas. Sin los dos puntos no existiría Hamlet. Mi Val Jean. Ni
Whitman. Con los dos puntos das importancia a unas palabras, decir, por
ejemplo, ella dijo: Te quiero. ¡Respira! ¡Te quiere! Coge aire y ahora sí, desata
las cadenas de tus dedos. Explota tus emociones con besos cortos entre puntos y
luego, entre comas, fúndete en sus labios, llévala a la cama y cuando sientas
la tentación de exagerar aquél momento convirtiéndolo en un obsesivo párrafo
recurrente, abre la ventana, que sienta frio, que te abrace y…
La vida. Los puntos y comas. Un
texto, un relato escrito una tarde de primavera, o una mañana de invierno. Ella
tajante como un punto. Ordenada como los dos puntos. Yo… También comas. A veces
me enredo y me vuelvo obsesivo y recurrente como el párrafo de un mediocre o de
un charlatán. Pedante poeta que olvida los puntos y odia los punto y aparte. Así
soy cuando estoy sólo, pero la vida es la constante búsqueda del equilibrio, ¡Joder,
ya lo sé!, por eso me obligo a acostarme, a cerrar el cuaderno cada noche y me
digo: ¡Respira! Y me acuesto con ella, la abrazo y me convierto en algo
especial, una mezcla de su sonrisa y mis deseos. Un ser en peligro de extinción
que germina de sus puntos y mis comas; alguien descolocado que lucha por
ordenar ideas semejantes; un mestizo tajante que tiende la mano al siguiente
beso.
Y así, convertido en punto y coma,
pienso: ella tajante como un punto prematuro, yo tan peligroso como una coma
mal puesta; ella ordenada como unos románticos dos puntos, yo tan idealista
como… ¿Será posible nuestra historia de amor? ¿Llegará a buen fin este relato
de una noche de verano? Y el miedo agarra mi pluma y vuelvo a cometer el mismo
error: no quiero terminar. Sí, pues en verdad mi único sueño es un libro
eterno, con sus puntos, sus comas, sus dos puntos, sus puntos y comas y, por su
puesto con sus… Pero no con aquél que lo termina todo. Con ese punto que es una
lágrima surgida de un adiós. Que me corta la respiración. Un mata novelas
despiadado que te arroja a la realidad preguntándote: ¿Encontraré otra igual? Ese
que me recuerda que todo texto, todo relato, historia de amor, incluso una sencilla
alegoría escrita una noche de verano, tiene… ¡Respira! Es inevitable: todo
tiene su punto y final.