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lunes, 12 de noviembre de 2012

No me gustan los lunes...

      La mañana de un lunes del enero de 1979, antes de sonar el despertador, Brenda tiró de la manta para protegerse del frescor de la mañana. Sentía frío, pero un frío extraño que no podía quitarse de encima. Vivía en San Diego, California, y allí no hace tanto frío. Con sus ojillos miraba por la ventana y ya notaba el sol calentando a todos. A todos menos ella. Quizás tuviera algo que ver con la visita nocturna de su padre… Quizás por eso también le dolía la cabeza, con aquél zumbido que parecía que algo fuera a explorar en cualquier momento dentro de ella, quizás por eso se sentía vacía, quizás por eso no quería levantarse, no quería ir a la escuela. Pero no debía ser eso, su padre la visitaba muchas noches y normalmente después dormía mal y se despertaba mucho antes de que sonara el despertador, cierto, pero aquél día se sentía rara, como si la mente no reaccionara, como si estuviera colapsada. Antes, estas cosas las hablaba con mamá, pero desde que le contó la primera visita nocturna de papá y su reacción fue darle una paliza a ella sin decirle nada a él… Ya no, ya no le contaba nada. 
      No sabía por qué se sintió  así de extraña,  encima nadie se lo iba a explicar. Lo único cierto que encontró cuando sonó el despertador fue una idea: Odiaba los lunes. Pero puede que esto sea normal para una niña de 16 años…

jueves, 25 de octubre de 2012

Breve Historia del Sr. Montaña o Sobre las obsesiones de Arístides Green.

Breve historia del Sr. Montaña. Una de las Obsesiones de Arístides Green.


    Melan, el Alcohólico, le contó a Arístides Green la historia del anterior inquilino. Una historia sin par, de un hombre que fue un gigante y se volvió pequeño por culpa del amor, o de la muerte, o más bien, por culpa de ambas cosas. Melan le llamaba el Sr. Montaña porque decía que nació en el valle de los desamparados, había hecho cima en los riscos del valor y ahora esperaba el descanso eterno en el valle de los desesperados. Por lo visto, la madre del Sr. Montaña, al quedar preñada de él, huyó de casa por miedo a su violento marido. Pero la luz quiso darle antes de tiempo y el hijo nació en un sucio motel. El primer aliento del niño fue el último de su madre, que se lo entregó para vivir pues ya nada más le quedaba en el mundo. Cuando encontraron al niño, lo llevaron al hospital. Allí, las autoridades se encargaron de llamar al padre para que se hiciera cargo. El padre, que no le quiso antes y no le quiso después, por alguna razón misteriosa, decidió quedárselo. 

martes, 9 de octubre de 2012

Déjame vivir...



      Dibujaré, con sesgos de la mano en el aire, con mi afilada espada, con mi triste pluma, con el látigo que hiere, con el recuerdo que me nubla, con la sangre que me brota, con la rabia que me excita, con la tristeza que me ahoga…dibujaré  tu recuerdo. Y ahí lo dejaré. Flotando entre las nubes, viajando con la brisa, lejos… muy lejos de mí. Tú no lo quieres. Yo no lo quiero. Huérfano desgraciado. Bastardo desheredado, flota y elévate y aléjate y alcanza los límites de la memoria, la frontera del olvido… pero déjame vivir.

      Tallaré, en violentos acantilados, con puñetazos impotentes, con nudillos sangrantes, con dedos morados, con mis dientes, con mi cabeza, con tu sonrisa, con tu melena, con tus caderas, con tu calor, con tus caricias… tallaré tu recuerdo. Y ahí pervivirá. Relieve que revela lo que me revolucionó y me apresó. Fuera de mi vista cansada. Pero cerca de mí, por si algún día dudo, pienso, me ilusiono, espero… me dejaré llevar por las olas rabiosas y miraré tu escultura y después… naufragaré y moriré con violencia entregando mis huesos y mis sesos a la roca y tu recuerdo. Hasta entonces… Déjame vivir

lunes, 24 de septiembre de 2012

Monólogo del Herrero


      Sólo es un cuchillo. No tengas miedo. Observa su color, es… extraño. Confuso. Mezcla de los sentimientos y necesidades con los que fue forjado. Gris, como los miedos. Plateado, como los sueños. Mira, también… pequeñas partículas azuladas; fíjate, se parecen a tus lágrimas. Si lo pongo aquí, junto a tu ojo… si dejo que esta pequeña lágrima tuya bese su filo… ¿lo sientes? Sí, se besan, se funden, se confunden, se reconocen, se encuentran. Claro que sí, también la forja del acero necesita de lágrimas que apacigüen y enfríen su doloroso parto. Así es como se templaba el acero. Pero ya no.

      Ya no hay fraguas, hay dinero. Ya no hay yunques, hay operarios. Ya no hay martillos, hay capataces. Ya no hay herreros, sólo… Ruidos rítmicos que anuncian que cada hoja recibe la misma dosis de mediocridad. Bum, chak, bum, chak… Cadenas de montajes con milimétricos cálculos para que cada trozo de metal reciba la misma forma. Bum, chak, bum, chak… No se aceptan diferencias, ni la más mínima rebaba, ni la menor desviación. ¡Bum, chak, bum, chak! ¡Mierda! ¡Fábricas que reciben el más noble de los aceros y escupen la misma mierda reproducida, multiplicada, clonada!

martes, 11 de septiembre de 2012

Fundidos en un Imperio

(Último trabajo de La Sastrería {Literaria}, una carta, solo una carta...)



Toma mi mano, agárrate, no te sueltes. Funde tu piel con la mía y que nuestros dedos sean una sola caricia; así, cuando las tormentas arrecien, ningún ciclón nos separará. Iremos juntos, fundidos, donde los vientos decidan sembrar nuestro destino.
Y me dará igual norte o sur, mares, desiertos, cualquier tierra… Allí donde estés tú, allí clavaré mi bandera.

Toma mis labios, bésalos, funde los tuyos con los míos en un beso atemporal. Así, cuando tú pierdas tu dibujo, podré yo tallarte una sonrisa con los míos. Así, cuando en la noche me ataquen suspiros, tú me elevarás con una sonrisa inquebrantable. 
Y me darán igual tristezas o alegrías, veranos, inviernos… Porque cualquier tierra que sienta nuestros labios fundidos, se rendirá a la inmensidad de nuestro reino.

¡Toma mi pecho! ¡Préstame tu regazo! ¡Fundamos nuestros cuerpos en un solo espíritu inexpugnable! Que tu piel sea mi abrigo y mis brazos tu cobijo. Y así, cuando quieran herirnos, cuando nos asedie el destino, el infortunio, la envidia o el egoísmo, chocarán contra la coraza de nuestro corazón indestructible. Y cuando queramos descansar, yo soñaré acomodado en tu regazo, tú tararearás columpiándote en mis brazos.
Y me darán igual las heridas o las envidias, asedios, infortunios… Porque allá donde tú y yo nos abracemos, ¡mil murallas se alzarán! ¡Mil guerreros en cada una! ¡Mil lanzas! ¡Mil flechas en cada arco de nuestros fieles caballeros!

martes, 24 de julio de 2012

Son Sombras


      Sombras. Son sombras.  A veces llegan incluso en la noche. A veces en la noche son peores.  Sombras, solo sombras… eso dicen los ignorantes. Les reto a entrar en mis mundos, les desafío a seguirme. Sombras que me siguen sin descanso, que intento evitar, que intento no mirar… pero me llaman, me gritan y yo, con un escalofrío recorriéndome la espalda... me detengo y les clavo mi mirada. Y ellas… sombras, sólo sombras, se detienen y me observan. En un frío compás de espera, yo espero, ellas esperan, ninguno nos movemos, los dos nos estudiamos. Las preguntas me zarandean y aceleran mi corazón: ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? 

      Tratan de robarme la razón, lo sé. Tratan de encerrarme en la locura. Tratan de llevarme a sus reinos oscuros, tratan de apresarme y doblegarme y que incline mi cuello ante el hacha de la luna. Lo sé. Pero yo me revuelvo y huyo y corro y susurro plegarias y silencio mi grito… para que al menos, no intuyan que las temo. Pero da igual, siempre llegan, quizás nunca se van, las veo de reojo, pegadas a mis talones, danzando por las paredes, escondiéndose  entre los muebles del comedor… 
      Siento que mi derrota está a punto de llegar. Ya no tengo fuerzas. Son demasiados años corriendo, demasiado tiempo huyendo, demasiado tiempo tratando de evitarlas. Aun recuerdo aquellos días que fui libre. No… no había sombras que esquivar. No tenía miedo, era invencible, elegante, ligero… podía volar. Vencía a cualquier enemigo con una sonrisa en mis labios y una espada en mi mano.  Una tierra mágica era mi hogar. Cuidaba de los niños.  Jugaba, reía, gritaba, cantaba… Y tan invencible me creí, que reté a las sombras. Me empeñé en batirme con ellas, las apresé. Y desde ese día… Ese día acabó todo para mí. 

sábado, 7 de julio de 2012

Mañana arreglaré la ventana

NEGACIÓN

      Me siento solo. Esto duele mucho.
     Cuando entro en la habitación y te veo, pienso que algún día volverás. Que todo fue una pesadilla. Que tu sonrisa volverá a arrugar tu mirada suave y limpia. No, claro que no te has ido, mañana, pasado… no tardarás, pero volverás. Sé que me amabas, sé que me amas. Y eso… eso jamás morirá. Entraré un día y bajo las sombras que proyecta la luz del pasillo, veré tu silueta y sentiré el calor que ya no siento. Me meteré bajo las sábanas y nuestros cuerpos se encontrarán, se rozarán, se fundirán en la calidez de nuestro imperio. Sentiré tu vida y mi destino. Estarás conmigo. Sí, sé que volverás.  Hasta entonces… me conformo con saber que dejaste tu cuerpo en la cama y podré soñarte y mirarte hasta que regreses de allá donde estés ahora.

DEPRESIÓN

    Sentado en el sillón miro a la cama y te sonrió mientras duermes. Pero tú no estás. Veo tu dibujo sobre el colchón, pero las sábanas no están arrugadas. Flotas. Sobre el colchón, sobre mis miedos, sobre mi dolor. 

    Te acaricio desde lejos. Llevo mi mano desde el valle de tu cintura hasta mis caderas, porque siempre serán mías, aunque ya mis dedos no las sientan.  Te has ido. Ya no estás, pero aún te veo.

jueves, 9 de febrero de 2012

El Callejón


No sé si fue un grito, un gemido, un suspiro o la muerte que llegaba silenciosa. No, no sé por qué razón sentí la necesidad de entrar en aquél oscuro callejón. Porque buscaba una salida. Porque buscaba peligro. Porque buscaba hacerme daño, arriesgar algo, sentir, esperar… Porque quería morir o, al menos, estar cerca de la muerte. Y la muerte rondaba por aquél callejón. Bien lo sabía.
   Había llovido hacía algunas horas, las misma que llevaba vagando por las calles que los turistas evitan. El suelo sucio e irregular creaba pequeños charcos y yo miraba el reflejo de las luces de neón que ondulaban en ellos. Miraba los edificios en ellos. Miraba a las putas y vagabundos en ellos. Quería ver una realidad deformada, turbia, sucia… No me bastaba con aquellas calles olvidadas, no, quería exagerar la miseria. Quería martirizar la tristeza que sentía. Y así, con la mirada agachada, clavaba mis ojos en el suelo y turnaba mi futuro entre los adoquines grises y los charcos con sus reflejos sucios de parajes sórdidos.
   Metía mis manos en los bolsillos de mi gabardina de mil pavos. Cubría mi cabeza con un sombrero de 200 y manchaba mis zapatos italianos cuando algún reflejo era demasiado claro. Sí, vestía mi fortuna y la arrastraba por el barrio de las putas y yonkis, barriadas de asesinos y víctimas, extrarradios olvidados, periferias sociales… Y en ningún momento me pregunté qué hacía allí. No lo sabía, quizás sí, no lo sé. Sólo quería caminar o más bien, vagar como alma en pena, pobre desgraciado que tenía de todo y no tenía nada. Estúpido rumiador de miserias que ya querrían algunos.
  
   Sólo aquél ruido llamó mi atención. Ni los susurros de los revólveres ocultos ni las propuestas de las putas. Sólo un ruido que no supe interpretar. Un grito, un gemido o la muerte que esa noche salió a pasear. Me detuve. Observé el callejón, era más oscuro que mi alma y, al principio, no vi nada. Un tren pasó y su estela trajo vida a algunos periódicos viejos y amontonados. El traqueteo metálico y rítmico creó ondulaciones en un gran charco que se había formado en un lateral, pegando a la acera y venciendo a la alcantarilla. Fue entonces cuando lo vi. Un bulto negro junto a unos cubos de basura. Únicamente una farola típica, de esas viejas de luz amarilla que sólo sirven para saber que hay farola, no para iluminar,  desparramaba su destello sobre los adoquines húmedos y el agua apresada por el bordillo de la acera. Al principió creí que el bulto era un montón de mierda derramada por algún niñato o vagabundo. Pero la inútil farola, el oportuno tren, sus vibraciones y la lluvia con su charco se las ingeniaron para que encontrara aquella mano. Una mano vieja y sucia que temblaba sus dedos sobre los temblores del charco.