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martes, 17 de junio de 2014

Podemos o no Podemos... ¿Es esa la cuestión?

Parafraseando...

Podemos o no Podemos, esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del político, señalar con penetrante dedo las mentiras de otros, o enfrentarse con ejemplos a este torrente de calamidades, y darlas fin cuando llegue el momento? Prometer es ilusionar. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las mentiras se acabaron y la corrupción sin control tan propia de nuestra naturaleza?...

Este es un término que deberíamos sopesar con calma. Prometer es Ilusionar... y tal vez ¿cumplir? Sí, y éste es el gran obstáculo, por que pensar a la ligera que las promesas se podrán cumplir en el silencio de un gobierno, cuando hayamos depositado nuestro emocionado voto en este democrático despojo, es el primer paso para considerarnos engañados. Esta, por desgracia, es la consideración a la que llegamos tras 35 años de… ¿democracia?

Podemos o no podemos. Eso es lo que me pregunto. Ellos, los unos y los otros, no pudieron, y más que eso, "pudientes" se volvieron gracias a nuestra impertinente levedad. Mi voto, mi ilusión y mi futuro reniegan de gaviotas y de rosas, de derechas y de izquierdas… ¿no hay más? Triste sociedad donde sólo hay cabida para dos ideas, dos ilusiones, dos proyectos. Pero me pregunto… ¿Cómo llegamos a ésto? Y con un escalofrío llego a la respuesta: Con Promesas. Con promesas incumplidas. Pues es más gratuito lanzar promesas que comer pipas los lunes al sol. Por eso, cuando me encuentro a un Pablo Iglesias y su Podemos, lo siento, pero recelo, porque me da miedo confiarle mi voto, mi ilusión, mi futuro y el de mis hijos y cuando llegue el momento, si es que llega, pensar mientras como pipas: ¿Tú también, Pablo? 

Y si le miro, acepto su empatía. Yo no tengo un traje de 1.000 euros y él, no sé si lo tiene, pero al menos no se lo pone para hablarme de recortes. Si le escucho, asiento en su mensaje, un mensaje que, perdonad mi recelo, coincide tan milimétricamente con mis ideas que me da miedo. ¿Quizás es eso? No puedo evitar imaginar en mi mente paranoica (a la fuerza la hicieron así los unos y los otros) a un gabinete de prensa y otro de marketing haciendo una lista con todas aquellas cosas que nos han tocado los cojones durante los últimas legislaturas. ¿Es acaso Podemos y Pablo un producto? No lo sé, pero me encantaría pensar que no lo es. Lo que sí tengo claro es que "los unos y los otros" sí que lo son, o más bien, lo fueron.

Entre Hamlet y su calavera, yo me pregunto si es posible… ¿Son sus promesas fruto de un estudio profundo de nuestros sueños y frustraciones, o son fruto de un estudio basado en una realidad viable y futura? A mi hija le he prometido una casa en un gran árbol en el centro de un gran jardín de una futura "mejor casa" porque vio una foto y sus ojos brillaron. No pude evitarlo. Se lo prometí, pero en mi estudio nocturno de las cuentas en rojo, sé que ese sueño por ahora no es viable. Mañana tengo pensado revelarle tal realidad.

Cuando Pablo, cuando Podemos prometen lo que prometen, por ejemplo, el derecho de una renta básica de 650€… ¿Es porque nosotros vimos una foto y nuestros ojos brillaron o porque se ha estudiado la viabilidad real de tal propuesta? Cito del programa de Podemos: "Financiación a través de una reforma progresiva del IRPF y de la lucha contra el fraude fiscal" Y tres conceptos me preocupan: "Progresiva", "lucha contra el fraude" y, sobre todo, que algo parecido escuché a uno de izquierdas que se volvió de derechas y terminó con un tremendo "dilema" Y ahí está, recibiendo una pensión vitalicia de mi bolsillo y con esa joyita de su programa aún en el tintero.

Y no seguiré con las promesas incumplidas de éste expresidente (a mano de cualquiera que busque un poco) ni de las que se pasa por ahí el de ahora (también muy a mano), lo que me preocupa es que tanto el uno como el otro usaron sus promesas como cebo electoral, señalando con el dedo las mentiras del otro y diciendo, con voz orgullosa y segura, con corbata de color estudiada y lenguaje corporal aleccionado: Yo sí que lo cumpliré. Y todos, como rebañitos amaestrados, con ojos brillantes por la foto que vimos, confiamos en que lo iban a cumplir. Prometer es ilusionar, pero de forma tajante, por ley, bajo pena de despido por incumplimiento de contrato, deberían las promesas también ser "Cumplidas en un tiempo determinado", como se le exige a cualquier trabajador.

De aquellos barros, mis dudas y recelos. Pablo promete, Podemos ilusiona. Y si no fuera por la triste historia política, hasta yo confiaría en que cumplirían sus promesas. Pero me temo que ya es tarde.

Quizás me decida a ilusionarme, o al menos, a implicarme con un político, cuando exista uno que me firme por contrato que cumple su programa hasta un aceptable porcentaje o abandona o, como mínimo, adelante elecciones. Tan dulce sabor tienen las promesas como amargor su incumplimiento, os lo digo con experiencia, ya he visto la tristeza en los ojos de mi hija cuando le dije que los reyes y príncipes que salen en el telediario no me gustan nada porque nada se parecen a los de los cuentos.

Podemos o no Podemos… Al fin de todo, puede que esa no sea la verdadera cuestión. Podrán o no podrán. Porque si nos paramos un segundo a pensar… ¿Cuál es la diferencia entre Pablo Iglesias y los otros? Ellos llegaron a sus tronos con promesas que luego no cumplieron. ¿Qué garantías tenemos de que esto no sucederá otra vez con los otros? Mientras no cambiemos, fumiguemos y regulemos a políticos y sus promesas, aquí cualquiera puede prometer y luego, desde su trono, justificar lo imposible de cumplir sus promesas, señalando al predecesor, por ejemplo.

Pero siempre he sido fiel a la moral de que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Si me dan a elegir, me quedo con Pablo, pero no porque me guste, sino porque la alternativa es patética, y de vueltas, como decíamos ayer, qué triste que nuestro voto se decida por descartes y no por libre elección. Sólo hay algo que por ahora me hace escuchar a Pablo Iglesias cuando habla, y es que los otros dos perdieron ya mi voto, y Pablo no se lo ha ganado todavía, pero por lo menos no lo ha perdido.



Sólo temo una cosa, que prometer no es cumplir, y al final me vuelvo a mis raíces y a mi tierra y recojo de otro sabio aquello que decía  "que toda la vida es sueño, y los sueños…" ¿sueños son? 



martes, 3 de junio de 2014

Pruebas, evidencias, croquetas y azúcar.

Ven, hijo mío, siéntate aquí. Sí, ya sé que sólo tienes 4 años, pero visto cómo anda la plaza y observando tus ingenuas carencias, creo imprescindible que comience a adiestrarte en el que parece ser necesario arte del engaño y mentira.  En la lección de hoy hablaremos de evidencias y pruebas; ambas deberías evitar, pero sólo unas te acusarán. Como así acaba de ocurrir.

Bien, te he puesto para cenar unas croquetas y, sabiendo que te gusta mucho mojarlas en azúcar, tradición ancestral de la familia, también añadí un motoncito bajo la inquebrantable regla de no abusar y no usar el dedo chupado para limpiar el plato de tan dulces granitos. Si acababas con las croquetas, debías renunciar al azúcar sobrante pues, por un lado, su abuso es pernicioso para tu salud, y por el otro, las reglas del decoro están por algo y es muy feo rebañar el plato con el dedo.

Mi sorpresa –o más bien no-, ha sido encontrarme el plato como una patena diez minutos después. Y me refiero a que no sólo no quedaba el menor rastro de croqueta, tampoco quedaba ni un minúsculo granito de azúcar, algo físicamente imposible si la herramienta usada hubiera sido el tenedor o una misma croqueta. Sí, hijo, una croqueta deja rastros de bechamel o de pan rallado. Este aspecto, la ausencia de rastros, no es delito alguno en sí mismo, pero sí que "evidencia" uno: Infracción flagrantemente las reglas del decoro. La pregunta es: Si no has usado una croqueta –algo que se demuestra por la falta de rastros-, ¿Cómo demonios has conseguido rebañar el azúcar? La única respuesta posible es una: Lo has hecho de forma ilegal.

Cuando un asesino limpia el escenario, la policía científica no encuentra pruebas, hijo mío, pero esa absoluta falta de pruebas, de rastros "evidencia" que se ha cometido un crimen. Cuando un político vive por encima de las posibilidades dadas por su economía pero las investigaciones del fisco encuentran todo en regla, no hay pruebas de fraude o sobornos, pero su mansión millonaria es una clara evidencia.
Y las Evidencias son incómodas, te colocan bajo la lupa de sesudos investigadores como yo, pero no implican culpabilidad ni demuestran delito alguno por sí mismas. Podrías librarte de la cárcel o, en este caso, del castigo de privación de Bob Esponja. Sólo podrás estar tranquilo si tu concienzudo plan no ha dejado rastro alguno.

Pero, hijo, llevo años investigando crímenes de todo tipo, también de este tan particular. Yo mismo he cometido delitos punibles de características similares, por eso me he centrado en el estudio detallado de tu plato. Colocándolo con cierto ángulo respecto a la luz se puede observar la existencia de cierta sustancia pegajosa que dibujaba una perfecta espiral aurea recorriendo todo el plato. Esa sustancia pegajosa no puede ser otra cosa que la combinación de saliva y sacarosa (azúcar disuelta), algo que podría explicarse, sin necesidad de pruebas de laboratorio, por la utilización de un dedo chupado o, como ya sospechaba yo, con algo peor.
Y esto, hijo, ese rastro pegajoso, unido a la sorprendente y poco natural limpieza del plato, constituyen una prueba, pero… Circunstancial. Pero en casos como éste, donde existen varias explicaciones a un hecho, o dónde existe una duda razonable, una prueba circunstancial por sí sola, no son hábiles en un juicio y, por lo tanto, no se puede condenar en base a ellas.

Encontrar el cadáver de un amante en un callejón muerto de un disparo y hallar en la casa del cornudo un revolver que coincida, es una prueba circunstancial, increíble pero cierto, tal revolver no demuestra la culpabilidad. Por eso, en casos similares, el interrogatorio de sospechosos es imprescindible y esclarecedor. Los nervios, coartadas insostenibles, motivaciones, etc. provocan en la mayoría de los casos el derrumbe del culpable. No creas que cualquiera tiene dotes interrogativas, hay que saber leer el lenguaje corporal y dirigir las preguntas de una forma más imperativa y no tan condicional. Por eso te he mirado fijamente a los ojos, quería saber hacia dónde dirigías tu mirada a la hora de la respuesta: Arriba-Izquierda para acceder a la memoria, hacia la derecha para echar mano de la imaginación, abajo-derecha si tu intención es sopesar las consecuencias de tu respuesta… Y por esa razón no te he preguntado de forma abierta: "¿Cómo has podido dejar el plato tan limpio?" O, lo que sería una pregunta de un mediocre interrogador "No habrás usado el dedo o algo peor para limpiar el plato, ¿verdad?" pues ya ofreces una salvación al acusado. No, en el complicado arte de la interrogación hay que ser tajantes y no dejar vías de escape. Por eso, y ya sabiendo yo la verdad de todo este complicado asunto, te he mirado a los ojos y he atacado con la más grave de las acusaciones posibles:
-  Hijo, sé perfectamente que has chupado el plato con la lengua –pero hay que dejar una tabla de salvación al acusado, tenderle la mano para su confesión, por eso he suavizado el tono para animarte con un - ¿verdad?

Has reaccionado bien, debo decirlo. Has clavado tus ojos en los míos y, aunque han brillado por la sorpresa, como pensando "¿Cómo demonios lo ha adivinado?", te has acogido a la quinta enmienda y has permanecido callado. Creías haberlo planeado todo, creías no haber dejado pruebas. Siempre lo creen los criminales. Pero… Hay pruebas irrefutables, hijo, y tú has dejado una. Sí, hijo, una prueba irrefutable que me demuestra sin género de dudas, que tras acabar con las croquetas, cogiste el plato con las dos manos, sin compasión lo llevaste hasta tu cara, sin escrúpulos ninguno sacaste la lengua y con un deleite perverso rechupeteaste todo el plato describiendo una perfecta espiral aurea acabando con el más mínimo rastro del azúcar. Sí, no hace falta confesiones, no hace falta que digas una palabra, no me hacen falta echar mano de tus antecedentes como cuando encontré fideos en lo alto de tu cabeza, o tus huellas de chocolate en la pared. Ya lo decían Scaly y Mulder: La verdad está ahí fuera. Ya nos legó Horatio Cane su "Las pruebas nunca mienten" Sí, hijo, no me hace falta ningún laboratorio ni artificio para saber que eres culpable, me basta y sobra con encontrarme con ese residuo granular de color blanco que cubre por completo tu nariz.

Ese residuo de tu pequeña y perversa nariz es azúcar. Ese azúcar sólo pudo llegar ahí si tu nariz tocó el plato. Que tu nariz tocara el plato, unido a la perfecta espiral aurea de saliva, demuestran que tu insaciable lengua fue el arma del crimen y, esto, hijo, constituyen lo que se denomina una "prueba irrefutable".

A partir de ahora, recuerda hijo, que debes evitar dejar pruebas, pero también cuídate mucho de las evidencias. Y sobre todo, querido hijo, debes saber que el mayor enemigo del criminal no es la policía o los detectives tan agudos como yo, sino la propia naturaleza humana y sus avaricias, ansias y vanidades. Si hubieras dejado algo de azúcar… Pero no, no pudiste controlarte, por eso estamos aquí y por eso, en este mismo instante y con gran deleite por mi parte, te condeno: Apaga la tele y termínate el yogur… con la cuchara, desde luego.