-->
Mejor con Google Chrome...


Libros disponibles en Amazon
Lecturas recomendadas más populares: Intenciones
En la Buhardilla
Síndrome Cyrano
Fragmentos para conocerme : Pasa el ratón por encima y, si te gusta, pincha para leer más.
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15

Yo y Mis Circunstancias

Prólogo:

He escrito cosas que vosotros no creeríais: Atacar sueños en llamas más allá de la Realidad, he visto Rayos de Futuro brillar en la oscuridad cerca de la puerta del fracaso… y todos ésos momentos estaban condenados a perderse… en el espacio, en el tiempo… como lágrimas en la lluvia… Es hora de escribir.
            Podéis llamarme Rohs… Hace unos cuantos años, no importa cuantos, con poco o nada en mi cerebro y nada de particular que me interesara de la realidad, decidí empezar a soñar. Cansado de ver, oír y leer lo de siempre, ascendí al olimpo de los libros que era la biblioteca de mi padre y me puse a buscar. Rasqué lomos polvorientos y quebré hojas amarillas. Me horroricé ante libros de física y refunfuñé al ver la Biblia. De pronto, en una esquina olvidada, huyendo quizás de mí o ignorado quizás por su dueño, asomó un pequeño libro. Su disimulo y su miedo me intrigaron y subiéndome en una complicada y peligrosa combinación de silla y libros, capturé mi primera presa. Me senté en la gran mesa de barniz ingenuo y estabilidad ingeniosa, y con ceremonia puse el libro sobre ella. Con mi adolescente dedo limpié el polvo del olvido y sentí unas letras grabadas. El Hobitt. Y no lo entendí. Y si hubiera puesto “El Coche” o si hubiera puesto “El Caballo” o si hubiera puesto “El Hombre”… allí, sobre la mesa de imposible equilibrio se habría quedado.

1. Sobre La Criatura de la Habitación de al Lado, Devoradores de Libros, Devoradores de Lectores y Héroes incomprendidos.

            Dos Semanas después, tras beber sediento y ansioso aquella pequeña historia, ya tenía en mi mano el resto de su universo. Entre trilogía, cuentos y preludios, ya tenía mi singular biblioteca. Poco variada, pero muy lustrosa e ilustrativa. Pero como el que se bebe de golpe un refresco, quedé algo empachado, así que vagabundo de palabras, conociendo la glotonería literaria de mi hermana, fui a husmear y revolver sus desechos. No me atraían precisamente sus gustos, pero tampoco me atraía la biblioteca de mi padre, creyéndola demasiado elevada. Así que entré en su cuarto y comencé a revolver sus libros. De pronto, extrañado, encontré un libro que había empezado hacía menos de una semana. Sí que debía ser malo para que mi hermana lo dejara… pensé. Y justo cuando iba a dejarlo, entró en su guarida aquella geniuda criatura. Lleno de terror, sin saber como explicar mi saqueo, la miré suplicante y con un hilillo de voz pregunté: <<¿Que…. Tal…. Es?>> Y un fulgor, destello, anuncio de tormentas y catástrofes, salieron despedidos de los ojos de aquella indomable criatura: << Es… Buenísimo. Te Gustará >> dijo el demonio elevado. Aquel día fue uno en los que más aprendí: Humildad por saber que en lo que tu pedantería define como basura hay más oro que en lo que tu estupidez define como tesoros. Comprendí que aquél ser  de la habitación de al lado no era tan peligroso y hasta podía ser amable y generosa. Y sobretodo, ante mi estupefacción, descubrí que hay personas capaces de devorar libros, de “leerlos” en apenas tres días.
            Salí confuso de la habitación y por fin decidí a leer el título de aquella novela que hasta ese momento era cuartada, excusa o escudo, pero no novela: Presunto Inocente, decía. Y tardé 1 mes en leerlo, muy, muy rápido para mí. Cuando acabé, entré de nuevo en la guarida de aquél animal que ya no era tan fiero y se lo devolví. << Cierto, Buenísimo >> y tras aquello proferí un terrible grito al encontrar a mi pobre hermana, ya no era fiera o ser, sino hermana, aplastada por un enorme, grueso e impensable libro. Tumbada sobre su camastro trataba de defenderse sujetando las fauces de aquél Leviatán literario. Con sumo esfuerzo y sudor, su débiles bracillos  sujetaban a punto de desfallecer, ambas caras de una novela que, inimaginable para mí, parecía más gruesa que la propia y divina Biblia. Salté al instante sobre aquél Monstruo literario e interponiéndome entre mi frágil hermanita y las fauces de aquel ser abisal, lo lancé y estrellé contra la pared. Como un héroe me alcé y mirando a mi frágil doncella estiré mi cuello esperando su gratitud: << ¡Tu eres imbécil o qué! >> Y la re-metamorfosis fue instantánea, aquel ser demoniaco me había embaucado y embrujado haciéndome creer que era angelical pero ante mi heroicidad se me reveló el engaño y salí despavorido de su guarida. Otra cosa descubrí ese día. No sólo devoraba libros, sino que también se dejaba devorar por ellos.
            Una semana después, convertido de nuevo en vagabundo literario, rumiaba con desgana cualquier desecho en mi cama cuando la puerta se abrió de golpe y aquella cabra poseída asomó. Mi cuerpo comenzó a temblar e, imbécil efectivamente, interpuse mi librito entre mis ojos y su embrujo. Al verme leyendo, mi devorada y devoradora hermana  entró y despavorido descubrí que aquél Leviatán literario se había fundido con su mano y ambos, en dantesca visión, se acercaron hasta mí. Sin mediar palabra, me miraron con centelleantes ojos y con un estruendo, el Leviatán literario aterrizó sobre mi mesilla que más parecía de paja que de madera. << Léelo >> dijo el ser. Después, tras haber preparado la emboscada y liberada de aquel monstruo, me abandonó a mi suerte.
            Arrinconado y defendiendo mi integridad con la sábana, miré de reojo a la bestia. No se movía. Y al ver que así seguía, al cabo de un rato, en otro acto de heroicidad personal, lo toqué con un dedo. No se movió. Fui perdiendo el miedo como el que pierde el miedo ante la mansedumbre del león domado. Finalmente me decidí. Me acerqué al Leviatán Literario y tras subir una escalera conseguí llegar hasta su cubierta. Desde allí pude leer su nombre, propio, muy propio para aquél volumen y dimensión: “Los Pilares de La Tierra
            Con aquella inmensa obra (en todos los sentidos) volví a aprender algo. Que el miedo es un argumento poderoso, pues aguanté las 50 primeras páginas de Ken por miedo al ser de las cavernas. Sin miedo, lo habría dejado. Y que la paciencia es una virtud imprescindible, porque aguanté las siguientes 100 páginas por que decidí ser paciente, entendiendo que sólo llevaba el 10% de aquél devorador de lectores. Y fue una de las mejores decisiones de mi vida literaria pues no sólo encontré una de las historias más brillantes que he leído, sino que me formó y educó como lector. Desde ese libro he sido incapaz de castigar a ninguno, siempre tengo la paciencia de esperar hasta la última página por si ocurre algo que arregle las 300 anteriores. Vaya truños me he leído…

2. Sobre la Inocente Ingenuidad Literaria, Comportamientos Obsesivos y Plagios

            Y tras el Leviatán, por espacio de 1 año, me convertí en un pseudo devorador, no tan voraz como mi hermana, a secas, sin calificativos, pero sí que agilicé mi ritmo. El señor Follet fue el culpable, pero de todo se sacia uno y leído su pasado no llegó a atraparme su futuro.
            Defino aquél tiempo como mi fase de ingenuidad literaria, quizás la más entretenida, pero posiblemente por ese camino jamás me hubiera decidido a escribir nada. Leí libros que me gustaron mucho, como El Ocho o La Clave Está en Rebeca, libros que años después, con en la fase de Pedantería Literaria, desterré a los territorios de “Son entretenidos pero flojitos…” Pero ahora, con algo más de años, con más libros leídos y con más humildad comprendo que si recuerdas un libro con cariño tantos años después, ese libro es bueno. El mismo proceso nos ocurre con el cine. Soy un fanático de la Ciencia Ficción y entiendo que la gran mayoría de las películas que me he visto son “Entretenidas pero flojitas”, pero no por ello dejo de verlas. Cumplen su misión y si quiero sentirme un pedante pues veo alguna siberiana. No siempre lo que más te gusta es lo de mayor calidad.
            Pero me empaché. Comencé a sufrir  añoranzas de adolescencia. Aragorn me retaba a entrar de nuevo en su mundo, pero la realidad me sujetaba por la otra mano. Así que con los dientes y sin saber de donde, agarré un libro, no muy relevante o conocido, pero de gran poder embaucador: Taliesin.
            Corrían mis días en ésa época en la que el futuro comienza a vislumbrarse y uno debe enfrentarse a él con la sangre efervescente de un chaval. Seguía empeñado en ser Ingeniero Aeronáutico, un sueño que moribundo empezaba a escaparse de entre mis dedos. En tres años se me revelaría mi fracaso. Pero antes, quiso un Profesor de Literatura que escribiéramos un cuento. Vaya ocurrencia. Mire de lo que me ha servido Profesor Barba, para que me pase más de 15 años escribiendo sin ganar un euro.

            En fin, aquél trabajo del colegio fue mi primer cuento y llega el momento de confesar algo durante tantos años silenciado: Profesor Barba, plagié aquel trabajo. Si, esa es la verdad, aunque no toda. Como siempre se me echó encima el plazo de entrega y no tenía nada. Dos días antes de la entrega, leyendo Taliesín, encontré la solución. En la novela se relataba una pequeña parábola y ésa fue mi solución. Pero gracias a ésa idea fue como descubrí el que sería el sustituto ideal a mi sueño imposible de ser Aeronáutico. No lo tenía en mente, pero comencé a fusilar la historia hasta que llegó un momento en que, sin saber cómo ni por qué, me desvié de la historia original. Añadí algunos personajes, introduje una guerra entre los reinos, brujería y un final feliz y romántico. El Profesor Barba me puso un 9, estricto ortográficamente no pudo pasar por alto que pusiera la palabra “nube” con “v”. Y con ésa sobresaliente nota, por aquellos días inalcanzables para mí, pensé: << ¿Quién se ha ganado el 9? ¿Lawhed o yo? >> Debía descubrirlo.
            Y al tratar de encontrarme con mi nuevo sueño descubrí que me gustaba la poesía. Así que puedo decir que siendo un chaval comencé mi camino de futuro subido en las poesías. Reconozco que hace ya demasiado que me bajé de ellas, pero siempre las tendré cerca. Era mi despertar como escritor y, desgraciadamente, el mayor detonante de tal impulso fue la muerte de mi hermano Jesús. Yo, que siempre fui algo autista, encontré en la escritura la terapia y ayuda necesaria para sobrellevar el asunto. Fue entonces cuando comencé a escribir, no con vistas al futuro, sino para desahogarme del pasado y del presente. Por aquél entonces no se me pasaba por la cabeza éste sueño imposible que me empeño en cumplir.

            Por aquella época comenzó mi fase Friki, Taliesín fue el primero, pero echaba de menos a los Elfos, Dragones y demás. A través de mi desconocido y anciano hermano, ese que sabía que existía porque alguna vez le escuché roncar pero que ya no andaba por casa, llegó a mis manos una saga fundamental para mí. No era mi idolatrado Tolkien y más cerca andaba de los “entretenidos pero flojitos…”, pero aquél universo creativo me capturó hasta el punto de envidiarlo. Una aventura épica, llena de personajes algunos de los cuales aún me inspiran, como Rastlin, que mezclaba lo divino con lo terrenal, la magia con la oscuridad y estaba llena de algo que siempre será mi debilidad: Espadas y Caballeros. Dragolance es un universo que me eriza la piel simplemente al recordarlo. Ahora sí me había convertido en un devorador insaciable. Y esa voracidad se vio aumentada al descubrir, ignorante de mí, que el precursor de mi plagio, Taliesín, no era más que el primero de otros cuatro libros, los cuales se llamaban, Merlin, Arturo y Pendragón. Estupefacto me quedé. Una de las figuras literarias más hipnóticas para mi eran precisamente Merlín y el Rey Arturo y hasta aquél entonces no había leído nada. Pero si que me había quedado hasta altas horas de la madrugada tarareando el “Oh Fortuna” de Carmina Burana (Karl Off) que me hacía hervir la sangre en la legendaria película de Excalibur, Posiblemente una de las más grandes historias jamás contadas y menos apreciadas. Caballeros, Honor, Magia, Engaño, Traición, Lealtad y Guerras. Por lo tanto, aquella saga sobre el Rey Arturo duró en mis manos un suspiro.

3. Sobre los Caballeros de Brillante Escritura

            Mi inspiración, por aquél entonces ignorada, ya asentaba unas bases importantes: Fantasía y Caballería. Pero en medio de toda ésa ficción fantástica, hubo un pequeño oasis que me cautivó para el futuro. Se coló no me acuerdo ni por donde ni como, un genio disfrazada de Cien Años de Soledad. Reconozco que me maravilló aquella forma de “fantasía” entre cariñosa, dramática, realista e pausada, pero también reconozco que en aquellos fogosos años me faltó templanza y paciencia para acabar la historia. La dejé como asignatura pendiente y prometí, con verdaderas ganas, volver con García Márquez cuando fuera un poco más maduro.
            Pero a las puertas de perder mi primer tren, poco antes de empezar mis intentos universitarios, aún en el colegio, el más pequeño y mejor de los porteros de futbol que he conocido se me reveló como un gran lector. Sinceramente Pablo, fuiste tú quien me “picó” para rebuscar “algo más” en la literatura y quien me adentró en mi añorada Fase Pedante. Ese gran portero y amigo mi invitó a leer algunos clásicos y no tuve por más que comprender que no podría valorar un libro si no había leído antes a los grandes. Su primera recomendación me dejó el cuerpo raro. Fue y ha sido uno de los libros más intrigantes que he leído, pero el que mayor chasco me llevé (quien lo haya leído lo comprenderá). Al terminar no pude evitar imaginarme al Sr. Chesterton partido de risa con el esperpéntico final que decidió dejar para la posteridad en su pequeña historia “El Hombre que Era Jueves” (por cierto, Pablo, sé que han pasado más de 10 años, pero cuando quieras te lo devuelvo…). Pero la verdad es que la calidad de aquél libro me enganchó en seguir explorando siglos pasados.
            Y encontré lo que buscaba. El siguiente libro que leí es la novela más increíble y poderosa que he leído y creo que no leeré otra igual. Al terminar sólo pensé una cosa: Quiero ser escritor y quiero escribir un libro como éste. ¡Como escribía el Ruso ese! Ya sólo el título me capturó: “Crimen y Castigo” Y con sinceridad, castigaría a todo aquél que cometiera el crimen de no leer tal novela.
            Mi fase pedante ha sido la más duradera, iniciada con el cachondo de Chesterton, le siguió la bibliografía de Dostoyevski, del que no puedo quitar de mi lista de imprescindibles a ninguno. Tal es así que me encontré en circunstancias parecidas a las de mi hermana con los Pilares de la Tierra, jamás creí que encontraría algo que superara a aquella inmensidad hasta que me topé con los Hermanos Karamazov. La bestialidad de esa novela no sólo está en su extensión, sino en su apabullante calidad. Otro crimen que castigaría. Pero Noches Blancas, El Jugador, Memorias del Subsuelo… Buff, en mi pedantería, que aún me queda algo, me digo a mi mismo que uno no sabe lo que ha leído hasta que lee a Dostoyevski.
            Pero acabado con un Ruso conocí a un Alemán, otro genio. Con él comencé a subrayar libros, sobretodo con “Las Tribulaciones del Joven Werther” y creo que el Sr. Goethe me inició con tal diario en el gusto por las cartas y diarios. Poco tengo que decir de éste señor, pero si tuviera que mencionar algún libro de su extensa obra literaria invitaría a conocer como mínimo a Fausto o Herman y Dorotea, a parte, evidentemente, del Werther.
            Como comenté, por aquél entonces ya quería ser escritor y sabía que leer a estos grandes escritores era mi particular universidad. Y ya que, empezada la universidad de verdad y ya peleada con ella, decidí que por lo menos la mía particular la llevaría bien.
            Agoté y aprobé con nota al Ruso 1, al Alemán 1, y comencé con el Austriaco. Mi amigo Kafka, difícil de calificar… Empezaba a sentirme realmente intimidado y comencé a pensar que jamás escribiría como ellos. Chejov y el Gran Tolstoy dieron por terminado el primer ciclo de mi carrera. Ésta si que la aprobé, papá…
           
            Por aquellos años ya había empezado a intercalar la Poesía con otros textos. Intentos novelescos y cartas a mí mismo.

4. Sobre el Despertar del Escritor y sobre La Droga del Hombre Objeto

            Los Intentos Novelescos consistieron en dejarme llevar por las simples palabras. Ocurría que de pronto me venían algunas palabras a la cabeza y yo, que creo ciegamente en la inspiración pues me ha demostrado mil veces su existencia, escribía ésas palabras a ver donde llegaban. Escribía de pronto
            <<Tendría que remontarme largos años atrás para relatar coherentemente esta historia, tan real, como lo son mis sueños, suplicantes y temerosos ante este macabro juego del destino…>> Y así comenzaba una historia que no sabía bien de qué trataría. Serían las propias palabras y frases las que decidirían. Y mágicamente decidían. A partir de una par de frases mi mente conseguía el multiproceso y escribía mientras que sin saber cómo diseñaba el futuro de la historia.
            En cuanto a las cartas ocurría más de lo mismo, pero el detonante no era tanto una frase, sino uno o dos palabras. Durmiendo o leyendo o comiendo o en el coche me llegaba, por ejemplo, “Vagabundo de Tristeza”, y esas dos palabras me inspiraban de forma brutal para escribir una carta.
            Pero me di cuenta de dos cosas que me dejaron algo intranquilo. Por un lado, mis cartas eran casi siempre tristes y en ocasiones, demasiado románticas. Extraño ya que poco había leído en ese campo que a los hombretones nos da tanto miedo. Y lo segundo que me “molestaba” (en otras circunstancias no molestaría…) es que me sentía un poco “hombre objeto”. Poco o nada mandaba yo. Era la inspiración quien me manipulaba a su antojo y me hacía escribir febrilmente y sin descanso cuando “ella” tenía ganas, pero me quedaba a dos velas cuando a la caprichosa le dolía la cabeza. Me podría empeñar todo lo que quisiera, pero me era imposible escribir una frase a derechas si la inspiración no me ayudaba.
            Debía corregir esto como fuera. La escritura ya se había convertido en mi droga particular. Si pasaba demasiado tiempo sin escribir me llenaba de ansiedad, mal humor y me deprimía. Al escribir me sentía (y siento) libre, como sobrevolando éste mundo, lejos de él, ajeno a él. Daba igual donde lo hiciera, daba igual si escribía en mi despacho particular, si lo hacía en un banco de la calle o en una cafetería llena de bullicio. Todo a mi alrededor enmudece y me transporto al mismo lugar donde me llevan mis palabras. Resumiendo: Me sentía volar, viajaba alejándome de la realidad, no me enteraba de nada y si pasaba mucho tiempo sin escribir: ansiedad, mal humor… En definitiva: Droga.
            Así lo comprendí y ya que fui poco atrevido con otros derivados más nocivos, decidí que aceptaría mi condición y asumiría muy a gusto mi dependencia. Ésta droga no mata.

5. Sobre la Universidad Eterna y Héroes Literarios.

            Y así comenzaba el segundo ciclo de mi Universidad Particular (de la otra ni hablamos).
            Llevaba bastante bien las asignaturas. Mis lecturas seguían profundizando, mi escritura mejoraba y me sentía a gusto con lo escrito. Sentía la agilidad suficiente para cambiar de registro, etc. Pero debía seguir avanzando.
            Ya llevaba cientos de libros leídos a mis espaldas, mis experiencias personales maduraban y sufrían las consecuencias de esa maduración y ya disponía de todo una cajonera llena de páginas, poco ordenadas, pero que demostraban que había hecho los deberes y exámenes de mi particular carrera.
            Pero sabía que aún me faltaban cosas. Había libros memorables que aún no había leído. Obsesionado con los Rusos y Alemanes, había olvidado a otros genios. Y busqué a esos genios como un verdadero cazador. Es increíble comprobar lo difícil que es encontrar a muchos clásicos en las “grandes librería”. No sería justo no mencionarlos todos, pero tampoco sería justo no nombrar aquellos que cimentaron mi sueño. Dejando a los ya descritos, en mi fase de maduración literaria leí a otros envidiados: Jean Val Jean… Posiblemente mi héroe favorito. La historia que narra Víctor Hugo en Los Miserables es… otro crimen que merece un castigo por no leerlo. Ni una sola película ha conseguido grabar tan nítidamente en mi memoria como lo hicieron algunas escenas  ésta historia, como la del Sr. Magdalena entrando en aquella taberna maloliente y viendo a la pequeña Clothet sucia, maltratada, mal nutrida, jugando con aquella muñeca roída… Cualquiera hubiera escrito lo que uno siente al leerlo: Abalanzarse sobre aquel despreciable ser que la había “cuidado”. Tampoco se me borra como aquél gigante se arrastró por las cloacas llevando sobre sus hombros y salvando de la Revolución al hombre que pretendía separarle de su hija…
            Edmon Dantes, Montecristo… posiblemente mi héroe favorito (creo que ya lo dije antes) Sinceramente creo que la inmensa mayoría de historias modernas y de películas que tratan de venganzas sufren por intentar acercarse mínimamente a lo que escribió el señor Dumas.
            Y así otros que llegaron tras ellos. Como una plaga, cuando descubro a uno de estos olvidados genios, tendía a consumir toda su obra literaria y después pasaba a sus vecinos. Con los Victor Hugo y Dumas llegaron Voltair y Molier y… el que es posiblemente mi héroe favorito (me suena haberlo dicho) Cyrano de Bergerac. Lo curioso de Cyrano fue que me llevó hasta él la excelente adaptación cinematográfica que encarnaba Depardie. Tras ver aquella película, de la que llegué a memorizar fragmentos (<<Tener éxito en la vida puede ser un fastidio; se tienen, sin haber echo nada malo, mil pequeños rencores…>>), y en plena época francesa, me abalancé sobre la primera librería que encontré y compré la Genial y única obra de Edmon Rostan.
            Tras beberme el drama, me gustó el formato teatral y me adentré en la inmensidad de Shakespeare, al que agoté en apenas 4 o 5 meses. Aunque típico, me quedo con Hamlet de largo. Y no sólo recomiendo su lectura con la amenaza de castigo, sino que también recomiendo la adaptación de otro pirado Shakesperiano como es Kenneth Branagh en su versión extendida (4 horitas, aviso)
           
            Comencé a darme cuenta que, de forma natural e inconsciente, llevaba una cronología invertida. Comencé con la más rabiosa actualidad literaria y cada vez retrocedía más. Decidí seguir el proceso, del cual, no mencionaré todo lo leído, pero si lo que más me impresiono: La Divina Comedia, Dante Alighieri: Imprescindible. Metamorfosis, de Ovidio: Necesaria. La Eneida, Virgilio: Recomendada. Y claro, La Iliada y La Odisea, de Homero: Obligada.

            Mi Carrera llegaba a su fin (la que me gustaba, claro), pero llegados a éste punto, me di cuenta que había dejado algunas asignaturas por el camino, y eran asignaturas obligadas. Mi promesa a García Márquez estaba entre ellas y cumplí. Pero otros “eternos” me miraban como diciendo: ¿Es que no piensas leerme, ignorante? Y así fue como decidí concluir mi Universidad. Moby Dick, con algunos de Joyce, Proust, Twain, Wiltman, Boudelair, Dickens, etc.

            Pero, aún con todo, no, ni siquiera ésta singular carrera la he terminado aún. Me he dejado una asignatura clave que por ignorancia, pereza, o lo que sea, se me resiste y no consigo meterme con ella: Los Españoles.
            No sé si es falta de sentido patriótico, de orgullo nacional… no, no lo sé, pero la literatura Española no consigue atraerme como bien se merece. Me salva, si acaso, la Poesía. Disfruté y me inspiró sobremanera Becquer, Miguel Hernández y algunas lecturas de Lorca, pero no llegué a sentir la necesidad, como me ocurría siempre, de empaparme de todos los Autores españoles. Posiblemente se deba a que no sabría por cual empezar. Tenemos tantos y tan geniales autores que debería dedicar toda una vida para leerlo todo. Cuento entre mis confesiones demasiados pecados en éste sentido y, posiblemente, sean los pecados más graves. Sólo el Sr. Reverte consiguió engancharme de verdad, pero fue en mis inicios y con su excelente Tabla de Flandes. Después, lo reconozco, les sigo con ignorante admiración.

6. Sobre los Fracasos y las Cartas Tristes

            Siendo dueño de mi Universidad, de mi programa y de mi destino, decidí que, aun con limitaciones, estaba bastante preparado para dar el paso definitivo: Escribir.
            Ya hacía mis intentos, mis papeles sueltos, mis proyectos, mis ideas… Pero no me enfrascaba en un proyecto verdadero. Empezaba mil cosas pero no terminaba ninguna. Escribía poesía y cartas, comencé varias novelas… pero terminaba todo por ser nada. Disfruto escribiendo Cartas, cartas a mi mismo o cartas a alguien etéreo, pero tenía claro que más se trataba de una afición que me servía para practicar estilos. Si ya es difícil vivir de esto, más lo es tratándose de cartas. Máxime cuando mis cartas son, sin comprender bien porqué, tristes, demasiado tristes. Y como poeta… bueno, me gusta escribir poesía, pero no considero que tenga suficiente calidad.
            Y, en definitiva, mi sueño era escribir una novela, así que me empeñé en hacerlo.
            ¿Pero sobre qué?
            Y mientras buscaba la respuesta, una noche me desperté repitiendo una palabra y estuve obsesivamente pensando en ella durante 1 hora. Tenía cuerpo y argumento, durante aquella hora tracé el hílo conductor de la historia, escenas, diálogos… pero cada dos por tres la palabra volvía a repetirse. La palabra era, extrañamente, “Yellow” y todos los personajes imaginados, se asustaban al mencionar tal palabra.
            Fue así como comencé a meditar sobre las palabras. Sobre su fuerza y su poder. Sí, ésa extraña palabra originó una obsesión: La Palabra, desde aquél día, sería el transfondo de mis Novelas
            Comencé a escribir Yellow, una historia de misteriosos crímenes, de intrigantes personajes, de algo que siempre me gustó y creo que todos, en algún momento, hemos pensado alguna vez: El Asesinato Perfecto. En éste caso, yo pensé más bien en el Asesino Perfecto.
            Pero, una vez más, me ocurrió lo de siempre. Empecé con mucha fuerza y me desinflé demasiado pronto. Me faltaban conocimientos, me faltaba práctica, me formación.
            Decidí que no podía construir una catedral sin haber sido capaz de construir una simple capilla. Debía terminar algo, aunque fuera de 10 páginas, y me puse a ello.

7. Sobre los Cien Años de Sequedad Interrumpida, El Sueño que no Llega y Futuros Alarmantes.

            Así nacieron mis Capítulos Perdidos (muchos están en la Librería). De mis viejos proyectos, de mis primeros intentos, de aquellas ideas que me surgían y que el futuro se encargará de que termine, tomé una de mis favoritas. Nació poco después de haber leído Cien Años de Soledad y trataba de un extraño y singular pueblo donde cada habitante era más esperpéntico que el anterior.
            Reduje la idea, dividí a aquél pueblo, cogiendo un Atlas lo abrí al azar y me mostró la región sur de Europa. Cerré los ojos y señalé un punto al azar. Estaba en el Norte de Italia, muy cerca de Venecia y un río o riachuelo pasaba por aquél pueblo Italiano. Se llamaba Santa Dona de Piave. Y en el instante en que lo vi, una historia me llegó como un fogonazo. Construiría un puentecito sobre aquél río que dividiera mi imaginado pueblo y sobre el, justo en el centro, colocaría a un viejo, loco y misterioso pescador llamado Piaccienccio. No tardé demasiado en escribir el cuento y por fin podía decir: He Acabado una Historia. He acabado Algo. Y ese algo es y creo que será siempre una de mis historias favoritas y, desde luego, mi cuento favorito. Piaccienccio o el Sueño que no llega. Así lo titulé porque Piaccienccio tenía un sueño y, claro, yo también.
            Por aquellos días llegaron a mis manos algunos libros que me alumbraron e iluminaron de forma increíble. Tuve que reconocer que, ignorante, aún tenía mucho por leer y comprendí que, de alguna forma, mi formación como escritor, mi carrera particular, jamás terminaría. El día que diera por finalizada mi formación, el día que creyera que ya no tenía nada que aprender, ese día es precisamente el día que suspenderé.
            En cuanto a estos libros fue un poco de búsqueda personal. Quería encontrar algo de ciencia ficción pero no de actualidad. Y cuando estaba apunto de embarcarme con Asimov, encontré un título que me sonaba muchísimo y que me llamaba poderosamente la atención: “1984. Orwell es un verdadero Genio. Ya no sólo por su escritura y el diseño de sus historias, sino que con 1984, novela escrita casi 30 años antes de tal fecha, profetizó de manera casi milimétrica un futuro que se ha convertido en realidad. Con cierto error temporal, con ciertas exageraciones, pero con un visión espectacular. Ni ahora ni nunca negaré las influencias que tal novela tuvieron sobre mí. Tras 1984 leí Rebelión en la Granja, otra maravilla que me animó a ser algo más satírico. Y, aunque me saltaba mi cronología inversa, decidí explorar algo más a los autores modernos (que no de actualidad). En tal exploración encontré una de ésas historias que has escuchado mucho pero que no sabías bien de donde vienen. “La Guerra de los Mundos”. H. G. Wells. Y después “El Alimento de los Dioses”. A quien le guste la ciencia ficción debería leer estos tres libros. No hay demasiadas “naves espaciales”, no hay demasiados androides, pero establecen una idea sin la cual cualquier historia de Ciencia Ficción debe desarrollar más que ninguna otra: El Hombre en el Futuro. También el esta fase “Moderna” leí con verdadero interés y gusto “El Señor de las Moscas”, “El Guardián entre el Centeno” y “La Naranja Mecánica

            Coincide ésta fase con la época de mi vida que más he escrito. Ocurrió que, tras Piaccienccio, me gustó mucho más escribir cuentos que estudiar “procesadores de Lenguaje” o “matemáticas Discretas” (extrañas asignaturas de la Ingeniería Informática, mi martirio personal) Y tal pasión cogí, no sé si por excusa para no estudiar o por vocación real (seguramente por ambas razones) que la Carrera de verdad se me enroscó en el estomago y como un torrente de inspiración surgieron a borbotones cientos de páginas convertidas en cuentos.

8. Sobre Las Historias que no Fueron y un Sueño Mestizo cazado.

Cualquier cosa me inspiraba. Una frase, un árbol, una chica, un parque, una simple palabra y, como siempre, los sueños obsesivos.
            Cierto es que a veces pienso que mi mejores historias fueron las que no logré escribir, las que me asaltaban conduciendo y me volvían loca la cabeza resignándome a su “efemeridad” por lo imposible de transcribirlas. También ésas historias nacidas en el límite de la realidad, mestizos entre el despertar y el sueño, donde soy capaz de “dirigir” la historia, modificarla y vivirla en tan sólo 10 mágicos minutos antes de desperezarme, pero que como un castillo de naipes, como las huellas en la arena de la playa, se me disuelven, se me diluyen como el humo en el mismo instante en que me despierto y me levanto a por un Boli.
            Sí, ésas historias fueron las mejores “mis mejores historias que no fueron”. Pero hubo una que logré cazar. Llevaba varios días con la inspiración muy efervescente. Era poner el Boli en un papel blanco y en unos minutos estaba dibujado. Intuí que uno de esos días tendría un sueño, así que me hice con una pequeña libreta y la puse, con un Boli, en mi mesilla. No me equivoqué y si que lo hice. Me acosté tarde como siempre y no tardé en entrar en el sueño mestizo. Al poco, una frase comenzando como un susurro, se hizo grito. Era mi presa. Con una insistencia que jamás había tenido, una y otra vez mi cabeza repetía una frase: “La Enfermedad del Preso
            Sin dilación alargue mi mano, tomé el Boli y el cuaderno y, aún medio dormido, con letras que me costó reconocer, escribí aquella palabra.
            Pero no quise despertarme del todo. Me sentí dueño del sueño y decidí dejarle vivir unos minutos más. El sueño me llevó al futuro, a una extrapolada,  proyectada y exagerada sociedad con origen en nuestros días. Y quiso mi sueño brindarme una escena que me extrañó. Era el final de la propia historia que pretendía inspirarme. El último capítulo de toda una novela que en ese mismo día diseñe en mi cabeza, en los siguientes ordené y creé situaciones y en menos de 2 meses tenía acabada, pero sólo en mi cabeza.
            Pero aquella noche donde se me repetía y revelaba la frase, ocurrió algo extraño que pocas veces o ninguna había sucedido antes. Sentí una terrible ansiedad. Tenía que levantarme y escribir todo lo que me bullía en la cabeza, pero tenía miedo de que se escapara como siempre. Cuando ya no pude alargar el sueño por más tiempo y cuando mi pereza ya era sólo una molestia lejana, me levanté de un salto y cogiendo mi libreta comencé a escribir como un poseso todo lo que tenía en la cabeza. Ideas, escenas, sociedades, diálogos y, ante mi sorpresa, fui capaz de recordar prácticamente todo el sueño. Así ocurrió que aquella novela, que con el tiempo y el trabajo se convertiría en Semiya, Siembra y Revolución, comenzó por el final. Pocos días después de aquel ataque de la inspiración, de madrugada, escuchando un mix de la Banda Sonora de Blade Runner y Ben Harper, escribí La Palabra fue dada a Jonás. Cuando acabé esta carta supe perfectamente lo que quería de la historia, qué quería decir, cómo lo quería decir y por qué lo quería decir.

9. Sobre las Frustraciones de un lector Inacabado, Papeles Quemados y Reconciliaciones.

            Desde pequeño me atrajo el futuro. Cómo sería el mundo, la vida, las personas. Imaginaba ciudades y naves. Fabricaba incluso alguna mezclando Tente, piezas de maquetas, masilla… Y a medida que perdía inocencia y generaba responsabilidades, pensaba más en el “espíritu” del hombre que en otra cosa. Pensaba en cómo nos afectaría tanta tecnología, tantos avances, tanta televisión, tanto Internet. Está claro que cuando leí 1984, la afinidad de lo que Orwell contaba con lo que yo pensaba supuso que tal historia tuviera fuertes influencias en Semiya, Siembra y Revolución. No me supuso ningún problema aceptar tal influencia, existían diferencias sustanciales, sobretodo porque mi historia se centraba, por decirlo así, en los Libros. Pero lo que sí confieso es que me sentí bastante frustrado con otra novela. En mi cabeza, las Crónicas de Ávalon Esmit estaban completas, prácticamente palabra por palabra, pero cuando llevaba transcrita a mano más o menos la mitad, rebuscando literatura afín, ignorante todavía, descubrí Fahrenheit 451, la obra maestra de Bradbury. Simplemente la lectura de la sinopsis me provocó un vuelco al corazón. Bradbury ponía en entredicho mi supuesta originalidad. Dejé de escribir Semiya, Siembra y Revolución por bastantes meses y en esos meses sentí que, una vez más, un sueño se me escapaba de las manos. Tras ese tiempo de sequía, la noche del 11 de Marzo de 2004, impactado por los desgraciados atentados terroristas de Madrid, me recluté en mi particular despacho, dejé una débil luz y con el volumen de un susurro di voz a algunas lentas de Ben Harper. No tenía intención de escribir nada, pero terminé por coger un Boli y, de nuevo obligado por la inspiración, escribí una carta. La titulé Carta a Los Unos y a Los Otros.
            Al día siguiente, la leí con tranquilidad y fue cuando descubrí que quien había escrito esa carta, en el fondo, era Ávalon Esmit y lo que pretendía decirme Ávalon Esmit es que en el futuro, desgraciadamente, habrá cosas que no cambiarán, seguiremos matándonos los Unos a los Otros.
            Fue el resurgir de una historia moribunda por mi vanidad herida. Ésa carta me dio las pistas para, con humildad, reconocer que no debía empeñarme en ser original sino en escribir con el corazón y por otro lado, para dar un giro de tuerca a la historia a mi historia y darme cuanta que incluso Bradbury y yo podíamos llevarnos hasta bien. Mi historia no era un plagio, ni mucho menos. Podríamos decir que la Historia de Bradbury era una especie de “precuela” que transcurría 200 años antes que la mía. Bradbury planteó un mundo donde los libros acababan de ser prohibidos y terminó dejando un mensaje de amor a los libros y esperanza en su supervivencia. Yo hablo de un mundo donde existen palabras prohibidas, de personas que no saben lo que es verdaderamente un libro y su descubrimiento les llena de sueños sobre un futuro mejor, en la esperanza de la Victoria.
            Aún así, Semiya, Siembra y Revolución, a partir de ese momento, sufrió remodelaciones. Sobretodo a la hora de transcribirla del papel al ordenador. Ya concluida, puedo decir con tranquilidad, que Bradbury y yo nos llevamos bien y que me siento más que orgulloso de la historia que gracias a su amistad tuve que cambiar, es mejor que la que originalmente ideé.

10. Sobre El Sueño que Llegó y sobre los que aún no Llegan.

            A mediados del año 2009, tras haber cumplido con mis deberes con unos 10 cuentos y relatos cortos, puse el punto final a mi primera Novela, la trilogía Semiya, Siembra y Revolución. Crónicas de Ávalon Esmit. No recuerdo con exactitud el día que cerré el último de mis pequeños cuadernos, pero lo que sí recuerdo es que al cerrarlo me invadió una satisfacción, orgullo y felicidad sólo comparable al nacimiento de mis hijos. De alguna forma, Ávalon Esmit es otro hijo mío. He sufrido, he disfrutado, me ha frustrado, me he peleado y he llorado.
            Queda algo de trabajo, lo sé, algunos retoques en la última parte, pero ahí está. Mayor de edad y apunto de independizarse.

            Hace poco un amigo se sorprendió y mostró cierto orgullo de amigo cuando se enteró de que había escrito una especie de Libro (más bien, Manual) técnico referente a mi profesión (que no es escritor). “¡Tienes dos Hijos, has escrito un Libro… Sólo te falta Plantar un Árbol!” me dijo. Y en ese momento me quedé petrificado. La realidad es que tengo dos hijos, he escrito un total de 20 “libros” entre manuales técnicos, cuentos y novelas y… he plantado más de un árbol. Si realmente la Realización del Hombre se basara en eso, podría decir, con tranquilidad: He Cumplido.
            Pero no lo siento así, cuando pueda vivir de “esto”, Cuando deje de sufrir ansiedad por que no tengo tiempo para escribir, cuando pueda dedicarle más de 1 o 2 horas a escribir, cuando escriba todo lo que tengo en la cabeza y que cada día siento la amenaza de que se me escapará, cuando deje de sentirme frustrado y cuando deje de sentir que estoy perdiendo muchísimo tiempo en otras cosas que no son escribir, entonces, sólo entonces podré decir con tranquilidad: He Cumplido.

            Hasta entonces me tendré que conformar con escribir cuándo, cómo y lo que pueda.

f. j. Rohs
Escritor.