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domingo, 9 de agosto de 2015

¡Respira!
O Elogio alegórico al punto, la coma y otros seres más exóticos.

El punto. La coma, con sus ambiguas costumbres. Los manoseados y enigmáticos puntos… La vida. Sí, un texto, un relato que escribes una noche de verano reflejan con sus puntos, con sus comas, con sus… la vida misma. Por eso, cuando te levantas por las mañanas y confundes una pausa con un sueño, no respiras. Andas jadeando porque en ese momento algo oprime tu estómago vacío pues no fuiste capaz de calmar esa ansiedad que se adueñó de tus desvelos desde hace meses y te impide ver que debes encontrar un instante para ordenar las emociones pues ya ni la más simple de las conjunciones creadas también para sentarte unas milésimas de segundo te sirven para nada… ¡Respira! ¡Joder, pon una coma en esos días! Un punto si es necesario. Una noche. Un amanecer. Ponlo y ese día pasará. Y si es grave, hazme caso, pinta un punto y aparte.

Los puntos son las noches, los domingos, la última palabra de un buen capítulo, un “luego nos vemos”. Tienen que existir. Tu cabeza necesita de ellos. Tu corazón los odia. Son el final de los besos. Pequeñas señales para que se almacenen los recuerdos. Sin punto sólo hay un sueño. Sólo un amanecer. Sólo una chica. Sólo un beso. Demasiado largo. El roce de unas manos. Demasiado breve. Un chaparrón de verano. Un largo invierno. Eso no es bueno. No. Y ahora, ¿jadeas? Claro… ¡Respira! Demasiados puntos, demasiados miedos a dejarte llevar de vez en cuando, suelta las riendas de las caricias, dibuja un adjetivo entre las comas de sus cabellos. ¿Qué no quieres terminar? ¿Convertir en eterna una mirada? Abre las ventanas y que entre la brisa, que tu chica sienta frío y que luego, sea tuyo el secreto de unos…

No es bueno vivir mil noches en un párrafo. Y una noche sin final nuca se convertirá en recuerdo, será una inmensa estrofa que convertirá algo bello en una obsesiva pesadilla recurrente.

Al final, un texto, cualquier relato escrito cualquier noche de verano, incluso de invierno, viven buscando el equilibrio. Sí, ella más nerviosa y yo más comas. Ella puntos y yo… yo simplemente la sonrío. La miro en su enfado y pienso: es como los dos puntos, todos saben que existe pero piensan que no es romántica. Sí, te da un respiro, pero sólo para hacer la lista de la compra, o para enumerar tus errores: no bajaste la basura, no recogiste la ropa del tendedero, se te olvidó la leche… Al final uno descubre que es el miedo lo que hace que la gente etiquete a las personas y las cosas. Sin los dos puntos no existiría Hamlet. Mi Val Jean. Ni Whitman. Con los dos puntos das importancia a unas palabras, decir, por ejemplo, ella dijo: Te quiero. ¡Respira! ¡Te quiere! Coge aire y ahora sí, desata las cadenas de tus dedos. Explota tus emociones con besos cortos entre puntos y luego, entre comas, fúndete en sus labios, llévala a la cama y cuando sientas la tentación de exagerar aquél momento convirtiéndolo en un obsesivo párrafo recurrente, abre la ventana, que sienta frio, que te abrace y…

La vida. Los puntos y comas. Un texto, un relato escrito una tarde de primavera, o una mañana de invierno. Ella tajante como un punto. Ordenada como los dos puntos. Yo… También comas. A veces me enredo y me vuelvo obsesivo y recurrente como el párrafo de un mediocre o de un charlatán. Pedante poeta que olvida los puntos y odia los punto y aparte. Así soy cuando estoy sólo, pero la vida es la constante búsqueda del equilibrio, ¡Joder, ya lo sé!, por eso me obligo a acostarme, a cerrar el cuaderno cada noche y me digo: ¡Respira! Y me acuesto con ella, la abrazo y me convierto en algo especial, una mezcla de su sonrisa y mis deseos. Un ser en peligro de extinción que germina de sus puntos y mis comas; alguien descolocado que lucha por ordenar ideas semejantes; un mestizo tajante que tiende la mano al siguiente beso.


Y así, convertido en punto y coma, pienso: ella tajante como un punto prematuro, yo tan peligroso como una coma mal puesta; ella ordenada como unos románticos dos puntos, yo tan idealista como… ¿Será posible nuestra historia de amor? ¿Llegará a buen fin este relato de una noche de verano? Y el miedo agarra mi pluma y vuelvo a cometer el mismo error: no quiero terminar. Sí, pues en verdad mi único sueño es un libro eterno, con sus puntos, sus comas, sus dos puntos, sus puntos y comas y, por su puesto con sus… Pero no con aquél que lo termina todo. Con ese punto que es una lágrima surgida de un adiós. Que me corta la respiración. Un mata novelas despiadado que te arroja a la realidad preguntándote: ¿Encontraré otra igual? Ese que me recuerda que todo texto, todo relato, historia de amor, incluso una sencilla alegoría escrita una noche de verano, tiene… ¡Respira! Es inevitable: todo tiene su punto y final.