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jueves, 16 de junio de 2011

La Vaca que Subió a la Montaña. 2ª Parte

Anteriormente: La Vaca que subió a la Montaña. 1ª Parte

2º Parte.

         En el atardecer de un día de verano, caluroso todo él, estaban tumbados Gallardo, a un lado de la valla, y la Remi, al otro lado, claro Cuado el negrísimo Gallardo rascaba con su cuerno suavemente la grande y preciosa panza de Remi, un movimiento brusco despertó a la adormilada y ahora madre por venir.
            Enderezándose de pronto, guardó silencio unos segundos.
            - Mi amor... Ya viene Clotilde—
y Gallardo, despistado, confuso y negro todo él, levantó la mirada y buscó a su alrededor sin comprender.
            -¿Qué dices, cielo?
            - Clotilde, que quiere salir...
            - ¿De donde? No entiendo cariño...
            - ¡Pues de donde va a ser! ¡Cazurro! ¡Que estoy pariendo!—le gritó la dolorida Remi.


            Del susto, Gallardo al fin comprendiendo la situación, miró con terror a la querida y preciosa panza de Remi. No se desmayó porqué era un toro. Recuperado el control de sus facultades y dando el mayor salto registrado por vacuno alguno, salió disparado con esos fuertes y musculosos cuartos delanteros. Al llegar lo más cerca posible de la casa del granjero se puso a mugir con tal potencia que hasta los diez kilómetros de allí hubo protestas de algún quejica. Después de un buen rato entre los bufidos y mugidos más escandalosos jamás escuchados, de alguna forma que aún los estudiosos no logran descifrar, nuestro negro Gallardo consiguió hacerse comprender ante el granjero y éste, entre sus extraños graznidos y gruñidos, de alguna forma que aún los eruditos andan meditando, comunicó a su toro que le indicará el camino hasta la dolorida Rimigia. Así pues, ambos dos, bajo la luna y el balanceo de un candil, llegaron hasta la parturienta.
            - ¡Ata, ata ataaa! ¡Sieeeeeee! Muualeantaaa, Remiii. ¡Yaca, yaca!—decía el granjero agachandose.
            - ¡Yastaquí er rabooooo!—dijo sorprendido el granjero—Andaaa, si viene patrasss—porque sí, la pequeña Clotilde desde su nacimiento se empeñó en ser original.
            - ¡Chasca tuu!—dijo el bruto agarrando el rabo de la pequeña. Remigia, ladeando la cabeza, al ver al granjero con cara de bestia sujetando sin miramientos el apéndice de su Cloti, casi se le salen los ojos de las cuencas.
            - ¡Gallardooo!—gitó histérica intuyendo la maniobra—¡Quítame a este animal de encimaaa!
            Y gallardo, mugiendo y coceando al otro lado de la estúpida vaya, a punto estuvo de embestir. Pero en esto que el granjero dijo:
            -¡Mmmmññññeeeeeeaaau, empacá!-y tirando hizo salir de forma, paradogicamente, suave y dulce a nuestra Clotilde.
            Cayendo de culo, el granjero se quedó mirando a Clotilde desconcertado.
            -¿Pero eto queé? No ve tu—y era realmente extraño aquello que miraba, pues fíjense ustedes que resultó que Clotilde, empeñada, como dije, en seguir siendo diferente, no era ni blanca ni negra, sino todo lo contrario, esto es: las dos cosas... No sé como decirlo. Era blanca y también negra, o negra y también blanca. Vamos a ver si me explico: toda Clotilde estaba salpicada de manchas, digamos negras, pero bien podía ser al revés.
            Jamás en la vida vacuna cosa parecida habíase visto. Era como si el pelaje de nuestra pequeña se hubiera llenado de manchas, por cierto, preciosas.
            -¡Si ta manchaaaa, tuuuuusaa!—el granjero no salía de su asombro. Gallardo, tapado por el granjero, trataba de mirar por aquí y por allá ansioso por ver a su pequeña. Y la Remi, medio desmayada, no tenía fuerzas para levantar la cabeza siquiera. 
            - Gallardo, ¿la ves?—preguntaba con un hilillo de voz.
            - ¡El tío éste! ¡Nada! ¿Quiere usted quitarse?
            Pero no, el granjero, allí mirando, alucinaba. Con lentitud se agachó y miró a Clotilde. De pronto, con una sonrisa, dijo:
            - ¡Alaquetú! ¡Mira que bonica é la criatura!—gruño alegre—¡Qué gracioza, tú!
            Y en esto, con un brusco meneo, Clotilde se puso en pie y, aunque algo débil, comenzó a corretear.
            Gallardo, todo negro y bravo el, se quedó blanco y patitieso. Miraba con sus enormes ojos y, en un mágico silencio, seguía con su mirada a su pequeña y manchada Clotilde. Una especie de baba se le comenzó a caer de la boca y una feliz sonrisa boba y orgullosa asomó en sus carrillos.
            Así la vio, correteando alegre, medio saltando, tambaleándose hasta que, con suavidad, se acercó a su mama desmayada. Con una pequeñísima lengua comenzó a lamer los ojos de su madre y ésta fue desperezándose.
            -¿Gallardo?—decía medio aturdida aún. Por fin, despertando y abriendo los ojos, pudo ver a un ángel vacuno, una sirena de cuatro patas, una alondra correteante que con suavidad y amor le acariciaba con su hocico.
            - Mi pequeña...—la reconoció al fin—¡Pero bueno, mira como te has puesto ya! ¡Y acabas de salir! A ver como saco yo ahora esas manchas...—pues no, me da que no estaba del todo despierta.
            -¡Ayakayaaya, mira tú que bonica!—interrumpió nada hermoso el granjero provocando, eso sí, que la Remi despertara al fin.
            La pequeña Clotilde volvía a corretear alegre y con pequeños saltitos y cabriolas, se lucía ante su madre.
            Y su madre... Su madre en ese momento estaba en La Granja Celestial dando gracias ante el Gran Fénix por haberle dado como hija al animal mas bello y gracioso del mundo.
            La Remi no veía las bonitas manchas, Remi no veía sus graciosos saltitos, Remi no veía su tambaleante correteo. No, la Remi tan sólo veía a su pequeña Clotilde.
            Claro que, como ocurre con todas las madres, cuando pasa el tiempo emocionado que resta objetividad a la percepción y llega la mirada crítica y llena de rigor, la Remi, a parte de ver a su pequeña Clotilde, comenzó también a ver las más bonitas pezuñas d la granja y, también, las más dulces orejas del condado y las más delicadas pestañas de la comarca y el rabo más juguetón del país y el hocico mas respingón del planeta y las más graciosas manchas creadas por la Sabia Naturaleza.
            En fin, que les voy yo a contar.


            Pasaron así, entre bellezas, las primeras semanas de vida de Clotilde y fueron usadas por la Naturaleza para devolver las fuerzas a la madre y darle vigor a la pequeña. Pero no se engañen, pues la felicidad no existe como tal, por lo menos por ahora. Convengamos que existen momentos felices, incluso días, y esos si los tuvieron, aunque poco a poco, nuestra familia comenzó a perder esa alegría necesaria.
            No sólo la semana que pasó la pobre Clotilde siendo objeto de peregrinaje y admiración por toda la manada de humanos, que viniendo de los sitios más dispares, llegaban a la ya popular granja para deleitarse ante la fantástica e increíble visión de una manchas, eso casi fue lo de menos, ya conocemos a los pobres humanos, mira que son raros, por unas manchas lo que andaban.
No, la tragedia llegaba a la familia por otros motivos. El Gallardo cada día era más arisco pues odiaba a aquella reja pinchuda que le impedía limpiar o jugar con su Clotilde o acariciar a su mami querida.
La Remi sufría pues veía que aquellas que antes eran sus amigas y compañeras de pasto, ahora la miraban de reojo y cuchicheaban mentiras envidiosas sobre ella, sobre Gallardo y sobre su extraña y salpicada hija.
Y Clotilde, aunque siempre sonriente, cierta tristeza le asomaba en sus grandes ojos cuando, intentando integrarse en el juego de las demás compañeras, estas la huían o evitaban por el simple consejo de sus madres.
Y era clara la razón, aunque no lo sea para los que piensen en las manchas, pues esos divinos dibujos tan sólo fue la excusa, pues obtusas como animales o como humanos, envidiosas como sólo humanos y listas como sólo animales, comprendieron que aquellas preciosas manchas eran la exteriorización de un sentimiento inalcanzable para cualquiera que sea obtuso, envidioso o listo, y en vez de honrarse a sí mismos ante la admiración de un amor sincero, intentaron deshonrar, las pobres, a una familia que andaba muy, muy lejos de cualquier forma de ofensa.
¡Ah! Pero eso sí... Puede haber algo que realmente haga daño a nuestra familia: La maldita Reja, Valla, Cerca... Llámenla como quieran, pero ahí está, dividiendo lo indivisible, separando esos cuellos enlazados, impidiendo el cariño. Así lo entendieron la Familia envidiada.

- ¡Ya estoy arto, Remi! Todavía no he podido ni jugar con Cloti. Estoy cansado de que cada vez que quiero rascarte con mi asta o limpiar a la pequeña, me tengo que jugar el cuello o las orejas con la reja esta—dijo el Gallardo corneando la valla.
            - Qué me vas a decir a mí, viendo todo el día los cuchicheos de Roncada... ¡Ronalda ya ni me saluda! Pobres... Se reúnen en el otro lado del prado... Mira que se aburren—dijo alzando la cabeza queriendo retar con su orgullo a la tristeza.
            Mientras, Clotilde correteaba tras una mariposa mientras se preguntaba, aún joven e inocente, por qué ni Cortada ni Cateta querían jugar con ella.
            Y en silencio estuvieron un buen rato, el suficiente para tomar una decisión firme sobre su futuro. Luego, más tranquilos, se fueron a dormir esperando el nuevo día.

            -¡Tuuuuuuuuuusaaa! ¡Achacaa! –fue el grito que despertó a nuestra familia dividida. Un hermoso sol anaranjado se insinuaba en el albor y en la lejanía. Los pájaros autóctonos cantaban y revoloteaban, y una suave brisa rozaba el pelaje aún suave de Clotilde.
            -¡Vamos pequeña!—le despertó Remi.—Hoy es el día.
            - Mmmuu—se quejó perezosa Cloti.
            - ¿Cómo? ¡Como vuelva a oírte ese mu! ¡Ni mu ni ma! ¡Vamos pequeña mía—dijo haciendo una caricia reconciliadora.
            Clotilde, medio dormida aún, se levantó y siguió a su madre.

            Pasaron las horas del día de la misma forma rutinaria y aburrida de siempre. Pastando por aquí, una cabezadita por allá, tumbados un ratito y aguantando los paseos escandalosos del granjero de vez en cuando.
            Por fin, cuando las primeras horas de la tarde llegaban, se empezó a escuchar el trote bravucón y los bufidos chulescos de los toros retornando de su excursión diaria. Con ellos venía Gallardo, corneándose con alguno y disimulando.
            - Mama, ¿por qué nosotras no vamos de excursión?—preguntó envidiosa Clotilde.
            - Claro que vamos, pequeña, pero cada mucho tiempo. El granjero nos busca otros pastos en las cercanías y nos traslada.
            - ¿Y eso es todo?—preguntó desilusionada Clotilde.
            - ¿Y qué más quieres, nena?
            - Pues... ¿Y todo ese campo de allí?—preguntó señalando con el hocico.
            - La verdad, nena—contestó la Remi con tristeza,—es que nunca nos llevan tan lejos.
            Madre e hija caminaban tranquilas hacia la valla para reunirse con Gallardo. Éste, con su trote elegante, se acercó hasta ellas y agachando su testa, les susurró.
            - Ya tengo un plan, mis chicas.—Remi y Cloti acercaron sus orejones—Cuado escuchéis mi bufido, haga lo que haga, debéis seguirme. Estad cerca de este lado de la vaya y cuando me escuchéis...
            - Pero cariño, ¿cómo vamos a seguirte estando la vaya?—le hizo ver Remi.
            - Ya lo verás. Vosotras seguidme sin dudar.
            Las dos chicas asintieron con firmeza y Gallardo, como siempre elegante, se marchó a disimular.

            - ¡Raca, rica, raca, chiiiicaa!—se escuchaba desde el fondo al granjero dando por aquí y por allá con su vara larga.
            - ¿Qué va a hacer papi?—preguntó Cloti.
            - No tengo ni idea, pequeña. Tú sólo estate cerca mío y haz lo que te diga—le dijo la Remi confiada con el plan de su Gallardo, fuera el que fuese.
            - Si, mami—Cloti, expectante, esperaba ansiosa los acontecimientos.

            Una hora pasó desde la reunión familiar y durante esa hora la Remi pudo observar que Gallardo miraba continuamente de reojo al granjero. De pronto, cuando el del palo largo estaba bastante lejos de ellos, Remi dio un salto de susto junto a todas las vacas pesadas ellas, junto a los toros bravísimos ellos, junto a los pajarillos y junto a los árboles, arraigados ellos, al escuchar un tremendo bufido, incluso exagerado, pues no hubiera hecho falta tanto volumen para saber que era la señal... que Gallardo desenfrenado dejaba escapar por su garganta a la par que con un furioso y muy bravo, ahora sí, galope se dirigía hacia la Remi alucinada y la Cloti más alucinada aún.
            Estas se arrejuntaron al ver al poderoso zaino de casta ancestral, con sus monumentales cuernos curvos, con sus fibrosos músculos tensados y con su mirada fiera que en espantante carrera iba directas hacia ellas.
            - Cariño...—empezó a decir la Remi cuando Gallardo ya estaba a diez metros—ten cuidado con...—aunque sabía que, ni aún a los cinco metros que ya estaba, le escucharía. Gallardo, enfilado, bajó sus cuernos—con la...—¡Tin!—valla.—Gallardo, embistiendo, había hecho saltar los alambres como si de cuerdas de guitarra se trataran.
            - ¡Vamos, mis pequeñas, seguidme!—gritó Gallardo sin detenerse.
            Remi y Cloti, casi sin capacidad de reacción, dudaron milésimas de segundo. Luego saltaron a la carrera siguiendo a su Hércules vacuno particular.
            - ¡Ala, mami! ¡Qué fuerte es papi!
            - Si hija, ya lo sé... Una ya está acostumbrada, pero... la verdad es que esos cuartos delanteros... El más bravo, bravo bravísisisimo.
            Y aunque fueran a galope tendido tras su coloso, en el fondo bien parecían dos marujas hablando de las virtudes de un buen mozo. Altaneras y orgullosas, con la cabeza bien alta, su galope bien parecía un trote distinguido y volador.
            - ¡Vamos, dejad de parlotear!—y Gallardo, todo al galope él, volvía a enfilar la valla del cercado de las chicas, la que estaba más alejada, la que marcaba el limite, la que daba a la libertad.
            - Mami—Cloti jadeaba—¿Dónde vamos?
            - Pues... creo...—Remi iba también jadeando—que donde tú... decías antes. Allá... tan lejos. ¿Gallardo?
            Pero Gallardo no escuchaba, tan sólo distinguía aquella maldita valla de la que iba a dar buena cuenta. Concentrado en dirigir a su rebelde familia, encaminaba con decisión su carrera hacia una destino férreo.
            El resto del ganado, pues ganado es lo que eran, miraban confundidos y asombrados aquella incomprensible escena. No lograban descifrar qué hacían aquellos tres locos, aquella familia galopante. Y ganado como también lo era, el granjero, con su palo largo, ahora quieto... ¿Cómo iba a entender aquello cuando no entendía ni a su mujer?
            Sólo en el último momento, a diez metros de otro ¡Tin!, pudo entrever algo con sus ojos medio cerrados—aunque lo veía todo estupendamente—, le pareció observar como si tres de sus reses pretendieran escapar, o algo así.
            - ¡Aaaande vaaiiiis!—atinó a gritar aunque realmente lo estuviera preguntando, como si esperara respuesta, algo así como si Gallardo se fuera a parar y decirle <<No, mire, señor granjero, me voy a escapar con mi familia...>> ¡Yo qué sé! De verdad, estos humanos...
            Pero, tranquilos, que Gallardo, a parte de no hacerle ni caso y, a parte también, de no haberse parado en el caso de hacerle caso, la cosa es que el caso era imposible, pues si ni la mujer del Granjero entendía a su marido, ¡no iba Gallardo a entenderle y encima hacerle caso!
            En definitiva, el caso importante es que Gallardo arremetió con todas sus ganas y ante el asombro general, contra aquella maldita valla que la vida encerraba. Otro inmenso ¡Tin! Retumbó en la comarca. Otro inmenso bufido saludó a la libertad. Otra inmensa realidad comprendió al fin el ganado, con granjero y todo. Tres de sus reses se habían escapado.
            - ¡Vamos nenas!—les gritó el audaz Gallardo.

            Y saltando al nuevo mundo, les asaltó también una nueva vida.
            La Remi y la Cloti, que aún más orgullosas marchaban a la carrera tras su Tintineante y hercúleo Gallardo, justo al cruzar la brecha hecha en el cercado, presumieron entre ellas.
            - ¡Jo con papi, que cornadas da!
            - Uiss, a mi me ha impresionado el bufido...—y unos metros mas para allá, la Remi, girando la cabeza, dijo:
            - Ala, ahí os quedáis.

            Y al galope tendido salió de aquella cerca esa familia aventurera. Dejando atrás los mugidos escandalosos de las vacas y los toros que, alborotados, iban de un lado a otro sin entender nada de lo ocurrido, nuestros protagonistas avanzaron por el mundo.

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