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miércoles, 20 de abril de 2011

Carta a Los Unos y a Los Otros

           Ya no sé si me he perdido en este mundo o el mundo entero se ha perdido. No me gusta lo que veo. Me da asco lo que escucho. Odio el aire que respiro. Sólo en las noches busco mi refugio: ilusión de otros días; añoranzas quizás, de otros mundos. Con mis lágrimas me impermeabilizo, con sonrisas me defiendo.
      ¿Por qué reír? Reiré por el mundo que sueño, lloraré por el mundo que es.

     Y no lloro por el vuelo de las balas, lloro por la semilla de odio
sembrada en el corazón del niño de la calle que, en vez de recoger flores a su madre, amontona piedras para la lucha de su padre. ¡No dejemos como herencia a nuestros hijos las iras de nuestras diferencias!
     Y no lloro por las tormentas de cañones, lloro por la semilla de odio germinada en el alma por simple descendencia y tradición. No plantemos cizaña en los huertos de nuestros hermanos, pues también allí crecerá y chupará la savia a los sanos cultivos, y cuando todo esté podrido… ¿de qué nos podremos alimentar?
     Y no lloro por las lluvias de monedas que a unos empapa  y en otros resbala, lloro por el trozo de prejuicio que compra el poderoso; lloro por la dignidad que vende el miserable; lloro por la colina donde reina el ambicioso, lloro por el valle donde viven los distantes.. Lloro por el alma contaminada del que cree tenerlo todo, lloro por el alma degradada del que cree no tener nada.

      No me gustan las corrientes que equiparan en mediocre las esencias y nos llevan a los mares donde todos los peces somos pescados y que, ante un superfluo y falso cebo, todos, enloquecidos y depravados queremos picar del anzuelo vomitivo de esperanzas artificiales de un rey pescador bañado en oro pero con alma defecada.


      Quisiera ser delfín para saltar sobre las olas de las corrientes; sentir el aire en mis vuelos y no tanto el roce con lo sumergido y enredado. Quiero dirigirme a los deltas y a las rías y erigir mil diques con mil almas convertidas. Quiero ser salmón en peligro y remontar a los orígenes donde quedó nuestra líquida esencia, desovaré allí mi descendencia, lo más alto posible y dejarles el tiempo necesario para que comprendan el mar donde estas aguas nos llevan.

      No me gustan los vallados y las rejas, ni los perros guardianes que muerden al zorro y al escapado. No confío en los pastores que predican libertad en los cercados y me apenan los pobres pastoreados que se sienten seguros en el corredor mortal de su esquilado destino.
Quisiera ser cordero huido, y prefiero morir por la sorpresa del zorro en la montaña que en la confianza de un cerco construido por mi amable verdugo. ¡Prefiero ser cordero embravecido y escapado a ser toro bravo en el cercado!

     Lloro por los que estamos encerrados; lloro por los que ya se han resignado. Lloro por las líneas y fronteras que con cercos de trincheras, vallas de morteros, muros de odios y puertas de difuntos construyen orgullosos unos que se dicen justos empuñando el hacha del verdugo.

     Y ya no aguanto el aire enrarecido, el humo del efecto secundario de la evolución deformada. No soporto a la prisa viciada ni a las visiones manejadas. No, no soporto el estruendo de los pasos de gigantes de hojalata y vomito por la presencia de la multicolor espera que precede a la rutina diaria. Odio a los que amasan con flacas manos el tiempo que entregamos y con la masa vulnerada hornean nuestro sudor y sus propias alabanzas. Odio a los que mastican sin reparo el pan que ofrecen los tiranos. Odio a los que hablan de la vida con los brazos cruzados. Y odio, sobretodo odio a los que hablan con susurros a los que han quedado sordos y preguntan con sonrisas a los que han quedado mudos.

     Me entristecen los que sienten una condena en el albor, y me apenan los que duermen solos porque hicieron una mala elección: el dinero pesa en los bolsillos, el amor alivia el corazón.
     Me dan pena los que cuentan sus miserias ante un plato de lentejas; los que lloran sus dolores en un banco de un parque soleado; los que gritan a Dios por sufrir pequeñas pérdidas y se olvidan de otras tierras donde  imploran a Dios por tan sólo sufrir pequeñas pérdidas; los que alzan la voz por las bestias y como bestias se callan cuando cruzan por el cielo mil Ángeles que ya no cantan.
Me da pena, si mucha pena los que culpan a Dios por el vuelo de las balas desde el tranquilo calor de sus hogares con los bolsillos llenos de futuras metrallas.

     Lloro, aún me quedan lágrimas, por el gorrión que habita en los techados y por la paloma de la plaza, pues olvidaron las distancias de sus vuelos, la potencia de sus alas y creen que sólo pueden dar pequeños saltos para comer de las migajas. Me entristezco por los árboles que crecen solitarios y perviven en su pequeñez impuesta por los altos signos de la civilización, que beben la clorofila asfaltada y recurren a la fotosíntesis apagada. Lloro por los verdes prisioneros. Lloro por la pelota que entre cuatro paredes rebota. Lloro por las carreras descalzas sobre adoquines mojados por la orina de los que nunca andan descalzos.

     Y que no se engañen mis odios y tristezas, pues ni grito a los gigantes de hojalata ni lloro ante los verdes prisioneros. El mal no habita en la esencia, es la mano quien la injerta. Odio a lo que aquí dentro nos estamos convirtiendo y lloro de impotencia pues aún estamos a tiempo.
     No creas que sólo me humedezco y me entristezco, no sólo de abrojos y de odios me alimento. La inquina es el pan de mi alma vagabunda cuando registrando en las basuras veo lo que los reyes desperdician.

     También sonrío, sonrío más que vivo, pues si viviera lo que me ha tocado, moriría. Y alzo como escudo mis sonrisas y elevo como espada mis palabras. Tengo mil vasallos y los protejo. Poseo mil tierras de esperanza y las defiendo.
     Sonrío al niño que ha nacido entre el fuego y la amenaza; en susurro le alimento y le insuflo el amor en su futuro.
     Sonrío ante el abuelo y sus cuentos, me siento en sus rodillas, le abrazo y le bendigo.
     Sonrío al que sonríe a sus tristezas, le cojo de la mano y le enseño mis sueños y mis mundos.
     Sonrío a la flor solitaria que nadie ha visto sus colores, desbrozo su parterre de hierbajos mundanos y la riego para que estire los estambres que creía deformados.
     Sonrío a la belleza fugitiva de las estrellas fugaces que indultan a los perdidos de sus memorias y por segundos los renace. Sonrío a los vientos y las brisas que destapan la sabana de la mentira dejando en su temblor desnuda el alma huida. Sonrío a las mañanas que traen a los nocturnos un rocío de esperanza. Sonrío a las almohadas que ofrecen su consuelo a las pequeñas lágrimas escapadas.
     Sonrío a los besos recibidos, a los besos que se perdieron, a los besos deseados, a los besos suspirados, a los besos escondidos, a los besos que no fueron y también …a los que ya se fueron.
     Sonrío a los que se besan por cualquier cosa antes de enfadarse por nada.
     Sonrío a los valientes que se enfrentan con abrazos a los que empuñan un fusil.
     Sonrío a los rebeldes del mundo que luchan frenéticos contra la tiranía de aquellos que no nos dejan sonreír. ¡Uníos a la guerra, hermanos de sonrisas! Disparad con vuestros labios, salid de las trincheras y gritar a esas almas muertas: ¡Que nos dejen sonreír!

       Y ahora, dejarme a solas con mis odios que a mí ya me hicieron daño. Lavaros, mejor, con el agua de mis ojos y cogiendo una sonrisa, marchar, marchar a los altos prados, lejos de todo, y construir un mundo nuevo donde no existas ni corrientes, ni cercados, ni lágrimas ni odios.

     Idealizar un mundo no es de locos; de locos es seguir así, como hasta ahora, matándonos los Unos a los Otros.

Ávalon Esmit.

3 comentarios:

  1. Impresionante Joselito, eres un artista del teclado.

    Me acabas de convertir en tu primer admirador.

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  2. Gracias Bel, así da gusto tener amigos...!

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  3. ¡Pero esto es poesía, Jose! Ahora se me escapan las lágrimas a mí.

    El primero ya se lo han pedido, ¿puedo ser la segunda, o la tercera?

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