Sólo es un cuchillo. No tengas miedo. Observa su color, es… extraño. Confuso. Mezcla de los sentimientos y necesidades con los que fue forjado. Gris, como los miedos. Plateado, como los sueños. Mira, también… pequeñas partículas azuladas; fíjate, se parecen a tus lágrimas. Si lo pongo aquí, junto a tu ojo… si dejo que esta pequeña lágrima tuya bese su filo… ¿lo sientes? Sí, se besan, se funden, se confunden, se reconocen, se encuentran. Claro que sí, también la forja del acero necesita de lágrimas que apacigüen y enfríen su doloroso parto. Así es como se templaba el acero. Pero ya no.
Ya no hay fraguas, hay dinero. Ya no hay yunques, hay operarios. Ya no hay martillos, hay capataces. Ya no hay herreros, sólo… Ruidos rítmicos que anuncian que cada hoja recibe la misma dosis de mediocridad. Bum, chak, bum, chak… Cadenas de montajes con milimétricos cálculos para que cada trozo de metal reciba la misma forma. Bum, chak, bum, chak… No se aceptan diferencias, ni la más mínima rebaba, ni la menor desviación. ¡Bum, chak, bum, chak! ¡Mierda! ¡Fábricas que reciben el más noble de los aceros y escupen la misma mierda reproducida, multiplicada, clonada!
¡Vulcano apagó su fragua con su propio vómito al ver como tratamos al acero! Ya no hay herreros, sólo quedo yo. No comprenden que este filo… ¿Lo sientes? Este filo no es capaz de dibujarlo una máquina. Observa, yo no soy dueño de sus intenciones ni su fuerza, basta con guiarlo, por aquí, por debajo de tu camisa, junto a este botón y él sólo… Silencio… ¿Lo oíste? ¿Alguna vez escuchaste algo tan bello? El sesgo de un roce accidental, el sesgo de una caricia de enamorados, el sesgo de las sábanas y los cuerpos desnudos. ¡Escucha! Escúchalo otra vez. No quiere tocar aún tu piel, pero la ansía, la desea, busca tu piel, pero ningún amante conociste que fuera tan delicado al desnudarte. Dos botones, tres… y no lo has sentido. Si prestaste atención, escuchaste su sesgo de suspiro. Quiere… desea… arde por acariciar tu vientre, por refugiarse en tus pechos, por aquí… pero por ahora se conforma con tintarse con tu reflejo. Anhela tu calor, se conforma con tu color. Canela, arena, trigo… ¿Cuál es el color de la piel? Ninguno, todos. Yo he visto muchos cuerpos desnudos. El color de la piel de los hombres y mujeres, como las hojas de mis cuchillos, son únicos, irrepetibles. No hay dos pieles iguales. Sí, les pasa lo mismo que a mis cuchillos, se tiñen con el color de la vida y de la muerte, tienen muescas minúsculas o lunares, destellos, arrugas, imperfecciones que las diferencian y las hacen únicas. Pero ya no.
¡Bum, chak, bum, chak! ¡Todos iguales! Se me revuelven las entrañas… Algo tan noble templado y trabajado para eliminar la belleza de las imperfecciones. ¿Y sabes por qué? Por miedo. Sí, por miedo a que un maldito sensor detecte un imperceptible defecto y accione un engranaje que mueve una manivela y arrastre el acero diferente al cajón de los errores, al cajón de los reciclados, al cajón que realimentará la misma cadena de montaje. ¡Bum, chak, bum, chak! No, ya no hay un herrero que sonría al acero rebelde y le susurre y le perdone y se encariñe con la hoja que templa con sus propios sudores y lágrimas.
Si está bien trabajado… es un espejo. Mira, no intentes esto con otro cuchillo. La química mata destellos y reflejos. ¿Ves tu sonrisa? Mi hoja la hace suya y se vuelve roja como el carmín de tus labios. ¿Ves tus ojos? Mi cuchillo se estremece al intuir tus pupilas. Y baja, ya no puede más, y te acaricia el cuello… pero no, no quiere amarte todavía, es buen amante, te susurra su lujuria cerca de tu oreja, te hace cosquillas en tus hombros desnudos, recorre el surco de tu clavícula a escasos milímetros… y tú sientes el frío. Sí, porque está frio, pero no por mucho tiempo. No es insensible al ardor de un cuerpo sudoroso. Sí, te estremeces, aún no te ha rozado, pero tiemblas. ¿Por qué? ¿Será el valle de tus pechos quien le cobije, quien le reciba? Está frio, te necesita. Y baja hasta tu ombligo y lo rodea y le sonríe. No tiembles, aún no quiere amarte… Es único, yo templé su acero. Yo le acuné en el yunque. Yo le eduqué con el martillo. Fueron mis lágrimas quienes enfriaron su doloroso parto. Fue mi cariño quien afiló, minuciosamente, con paciencia, su delicado filo. Así se hacían antes, pero ya no.
Bum… Chak… Así es ahora. ¡Bum, Chak!
Y caen todos en una caja. Todos iguales. Si los miras desde arriba, en el fondo, no ves nada. ¡Mierda! ¡Metal! ¡Confusión! Pero los venden como únicos. Desfilan, ya con su indiferencia, subyugados a la estandarización, y reciben humillados la impronta de su creador, garabatos idolatrados que anuncian su esclavitud. Bum…
Chak. Cartón y plástico. Así acaba su hipócrita fragua. Así comienza su vida endeble.
Degollarte con un cuchillo así… Es repugnante. En cambio… Mira, mira esta belleza. No tiembles, no llores. Él sólo sueña con tu calor. Por eso baja hasta tus muslos y por eso… ¿Lo sientes? Es su hoja, no su filo. Pero espera unos segundos... ¿Lo notas? Sí, absorbe tu calor, lo hace suyo. Se funde hasta que no sientes que está ahí. ¿Alguna vez te amaron así? ¿Alguna vez alguien te tocó y se convirtió en parte de tu cuerpo? ¡No tiembles! ¡Siéntelo! Sólo un artesano convierte en humano sus obras. Pero ahora… El artesano fue asesinado. Bum. Chak. Bum… ¡Chak! ¡Chak! ¡Chak! Y lo que él amó, cuidó, creó… Ahora cuelga envuelto en plástico. Desde sus cápsulas observan la vida y sueñan con la fortuna de ser comprados. ¡Filas y filas de sueños mediocres! Filas y filas del más noble acero templado en la más asquerosa de las fábricas. ¡Filas y filas de vidas vacías! De filos mecanizados. ¿Sabes de lo que hablo? ¡Contesta! ¿Entiendes lo que te digo? ¿Cuchillos? No… Claro que no. Por eso estás aquí. Ahora te das cuenta.
Yo no hablaba de cuchillos. Y ahora…
Bum.
Chak.
Vuelve a la fragua.
f.j. Rohs
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ResponderEliminarNo cabe duda que tienes una gran pluma, tu manera de escribir es excelente, como narras e introduces al lector a un mundo lleno de miedo, preocupación, y terror.
ResponderEliminarDesde mi apresiación personal, y espero no equivocarme, son los pensamientos de un asesino con un claro apego por un objeto que inspira más que temor.
Es un placer leer tus relatos, como siempre, me causa profunda admiración.
Saludos.
Huy, se me fue un error ortográfico (apreciación), discúlpame, las teclas bailaron solas. Jajaja.
EliminarGracias Martha! Y coincido contigo, al ir escribiéndolo me daba un poco de miedo porque pensaba que "así" debía de pensar un psicópata... ¿Y por qué lo sentía tan real? ¡Yuyu! Jeje...
EliminarGracias!
Me aterrorizaba cual podría ser el final de este relato. Después de leerlo, no me convence el que le das. Estás tratando con un asesino, lo presentas de la forma más retorcida que puedes, así pertenezca a la especie extinta de los herreros, y para terminar te pones tú. Eso no vale, compréndelo. El final no vale. El resto es magnífico. Quizás retocable, porque parece que lo publicas con la misma fuerza con la que te sale, pero magnífico.
ResponderEliminarPero Manuel... ¿Qué final es el que crees que tiene? Y claro que la escribí con la misma fuerza que salió! jeje Gracias por tu comentario, conseguirá que lo lea con otros ojos...
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ResponderEliminarMe encantó, que monólogo tan admirable, que encantó el como escribes, esa pasión desenfrenada que las lineas se curvan con los hechos....
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